LUX VA A VER VOLVER A LA VIDA
Sin nostalgia pero con ilusión, Lux fue al Café Molière dispuestx a ver cómo Walter Soares les da vida a célebres chongos de antaño y a divas que siempre están aunque no en carne y hueso. La experiencia fue reveladora, dice, aunque terminó revelando los riesgos de perder la posición vertical cuando se es parte del público.
Fue ver el título de la obra y comprarme diez entradas, o sea, una mesa larga y bien tendida para mi solitx, tendidx yo, se entiende, en el Café Molière de San Telmo, figúrense, primera fila, no fuera a ser que quienes volvieran a la vida gracias a Walter Soares no aterrizaran en mi plato antes de salir al mundo. Ahí estaba yo, a la espera de un ejercicio de resucitación, soñando con célebres chongos y célebres divas que ya no están con nosotrxs, pero cuánta falta nos hacen. Este Soares, me decía yo, mejor lugar no podía haber elegido para su ejercicio de necromancia. Resulta excitante descender a las catacumbas —sí, el subsuelo del café— y recibir un piscolabis para acompañar la diversión.
Ahí está Soares, lo sé, lo presiento, no lo veo. Lo que veo es una Martha Lynch de cabellera desbocada que habla como si el tiempo le hubiese cascado la voz o rayado el timbre de sus cuerdas. Es y no es. Porque si fuera no estaría tan encandilada por develar cuál es el anzuelo de inquietud que me lleva como sonámbulx al escenario sólo para que me baje de allí, con elegancia y sin perder el paso, el coro que rodea al artista principal y solista con esa boca siempre bien abierta para no perder detalle de la fonomímica tan ajustada que es también su marca registrada.
Estaba como en el Lido aunque en miniatura, recibiendo el beso enamorado de una Eladia Blázquez a la que podía imaginar pateando las puertas del closet del cielo para venir a compartir un traguito y un tanguito en la extensa línea que había peinado de tanto suspirar e inspirar en el límite del escenario. No podíamos seguir ahí solitxs yo y mi alma, lxs diosxs me quieren activx, me quieren putx, me quieren blancx. Acepté al señor que me pateaba la silla con ánimo de pasarse a mi línea justo cuando la estructura del espectáculo dio un vuelco: ¡un tema de Björk! ¡Esto parece
teatro Noh! “Por favor, Lux, una negación tuya bastará para deprimirme”, dijo mi compañero y no me gasté en aclarar que mi no tenía tres letras porque tenía que hacerle ojitos a una de las geishas supersexies que completaban el cuadro. Ni de hambre ni de soledad moriré esta vez. Y si muero de amor qué importa si siempre podré volver a vivir.
Ella me devolvió el guiño, pero ella ya no era ella sino la dulce representación de una Jemanyá que me puso el misticismo al cuello, que me llevó de viaje por los mares donde reinan la diosa y las aguas de mis partes como si se hubieran hundido en una tempestad. ¿Estaré en el Lido o en el limbo? ¿Cómo hacen estos cuerpos gráciles para moverse en tan estrecho espacio? Las estrecheces tienen lo suyo, aprietan pero no ahorcan y si unx se descuida liberan lo que estaba atrapado. Por ejemplo, las confesiones de Soares. Sí, mis amores, Soares también tiene lo suyo sobre lo suyo para decir y no sólo puede hablar por boca de otros textos. Yo lo vi y lo volvería a ver aunque me llevaría una petaquita en el bolsillo para que el combustible estuviera a la altura del espectáculo: es que había que ser testigx de la exposición del alma del alma mater de ese jolgorio subterráneo abriendo sus secretos en la piel de la propia Tina Turner. Tuve un breve desmayo después de esa aparición. Pero no culpen a la obra, ya dice el dicho que no hay que peinar en la cama y yo aunque no estaba en la misma, bien horizontal que había quedado con las diez sillas conseguidas y el brillo que caía como nieve desde el escenario.
Volver a la vida, de y por Walter Soares y el Grupo Kabala, Los sábados a las 23 en Molière Teatroconcert, Balcarce 682, Capital Federal. Teléfono: 4343-0777.
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