LUX VA > A CONTRAMANO
Convocadx para mediar entre partes en conflicto, Lux se acerca a Contramano, donde no están ausentes la política, ni la ideología ni la discriminación, ni el dulce frotarse de los cuerpos.
Me contrataron, sí, para que mediara entre cierta agrupación de putos peronistas y cierta corriente queer de intelectuales de izquierda, que no consiguen ponerse de acuerdo con el modo de nombrar el amor que no osa decir su nombre. Pensaba yo, el viernes pasado por la noche, antes de ir a Contramano, donde había sido fijado el encuentro entre partes: “¿Qué me pongo? ¿Las alpargatas o el taco aguja? ¿El birrete cardenalicio o las chaparreras de cuero?”. Las tortas con las que había cenado me recomendaron: “Discreción, Lux, discreción, que la mediación contribuye al acuerdo nacional, al pacto del Bicentenario”. Malditas tortas: decidieron acompañarme, y casi me arruinan la noche.
Llegamos a Contramano. Bajamos las escaleritas hasta la caja. Justo estaba pagando su entrada un conocido escritor, y saludando a amigos: “Edgardo, tanto tiempo”, le decían. “Hace como veinte años que no venías.” “Veintitrés —corregía el letrado—, desde 1985.” “Edgardo”, “Coqui”: de todas partes lo saludaban, le traían recuerdos, lo extrañaban. El Club es así, nunca se olvida de los fieles, aunque éstos lo abandonen por un tiempo. Yo pasé raudamente el control porque iba en misión diplomático-judicial y todo el mundo lo sabía, pero mis tortas quedaron retenidas (¡ay, las retenciones!) en la caja: ellas debían pagar no veinte pesos sino treinta. Escándalo. “No puede ser”, decían. “Son las normas”, dijo el cajero. “Llamen a alguien”, clamaban las tortas, que ya habían hecho frente común con dos turistas del Brasil que tampoco podían creer que se les cobrara impuesto al mejillón. Vino el señor José, de traje vestido, casi como yo. Las tortas: “¡Cómo nos van a querer cobrar un recargo del 50 por ciento!”. José: “Peor ustedes, que a los hombres ni los dejan entrar”. “¡Mentira, mentira!”, vociferó la torta calesita (que ha dado más vueltas por el mundo que caballito de madera). “Si van con una chica pueden entrar en cualquier parte.” No hubo caso: en Contramano, las chicas pagan más, habrase visto. “Por lo menos, dame el ticket así lo puedo rendir como viático, que vengo a cubrir la mediación de partes”, mintió la cacerola desquiciada que quería arruinar mi noche de ingreso en la política. Es que como el local tiene capacidad limitada (335 personas, dice la página de Internet, que no aclara nada de la tarifa diferencial para bomberas), se ve que para confundir a los inspectores macristas entregan tickets por si acaso: a algunos sí, y a otros no.
Después de media hora de pujas sectoriales, llegamos a la barra: “Hay guerra en Buenos Aires”, les contaban las tortas de acá a las brasileñas. “Guerra total”, dije yo, con mi mejor tonito Samoré. “Hasta la disidencia sexual está partida.” Se ve que lo dije demasiado alto, porque uno de los cincuentones que me rodeaba musitó, mirándome la boca (lipstick siempre, siempre: esta vez, por mi función, recatadamente tribunalicio): “Si te agarro a vos, te parto”. Ya le iba a contestar, cuando me arrastraron al salón de fumadores donde el cónclave peronista-queer había comenzado... ¡y terminado! La media hora que perdimos en la entrada fue fatal para mi misión y los grasitas ya se habían puesto de acuerdo con los queer, a un punto tal que era imposible decidir quién era quién: ¡se hacían arrumacos!
Destellé tal odio en mi mirada que mis amigas desviadas decidieron irse con las pulposas brasileñas a la pista, como si nada. Una hora después ya tenía misión nueva. En un rincón había un muchachote disfrazado (lo acosaban el tal Edgardo y su corte de admiradores): la cara colorada, bombachas, las alpargatas que no me atreví a ponerme yo, y boina campesina. Le pregunté, ladinamente: “¿Vos sos un chacarero auténtico?”. Me contestó que sí. Yo puse cara de dudar, me pareció muy Vogue su aparición, y muy provocativa. “Soy de Mercedes”, aclaró el chacarero. “Vení conmigo”, le dije y de la mano me lo llevé a la pista. Bailamos unos temas deliciosos de Thalía y cuando ya lo tenía mareado con las perreadas que aprendí viendo Tinelli, lancé a Merceditas a las garras del cónclave justicialista-queer, que se iba ya a seguir la fiesta en otra parte. “Eso sí —les dije—, si le rompen bien el culo, yo facturo.” Y me volví a la barra, donde me estaban esperando todavía.
Contramano, Rodríguez Peña 1082
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