Barcelona se prepara para recibir al Papa católico el 7 de noviembre: cortes de calles, refuerzo de la seguridad, quejas de comerciantes que aún no han sido advertidos sobre qué, cómo y cuándo podrán vender sus productos, iluminación nueva para La Sagrada Familia —la catedral que Gaudí nunca terminó— y besos en la calle entre parejas del mismo sexo, parejas queers, triejas y/o otras asociaciones amorosas non sanctas para la mirada del pontífice, a quien serán dedicadas especialmente las muestras de afecto. La movida fue organizada mediante Facebook, aunque la red social dio de baja al grupo organizador en un vano intento por proteger la mirada y la sensibilidad del sumo sacerdote. Ya había 8 mil personas comprometidas en la “besada” que dará comienzo al sonar una sirena que atronará durante dos minutos, a lo largo de los cuales labios, lenguas y humedades se mezclarán en alegre acto político. 8 mil personas que migraron al blog Queer Kissing Flashmob para seguir lucubrando de qué modo mostrarle a Benedicto todo lo que él no quiere ver. “Una vez finalizado el beso, nos iremos retirando como si nada hubiera pasado. El acto pretende ser pacífico y por eso pedimos que no se conteste a ningún tipo de provocación o insulto”, dijo una de las organizadoras, Marylène Carole. Más allá de lo que pueda producir tal acto en lo más íntimo del sentimiento papal justo en su camino de visita hacia La Sagrada Familia, lo que queda flotando como nata sobre la leche es que todavía ahora, en pleno siglo XXI, un beso puede ser un acto revolucionario. O al menos una expresión de exquisita libertad personal.