Las declaro unidas en matrimonio, dijo el Juez. Con la mente en blanco, como queda después de una sesión de terapia de esas que te dejan pasmado, terminé ayer el día. Pero esta vez me descubrí pasada la medianoche brindando en la terraza con ella, haciendo juntas un esfuerzo descomunal para guardar cada detalle de éste. Apenas recuerdo la sucesión de escenas desde que nos despertamos y empezó la carrera por llegar a horario a la ceremonia. Me acuerdo de las primeras palabras de Jazmín.
“Buen día, mami. ¿Hoy es el casamiento? Estoy contenta, me voy a poner la pollerita violeta.” Me acuerdo de estar haciendo el bolso nupcial, que mezclaba DNI de testigos con pañales, vasitos de plástico, rubor y galletitas para emergencias. A media mañana ya había tenido varios ataques de llanto, por lo que tuve que maquillarme como cinco veces.
Cuando llegamos al Civil había cámaras, periodistas, curiosos, amigos exultantes. La fiesta ya había comenzado antes de que llegáramos. Casarse así podría parecer difícil. ¿Pero qué pueden esperar dos mujeres que quisieron un hijo y tuvieron tres y todos juntos? ¿Que quisieron casarse y lo hicieron dos veces? Aunque ésta es la que vale, claro. La cosa sencilla y tranquila definitivamente no es lo nuestro. Bailemos pues, que este baile va a quedar en la memoria como pocas cosas en la vida. Y fue así, extraordinario y embriagador.
El juez estaba más nervioso que nosotras. Si hasta nos recomendó que leyéramos la libreta roja para interiorizarnos de las mejores formas de llevar adelante una pareja con hijos. Tarde, sí, 18 años tarde.
Todavía tengo fresca la conmoción del nudo en la garganta cuando oí las amorosas palabras de Fernanda y de Marta, antes de poner la firma. La sensación más clara que queda es la de las ganas irresistibles de llorar por esa alegría que todavía circula en el living de casa.
Después habló ella, pero no puedo recordar qué dijo. Nos miramos a los ojos y quise besarla antes de que terminara.
Por supuesto que olvidé lo que puntillosamente preparé para decir. Improvisé entre gemidos un “me caso enamorada, te elijo hoy como todos los días desde hace 18 años. Gracias, amor, por haberme permitido formar esta maravillosa, impresionante y multitudinaria familia”. Poco y torpe. No sé qué más. Firmé sí, pero no recuerdo qué firma hice. Me queda la imagen de nuestrxs hijxs sonriendo, la de la libreta en las manitos de Jazmín y después de Abril. La lluvia de arroz que propició Santiago.
Norma y Cachita gritando que no lo sacudamos, que lo guardemos para desparramar por casa, que trae suerte.
Después, el brindis. Lxs nenxs bailando en el escenario. Mi espíritu cursi floreciendo desaforado. El deseo de la noche de bodas, que llegará unos días después.
El sueño que sigue, poder completar la inscripción de nuestros hijos con los dos apellidos. Todavía no se puede, los tuvimos antes de que exista la ley de matrimonio. Ese día también voy a llorar. Sepan disculpar los lectores la humedad del relato. Esta vida intensa requiere de un espacio para vivirla sin ahorrar emociones.
En la preferencia de nuestros hijos, dos videos se disputan el primer puesto: uno es el de las aventuras de Mickey y el otro, un compilado de fotos de la Unión Civil de sus madres. Son apenas una treintena de imágenes acompañadas por un tema de Elvis Costello que dura a lo sumo cuatro minutos. Así es como día por medio, demostrando por qué tres miembros ya pueden conformar una organización ilícita, se la rebuscan para agarrar el DVD, buscar el control remoto y poner el video de “mami y mamu” unas módicas tres mil quinientas veces. Se buscan, señalan a toda la familia, a los padrinos, madrinas y amigos mientras bailan al ritmo de la música como tres posesos.
Un mes atrás, cuando ya tuvimos la fecha en el Registro Civil, en el momento de la cena soltamos la información al pasar.
–Dentro de poco, mami y mamu se van a casar –les comento.
–¿Y por qué? –dice Santiago.
–Porque nos queremos mucho.
–Entonces yo también me caso con ustedes –replica.
–Gracias hijo, pero dentro de unos años vas a ver que lo interesante no es casarse con tu familia sino con otra gente. Además tenés que ser grande.
–Yo soy grande, ya no uso pañales –dice Abril.
–Mucho más grande tenés que ser para casarte.
–¿Ustedes se casan porque son muy grandes? –pregunta Jazmín.
–No, hijos, nos casamos para poder sacar fotos nuevas y tener otro video, porque éste nos tiene un poco cansadas.
–¡Ah, buenísimo!
Faltan unas cuarenta y ocho horas antes del gran día. Están los tres en sus camas, más los osos de peluche, más nosotras dos que los acompañamos en ese tránsito –no siempre fluido– hacia el descanso nocturno. Por lo general siempre hablamos de lo que vivimos durante el día y de lo que nos gustaría soñar a la noche. Jazmín está a punto de dormirse y soñar con los astros, instante en el cual Abril se pone a cantar “Estrellita dónde estás” a los gritos. Santiago se sobresalta y le dice: “Mirá que si te seguís portando mal, no venís nada al sacamiento”.
Lunes 18 de octubre, noche. El alma me sonríe y arrastra como puede a mi cuerpo ya curtido en capear emociones fuertes. Cumplimos 18 años de estar juntas y apenas unas horas de casadas. Los medios se deleitan con la concordancia de números y el exceso y sincronicidad de nuestra descendencia. Nosotras sonreímos sabiendo íntimamente que el tiempo del que hablan no es el nuestro. Nuestra vida no se registra en calendarios gregorianos, se escapa obstinadamente de las filas de los almanaques, por lo que difícilmente se quede quietecita en las páginas de los diarios y las revistas.
Hora de dormir, cada uno de nuestros hijos lleva su peluche a la cama. Los arropamos y hablamos del día y de lo que nos gustaría soñar. Al igual que sus madres, están felices y exhaustos.
–Hoy no fuimos al jardín –dice Abril.
–No, pero la pasamos bien en el casamiento, ¿no? –pregunta Silvi.
–¡Sí, muy bien! –contestan al unísono.
–Por eso, mañana no vayamos al jardín, ¡y cásense de nuevo!
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