TEATRO
Un espectáculo que recupera el universo de “los invertidos” en tiempos de ñaupa.
› Por Pacha Brandolino
El ámbito es desangelado y hostil, con tres mesas colectivas de las de cualquier comedor comunitario de convento o de cárcel. Varones en ropa interior femenina y masculina, casi da igual. Cinco travestis que desovillan la propia historia.
Esta es la revisión, o quizás una visitación de la escena descripta por Juan José de Soiza Reilly en 1912 al respecto de una banda de “Evas hombrunas (así los nombraba ese autor) cuyas prendas resultaban en vaporosos vestidos que ocultaban las formas (...). Muchos hombres que se vistieron de mujer para robar y estafar en la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX; falsas viudas, damas que se apodaban ‘la Choricera’, noches en el Rosedal y rápidos hurtos en el tranvía”.
El texto está configurado por una inmensa sucesión de lugares comunes donde no muchos quisieran estar. Es una especie de catálogo de las infinitas viperinadas y mordacidades que habitualmente los gays despliegan. Y resulta simpático y súper representativo del idiolecto puto. Se notan las marcas de Osvaldo Bazán y su Historia de la homosexualidad en la Argentina o de Médicos, maleantes y maricas de Jorge Saléis, o de los textos de Pedro Lemebel. Hay entreverados fragmentos de manuales de ciencia y letras de tangos y boleros. Incluso el expediente policial de algún hombre joven que allá por los años ‘40 se travestía y robaba.
Los recursos dramáticos que distorsionan la ilusión temporal, como los constantes raccontos, construyen un relato fragmentario que exige y promueve la atención de los que miran. Crianzas precarias y violentas, huidas del pueblo, encuentros inesperados con seres semejantes, necesidades, ilusiones. Todos los tópicos de un paradigma de puto fronterizo, de origen humilde, acaso postergado, y que desarrolla apetencias de clase media, a veces pretenciosa: que el viaje a París, que la seda china, que la lencería de marca. La madre, intocable y santa, de una nobleza recóndita e inventada, se yergue como un legado póstumo del general Perón o del coronel Buendía.
Las prótesis de tetas domésticas, de aceite industrial o siliconas de ferretería; la soñada depilación definitiva, nunca vía láser sino merced a algún ungüento casero, de fórmula elusiva y misteriosa; la iniciación en la prostitución y el punguismo como sistemas de vida; la fantasía de un cuerpo propio, transgénero; la exclusión; la búsqueda del amor; la soledad; la cárcel; el sida y la muerte o su proximidad. Todo esto referido a una historia de las primeras décadas del siglo XX... Tan histórico como completamente vigente, ¿no es verdad?
Puto, un espectáculo de Alejandro Mateo.
Sábados a las 23. Teatro Payró, San Martín 766
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