Marilina Ross vuelve al Teatro Opera después de 17 años con un show en el que repasará la mitad de su repertorio junto a otras cantantes de voz poderosa como Sandra Mihanovich, Patricia Sosa, Claudia Puyó, Julia Zenko y Paula Almenares. Optimista frente a un momento político que describe como “muy peronista”, tan inquieta como para sacudirse los “rótulos” que le incomodan, feliz con la aprobación de la ley de matrimonio y apuntando contra el machismo para explicar el porqué de la invisibilidad de las lesbianas, la autora de “Puerto Pollensa” recorre con su vida buena parte de la historia reciente argentina.
› Por Marta Dillon
No importa cuán grande sea el jardín de la casa que habita desde 1983, ese lugar en el mundo del que, dice, la “sacarán con las patas para adelante”. No importa que el agua pegue sobre un techo de vidrio que a medias sirve para disfrutar del jardín aunque llueva, como en este instante en el que conversa y mide sus palabras –las gotas se cuelan igual por esos espacios que ella decidió dejar abiertos para que se rieguen los jazmines–. No importa tampoco la fatiga que la obligó al sedentarismo, mucho menos ese rugido de truenos que vuelve el cielo más oscuro, su voz se impone sobre todo eso, tan clara y tan grave que ni la risa que suelta cada tanto logra desarmar la solemnidad de su tono. ¿O será el modo en que se la escucha? ¿Será que es imposible olvidar que ella es la autora de esa canción que fue un guiño allá por los ’80 y que treinta años después lesbianas de todas las edades siguen cantando sin repetir y sin soplar la letra entera que aun cuando no dice nada todas sabemos qué dice? Marilina Ross nunca quiso que su “Puerto Pollensa” se convierta en un himno, “pero si la gente la convirtió en un himno gay, está bien así, por algo será”. Era (es, las canciones siempre son presente) una historia de amor que alucinaba al “gordito de gafas que fue corriendo a cambiarse los lentes”, otras razones para la categoría de mito que ya tiene habrá que buscarlas en esa época en que la clandestinidad para cualquier amor no heterosexual más que un sino era una fuente de códigos compartidos a media lengua o en forma de ciertas lecturas, ciertas películas, cierta música. Esa época en que la misma Marilina o su amiga Sandra Mihanovich la cantaron e hicieron la delicia de un público que agradecía la sutileza.
Lo cierto es que aquí está Marilina, con su vozarrón dispuesto a volver a escena –y no a cualquier escena, sino al escenario del Teatro Opera que pisó por última vez hace 17 años– por ímpetu y estímulo de su amiga Sandra que “no me puede ver quieta, que dice que no puede ser que me haya retirado y que no me deja”.
Hay una escena que ella recuerda con especial cariño de la única telenovela que protagonizó –la única en la que participó– que podría parecerse a esta irrupción que significa volver a cantar justo cuando había encontrado otras “gozadas” en esto de la vida sedentaria. “Es un momento que me regaló Migré en Piel Naranja: mi personaje estaba en el ático tratando de componer una canción y se le metía ‘Quereme’, y entonces el intento de querer salir de esa canción a toda costa y que aun así se filtrara, lo recuerdo como algo muy lindo, en ese altillo, sola, entre los objetos olvidados, encontrar la guitarra entre las telarañas y empezar a templarla y pelearse con dos canciones a la vez...”. Ahora la tensión no sería entre dos canciones sino entre ese placer por sentarse frente a la computadora, al “abismo” que significa Internet y que la lleva de viaje tanto por la música italiana como por su propia historia, allí donde inventa karaokes para sus temas y los cuelga para que después se repliquen en fiestas y fogones; entre ese placer y el de volver a los ensayos, a inventar una puesta acorde con las restricciones que le impone su salud, a templar la voz para sacar de su repertorio de 60 temas los 30 que hará la semana que viene en el Opera. “Ya el año pasado Sandra me había puesto contra la espada y la pared con un show que había inventado ella y que tiene la ventaja de que como somos muchas yo puedo escuchar cantar a mujeres que admiro como ella misma, Claudia Puyó, Patricia Sosa, Julia Zenko, la soprano Paula Almenares... fue tan lindo que nos quedamos con ganas de repetir. Yo también canto un poco, claro, pero cuando me canso, me siento y las escucho. ¡Si hasta puse un sillón en el escenario!” Puse, sí, porque esta vez, como siempre, Marilina Ross no sólo aporta el repertorio, también dirige y hace la puesta en escena. Eso sí, a “Puerto Pollensa” la van a cantar entre todas, “porque había muchas peleas, todas la querían cantar, así que lo vamos a hacer juntas”. ¿Y quién podría perderse la oportunidad de cantar esa balada que a modo de crónica recatada relata un beso que alucina mientras el sol guiña un ojo?
