TEATRO
Tres seductores campesinos cuentan en Lote 77 sus formas de relación e invitan a pensar en los mandatos que pesan sobre los muchachos contemporáneos.
› Por Adolfo Agopián
Son tiempos difíciles para hablar sobre el campo. Dentro de unas tranqueras que los contienen y constituyen, tres personajes se proponen contar cómo se desarrollan actividades ganaderas. Metafóricamente, ellos también son ganado, novillos a la venta en un remate en el que se presentan como mercadería indagando en las características de ser varón. Con profundo conocimiento del terreno y lenguaje específico campero, el director debutante Marcelo Minino armó un planteo complejo. Profundiza en los mandatos que constituyen a un hombre: de cómo la masculinidad los condiciona a presentarse como sujetos siempre al palo en la enunciación de sus acciones. Las fantasías individuales son presentadas al público mediante tareas donde el cotidiano se instala en la representación y los determina socialmente. Relaciones en el espacio de los bovinos, en un baño de azulejos celestes: lugares construidos desde la palabra, que les permitirán mostrar sus íntimas características de género. En una puesta austera y astuta presentan historias de crianza, escenas donde se lavan, se encierran a fumar (o a masturbarse) y van ganando atención a la vez que exponen la estructura del drama. La maquinaria de la obra avanza con relatos entrecruzados con las acciones del presente. A partir de prácticas repetidas y de situaciones ligadas a la masculinidad —que nunca caen en ese endémico desfase de la misma— y el machismo, se arman vínculos sensibles: tópicos de varón, nunca estereotipos. Charlas de vestuario, comparación de tamaños en mingitorios, extrañas sensaciones en visitas al dentista se confunden con reflexiones acerca de la próstata y de bolsas de maíz como bultos que cambian de funcionalidad. Hay distintos tipos de relaciones de poder y tensiones entre los patrones que componen Andrés D´Adamo y Lautaro Delgado y sobre todo el sensible albañil-peón de Rodrigo González Garillo. Junto con los espacios delimitados por la escenografía y los mínimos elementos (fundamental el uso del agua) es para destacar el impecable trabajo de luz de Eli Sirlin que acompaña con sutileza el devenir de los discursos.
Cuando en los medios nos inundan de referencias particulares al campo, está bárbaro adentrarse en algunas formas de “ser hombre” pasibles de universalizarse.
Lote 77
Teatro del Abasto (Humahuaca 3549).
Los jueves, a las 21.
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