Viernes, 28 de marzo de 2008 | Hoy
ES MI MUNDO
Son diferentes en casi todo. Madonna es rubia y delgada hasta la sequedad, una máquina de precisión y disciplina. Angelina Jolie es una belleza oscura, gótica, una mujer vampiro lánguida y perezosa. Ambas comparten el indiscutible status de icono gay. Sólo que –generalizando, claro está– Madonna es de los chicos, y Angelina de las chicas. ¿Por qué será?
Por Mariana Enriquez
Hija de Jon Voight, joven salvaje y atormentada, para Angelina Jolie se ha inventado un término, dykon, que es lo mismo que gay icon (“icono gay”), pero usando el término dyke, la forma, digamos, menos elegante, de decir “lesbiana” en inglés. Angelina creció abandonada por su papá, y con varias fascinaciones raras como los cuchillos (con los que se cortaba los brazos en las crisis depresivas) y las casas de sepelios (que quería dirigir). Como diva, brilla mucho más fuera de la pantalla que dentro de ella, aunque hizo dos películas que la elevaron a status de icono: Foxfire, de 1996, una película basada en la novela de Joyce Carol Oates sobre un grupo de chicas que se resisten al acoso sexual de un profesor y terminan prendiendo fuego la escuela. Angelina es Legs, pelo corto, postura de tomboy, una belleza que da miedo, tan joven y peligrosa. En una escena poderosa se tatúa llamas en un pecho, y las demás chicas le piden que también las tatúe a ella. En 1998 protagonizó Gia, biopic sobre Gia Carangi, supermodelo de los años ‘80, lesbiana y adicta a la heroína, que falleció víctima del sida en 1986, a los 26 años. Las escenas de sexo de Angelina con Elizabeth Mitchell (la actriz que ahora interpreta a Juliet en la serie Lost) son de una belleza y erotismo tan alto que, por sí solas, bastan para convertirla en icono. Eso sin contar lo escandalosamente linda que está en cada toma. Y teniendo en cuenta el dato para nada menor de que casi no existe ninguna otra película mainstream donde una actriz haga escenas de sexo lésbico tan explícitas. Y cualquier acto que ayude a la visibilidad merece una pequeña reverencia.
Claro que un icono también se hace afuera de la pantalla. Y Angelina contó, hace poco, que si no se hubiera casado con el actor Johnny Lee Miller, su primer esposo, lo hubiera hecho con la modelo Jenny Shimizu, con quien tuvo un largo noviazgo. “Me enamoré de ella apenas la vi. Y si me enamorara de una mujer mañana, claro que estaría en pareja con ella. Absolutamente.”
Ahora, claro, Angelina está en pareja con Brad Pitt, y juntos son tan empalagosos y omnipresentes que pierden encanto minuto a minuto. Pero hay quien espera que Angelina se levante un día y le de una patada a Brad. Y forme otra superfamilia, esta vez con una mujer. Jenny Shimizu, su ex novia y modelo de Calvin Klein, dice que todavía son amantes. Y que ella la esperará para siempre.
La gran mujer del pop, la hija de inmigrantes italianos que salió disparada como una flecha del espanto industrial de Detroit y se abrió paso a las patadas en Nueva York. Ese paso del suburbio a la gran ciudad es un movimiento típico del hombre gay, que encuentra en la urbanidad su ámbito, lejos del prejuicio, el rumor y con frecuencia la violencia del pueblo chico. La ciudad anónima ayuda; la noche, mucho más. La disco entroniza. Allí, en las discos de Nueva York, durante los años setenta, los hombres gay fueron reyes. Y Madonna llegó justo cuando ese reinado estaba llegando a su fin para tomar la corona. Ella logró tomar la sensibilidad del público gay hasta convertirla casi en la definición de la sensibilidad pop, sacándola de las pistas y llevándola a la masividad. Madonna siempre contrató a bailarines gays y los hizo famosos. También hizo famosos estilos que la comunidad inventó, como el baile que se ve en “Vogue”, creado por una subcultura que sólo una mujer con su agudeza podía alcanzar: la de los afroamericanos gays. ¡Y llevó esa danza tan under hasta MTV! Eso es visibilidad. También sacó del closet a su hermano, escribió elegías ante la crisis del sida como “This Used to Be my Playground”, personificó a otros iconos gays como Eva Perón y cuestionó a la Iglesia Católica, que ya se sabe lo que piensa de la comunidad. “Me gusta pensar que entre los gays y yo hay una inspiración mutua”, dice ella. “A lo mejor porque la primera persona que creyó en mí era gay: mi profesor de ballet, Christopher Flynn. Fue la primera persona en hacerme sentir que era especial. Fue responsable de que yo me atreviera a seguir adelante con esta carrera.” La revista The Advocate la nombró uno de los iconos gays más importantes de todos los tiempos, junto con Barbra Streisand, Cher y Judy Garland. Y uno de sus principales periodistas, Steve Gdula, escribió sobre ella poco antes de que se lanzara su disco Confessions on the Dance Floor: “En los ‘80 y los ‘90, el lanzamiento de un video o una canción de Madonna era un feriado nacional para sus fans gays. La devoción, la urgencia y el fervor con el que corríamos a comprar su música, preparar la video para grabar sus shows o abrir las revistas para ver sus sesiones de fotos en Vogue o Vanity Fair, eran rituales. Anticipábamos cada aparición de nuestra Madonna como peregrinos esperando una visión. Sus canciones bailables ofrecían un escape que era casi trascendental durante la época en que nuestra comunidad transitaba su mayor horror y dolor. Fuera de la pista, ella también nos apoyaba: hablando sobre el sida y promoviendo la educación y la compasión en contra de la ignorancia y la intolerancia. En momentos en que los artistas intentaron distanciarse del público que los había ayudado a ascender, Madonna iluminó a sus fans gays y los hizo brillar”.
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