“Este es un momento muy peronista”, dice Marilina a pocos días de que se conmemore ese viaje de Juan Perón de vuelta a la Argentina en un charter cargado de militantes y artistas, aunque entonces no había por qué hacer distinciones tan tajantes. Ella estaba en ese vuelo, por puro azar y porque se pagó el pasaje. “Me invité sola. Resulta que durante un espectáculo que estaba haciendo en 1972, Solita y sola, que terminaba conmigo haciendo piruetas en un trapecio me lastimé el hombro y tuve que suspender las funciones, entonces aproveché.”
–Es como haber sido protagonista de un pedazo enorme de historia. Fue muy hermoso, además, sobre todo el momento en que Perón me abrazó, porque él le iba dando la mano uno a uno, y cuando llegué yo no podía porque la tenía adentro del yeso y bajo un poncho. Entonces él me abrió los brazos y me abrazó. Y me perdí en ese abrazo y perdí la conciencia, porque ya no me acuerdo de nada más. Fue muy emocionante, porque como dice Favio, el peronismo es también un sentimiento, la sinfonía de un sentimiento.
–Sí, claro. Este momento político es muy peronista y estoy muy contenta. Son momentos históricos distintos, pero todas las enseñanzas del General creo que han surtido efecto en los Kirchner. Y el sentimiento de la gente sigue estando.
–Y no sé, Evita dio el voto femenino, así que creo que habría salido mucho antes de lo que salió si hubiera habido gobiernos peronistas.
–Bueno, el machismo lo tenemos todos muy metido en esta sociedad de porquería. Pero la verdad no veo nada que se contradiga...
–Sí, estaba muy interesada y muy feliz por cómo salió, por supuesto. Tendría que haber llegado antes pero bueno, bastante bien, dentro de todo somos el décimo país, ¿no?
–No, ya he vivido mucho y no me sorprende nada. Hay mucha homofobia en este país, es muy grande la homofobia. Y hay mucha hipocresía también, que se haya desenmascarado todo eso me parece saludable. Bienvenida la verdad.
Dice la biografía de Marilina Ross que empezó a hacer teatro de la mano de Luisa Vehil en 1959 y que hasta que no decidió cambiar rotundamente de carrera y dedicarse de lleno a la música hubo infinidad de obras de teatro, ciclos de televisión memorables como Cosa Juzgada –entre 1968 y 1970–, dirigido por David Stivel; una buena cantidad de películas entre las que se puede destacar La tregua y la inolvidable La Raulito, que ella misma convirtió en film gracias a su persistencia en la búsqueda de producción, guión y dirección –finalmente fue Lautaro Murúa–. Ross filmó La Raulito en la calle, en 1974, cuando la Triple A ya la había amenazado y ella se resistía a dejar el país.
–Me cautivó el personaje en sí, a quien ya había interpretado en Cosa Juzgada. Esa persona que no termina de encontrar su lugar en esta sociedad. Esa persona que sin ser delincuente está detenida y sin estar procesada es juzgada y por intentar vivir libre en la calle no encuentra un lugar... Me conmovió esa especie de animalito maltratado y su búsqueda permanente de libertad.
–No, porque su sexualidad no estuvo nunca desarrollada, ella quedó detenida en sus 13 años, en su hacerse mujer, allí se detuvo su sexualidad. Era como un niño de 12 o 13 hasta último momento, ella buscaba a su mamita, nunca una pareja, ella buscó a su madre y la encontró. Encontró un ser que hizo de su madre hasta último momento, una compañera del Moyano, se conocieron y se adoptaron mutuamente. Le teñía el pelo y le pintaba las uñas y era como si fuera su muñequita y la mamita le preparaba la comidita, era conmevodora la historia. Estoy muy feliz de haberla encontrado a ella en este camino, de este mundo.
–Sí, y me apasioné con esa novela, esperaba los guiones como cualquier espectador ilusionado. No sabía lo que iba a pasar, nadie sabía, ni el autor, escribía según lo que veía en el capítulo. Fue la única novela que hice. Y cuando me llamó Migré yo estaba tranquila porque ya había hecho La Raulito, acababa de filmar en el ’74, tenía el pelo cortísimo y en el ’75 empezamos con la novela. Ese fue un momento muy especial también: Alberto Migré fue a ver la película y escribió en la parte izquierda del libreto –no sé si sabés que en la parte izquierda se escriben las acciones y en la derecha los textos– dos páginas de mi trabajo en la película hablando maravillas. Ese libreto iba a todo el mundo, desde el ejecutivo más alto hasta el extra que entra por una puerta y sale por otra. Es un recuerdo de Alberto que guardo con mucho cariño.
