LIBRO
Se edita en la Argentina “la novela más misteriosa –y salvaje– del siglo XIX”
› Por Liliana Viola
Un dandy vestido con tutú, un autor que se esconde, provocativo y avieso tras el seudónimo de Princesa Sapho y un subtítulo –Costumbres de fin de siglo– que amenaza con develar asquerosidades decadentistas. Así pretendía pisar las calles del París de 1891 este libro, El tutú, que tardó cien años en salir de la imprenta. Ya en las primeras diez páginas, el delirante y diletante ingeniero, Mauri de Noriof, expone el deseo carnal que lo une a su madre, la única mujer que no le repugna, así como en delicioso diálogo con ella diserta con ejemplos sobre lo hermoso que es cagar. De tan inútil, el protagonista, epígono de una clase, llegará a ministro de Justicia, compartirá orgías con el Papa, y esto no será lo más escandaloso. El mundo rodará más veloz merced a sus inventos, modo que tiene el autor de escupir bilis en la cara a cuantos por aquellos años se sentían conformes con el progreso y las buenas costumbres. “Me gustaría ver a una vaca pasearse con patas de palo sobre un cable tendido a 500 metros de altura entre París y Marsella”, desafía a la imaginación surrealista que aún no ha llegado; y “Todo hombre debería tener una locomotora en cada pierna, un tanque en el traste y unas ruedas bajo los pies”, desafía a las máquinas precarias que se levantaban a fines del siglo XIX como pálido reflejo del futuro que todavía está llegando. Dios se ha equivocado al hacer a hombres y mujeres a su imagen y semejanza, ahora tiene para siempre ahí abajo el espejo de su estupidez; Dios es un vivillo que resulta ser más capcioso que el propio protagonista. Mauri de Noriof retoza con una mujer de dos cabezas y poco menos que dos cuerpos, con quien engendra un vástago de sexo múltiple mientras disfruta de la dote de su esposa elegida por conveniencia, con quien no consuma el matrimonio, pero mantiene interesantes diálogos, una judía obesa, loca por la bebida y por sus propios mocos.
Injusto este resumen de elenco y argumento, ya que el libro parece construido en bloques deformes para no tolerar reducción alguna. Homenaje impúdico a Los cantos de Maldoror, al extremo de citar párrafos enteros, este experimento literario que amalgama diálogos teatrales con citas, lucubraciones filosóficas con alusiones a los adelantos de la técnica, no pierde en ningún momento la gracia de quien se propone guiar a sus lectores por la locura. Quien haya escrito este engendro bebió lo mismo que Rimbaud y cumplió con la consigna que por entonces mandaba escribir con “un razonado arreglo de los sentidos”. El libro se publicó en la década del ‘90 en Francia, luego en España y este año llegó a estas pampas. La broma, que muchos atribuyen a León Genonceaux, quien figura aquí como editor que pagó con exilio esta propuesta, llevaba en la cubierta la ilustración que la edición argentina mantiene y que también está formada por un seudónimo, Binet, que probablemente oculta al mismo ilustrador de Los cantos de Maldoror. ¿Por qué El tutú? No es fácil aventurar. De todos modos debe destacarse que luego de tantas afrentas a la moral, el protagonista va preso cuando lo policía lo descubre enfundado en un tutú que, pobre, se lo había puesto porque le dieron ganas, sólo una vez, de disfrazarse y bailar un poco.
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