–Nos conocimos ahí, y nos hicimos amigos entrañables, de ir a comer, de disfrutar las charlas... hasta su final.
En 1976, finalmente, Marilina Ross tuvo que exiliarse. Tal vez sea esa experiencia que suele relatar con dolor la que le hace decir que de ninguna manera volvería a irse de Buenos Aires. Pero fue también en el exilio donde empezó a abandonar su carrera como actriz para dedicarse a la música, una idea que ya la rondaba, pero que floreció con la restricción: “Todo fue fluyendo en mi carrera, no tuve dificultades en hacer teatro al comienzo, no tuve dificultades en hacer televisión y permanecer hasta que me echó a patadas la dictadura, no tuve dificultades, he tenido un angelito ahí que me ayuda y me protege siempre. Cuando quise dejar de actuar y dedicarme a la música tampoco me costó... Es mi gran amor la música, cambié de profesión, di semejante viraje y mirá qué bien. Pero bueno, la actriz estaba prohibida, entonces saqué adelante la canción y la canción pudo vivir.
–De cambio, pero no de lucha. Yo pensé: ¿No me dejan actuar? ¿Estoy prohibida como actriz? Bueno, “Puerto Pollensa” es de María Celina Parrondo. ¿Y quién es ésa? Yo. Marilina Ross estaba prohibida, no yo, además nunca había cometido ningún delito...
–Sí, porque en mis canciones cuento las cosas que me pasan, de las que soy testigo, o que me dan bronca. Siempre tienen que ver conmigo. Y si me ayudan a mí pienso que pueden ayudar a alguien más...
–Porque si no hablamos de frente y con la verdad es difícil empezar a cambiar algo. Creo que como todo, lo primero es develar, quitar los velos a lo que sea y a partir de que nos estamos viendo, ya nos podemos comunicar de otra forma distinta. Y podemos crecer con eso y podemos modificarlo o asimilarlo. Es decir, si yo estoy hablando con vos estoy hablando de mi verdad si no nos podemos comunicar. También es cierto que si las ficciones no encerraran algo de verdad los clásicos no existirían, pero a mí no me salen bien (risas); debe ser eso.
–No era mi intención que fuera un himno, pero si lo es está bien, por algo será.
–La gente lo adoptó como un himno gay, ya se puede hablar de eso (risas).
–Para mí es lo mismo, no le veo la diferencia a las palabras. Gay es lo que no es heterosexual.
–A mí me gusta gay que es alegre, me gusta más la alegría.
–Es que yo no soy gay, no puedo decirte que soy gay. Te diría que soy bisexual si nos ponemos un poco estrictas. Yo amo, después veo a quién. Yo amo, el rótulo lo ponen los demás, yo pongo el amor.
–¿No tendrá que ver el machismo con eso? No sé, nunca me detuve a pensarlo... supongo que el machismo es la gran causa.
Fue un infarto en 2002 lo que la obligó desde entonces a una vida sedentaria. Una restricción que le abrió el camino hacia una herramienta que ahora la fascina como es sentarse en su computadora y estar conectada con el mundo. Marilina Ross no se pelea con lo que le toca, se adapta, lo aprovecha. Así es como ahora se da el gusto de volver al Opera acompañada por voces a las que le gusta escuchar y que le van a hacer el honor de cantar sus canciones. Si algo le enseñó la enfermedad, dice, es andar más lento. Y cuenta la historia de la tortuga que “fue el animal más rápido hasta que se rompió unos cuantos dientes y supo, al andar lento, que había campos de zanahorias”. Vivir es cambiar, insiste, por eso se pelea con los rótulos que le han impuesto: “Pero yo trato de saltármelos, porque los rótulos lo que hacen es matarte, es una cosa fija, estática, es parecido a la muerte, mientras que la vida es movimiento, es cambio”. Y si de algo es capaz, es de cambiar, o mejor, de transformarse. De María Celina Parrondo en Marilina Ross, de actriz en compositora y cantante, de cantautora en internauta. Todo sin dejar de disfrutar de ese fondo verde que crece en pleno corazón de Buenos Aires, su lugar, y desde donde enuncia el próximo deseo:
“Good show, y papas fritas, como decía Tato Bores, pero como papas fritas ya no puedo comer, me quedo con el good show.”
Y eso seguramente es lo que habrá, cuando el Teatro Opera se abra otra vez para ella.
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