ENTREVISTA
José Quiroga nació en La Habana. Trabaja en el departamento de Letras comparadas y en el de Letras hispánicas de la Universidad de Emory en Atlanta, Estados Unidos, donde vive alternando parte de su tiempo en Puerto Rico. Antes de “encerrarse” a terminar una serie de ensayos sobre La Habana y mientras lucubra un proyecto sobre literatura pop, que incluye a Reynaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig, entre otros, presentó en Buenos Aires Mapa callejero, crónicas sobre lo gay desde América Latina (Eterna Cadencia), un libro que exuda sexo y también devela esos códigos de hombre a hombre que cada época ha ido modelando.
› Por Facundo Soto
—Surgió de conversaciones con María Moreno. En octubre empezamos a hablar acerca de la colección que ella dirige en Eterna Cadencia, principalmente por el furor de la crónica y el contexto donde se llevan a cabo. En mente teníamos el ejemplo de Carlos Mancilla, el cronista mexicano, porque es el modelo de libertad más importante que conozco. Se ocupa desde lo más alto a lo más bajo de las clases sociales. Me parecía que ese modelo se podía ampliar, seguir desarrollándolo, e incluir cosas que normalmente no se consideran.
—Poner poemas, fragmentos de novelas, ensayos periodísticos, observaciones antropológicas. La idea es abrir el registro de la crónica a distintos tipos de cosas que se vienen haciendo en América latina. No es solamente narrar lo concreto sino incluir en las crónicas el contexto de las sociedades latinoamericanas. Por eso está el encuentro de Salvador Novo y Federico García Lorca en Buenos Aires. Es abrir, dinamitar el campo de lo establecido.
—Se remonta a mi primer viaje a Buenos Aires en el año ’93, cuando venía a trabajar en los archivos de vanguardias históricas. Ahí me topé con un universo, capitaneado por Carlos Jáuregui, que me fascinó. En ese momento se estaba preparando la segunda marcha del Orgullo Gay. El trabajo de activismo que se venía gestando en este país me atrapó. La inteligencia se articulaba con el discurso minoritario, y éste con el del poder. Eso no se veía en Estados Unidos. Ahí me inspiré para escribir Trópicos del deseo, que corresponde a un momento de gran explosión de los estudios de la sexualidad en los ’90, y los programas sobre géneros.
—El libro está organizado cronológicamente. Los hilos conductores son varios. Uno tiene que ver con la calle, la exterior e interior, haciendo alusión a la homosexualidad y a la calle: la calle es lo que desborda a la homosexualidad.
—El libro comienza con una persona hermafrodita que trae una historia de calles y viajes muy marcada. Aparece el registro de lo interior, pero también el de callejear. Las crónicas tienen un registro histórico donde las historias van por la calle. En otra, el recuerdo de Martha Strada pervive por las anécdotas y chismes de los homosexuales que se transforman en saberes gays. Son cosas que queríamos registrar.
Hay casos duros como el del hermafrodita, donde el médico que examina al paciente lo trata como a una rata de laboratorio. Toda esa veta de finales del siglo XIX y principios del XX es un material inagotable de estudio.
—Porque antes relacionaban la sexualidad con lo criminal. Pero el asunto se disuelve más adelante. Muchos autores se pierden en la colección de casos. Se quedan pegados a lo que están observando, aunque también participan.
—Claro. Por eso, estas crónicas no desembocan necesariamente en una identidad sino que es una forma de perderse en lo público, en las calles, como decíamos hace un momento.
—En términos cronológicos, hay dos zonas muy interesantes, que son la de los años ’30 y la de los contemporáneos, que se enfrentaron con el rechazo institucional. Porque son gays abiertos, que ocupaban un puesto de poder en el gobierno sin ocultar su forma de vida. La primera corriente es la de Salvador Novo, donde cuenta que la moda de la época era depilarse las cejas, y eso era un dato que los descubría. No es tanto el modernismo histórico de principios de siglo sino el de México en los ’30. Con los contemporáneos, que más allá de reunirse en torno de la literatura, se comunicaban de otra forma: se escribían cartas, se pasaban libros, comenzaban a hablar en torno de lo gay como temática. La segunda zona es la de los contemporáneos. En los años ’70, con Perlongher, el trabajo del puertorriqueño Manuel Ramos Otero, que ocupa el lugar que Perlongher representa para los argentinos. Otero vivía en Nueva York, escribía cuentos, poesías, hacía performances. Era una loca temible, feroz y divina a la vez. Ese momento es interesante porque es donde se sientan las bases de lo que más tarde vendrá a ser el trabajo de la crónica. La selección que incluí de Perlongher es bastante antropológica, y allí ya tenemos una especie de nuevo sujeto que marca lo que vendrá.
—Hace 5 años estuve en Cuba. Parece que no pasa nada, pero pasa mucho. Es como que nada cambia, pero en dos años cambiaron muchas cosas. Lo que sucede en Cuba es que su verdadera historia no está registrada en el periódico, o en la prensa escrita. Hay grandes cambios que suceden en las calles de La Habana y no se registran. Internet hace que las cosas cambien. La distancia entre lo que se vive y lo que se escribe es amplia. Hay que señalar que a nivel oficial existe cierto reconocimiento en el campo de lo sexual. Por ejemplo, está el CNES (Centro Nacional de Educación Sexual), que permite celebrar el Día Internacional contra la Homofobia, donde muchos homosexuales salen a la calle. A nivel oficial ha habido ciertos cambios y garantías. Este centro tiene un sitio web donde la gente puede hacer consultas. Vi unos documentales del Festival de La Habana sobre dos travestis. Eso ya está hecho, tienen la garantía y el apoyo del gobierno.
—Yo, personalmente, no vi ninguna situación de homofobia o discriminación. Pero existen, sí. En los ’90 y principios de 2000 había locales gays sólo para los extranjeros. La situación era más difícil porque los habanenses no tenían acceso a esos lugares. En principio, digamos, por el tema de la moneda, el dólar. Pero eso también ha cambiado.
—Hay varios núcleos sociales, como siempre hubo, pero boliches gays no, no existen todavía. Hay fiestas privadas...
—Me gusta mucho la de los contemporáneos, en especial la de Martha Strada, porque relata la historia de una cantante que fue muy importante para el público gay de los años ’60 y ’70 en Cuba y que, si no fuera por esa voz de rescate de los gays habaneros, estaría olvidada completamente. Es también un homenaje, un proyecto de país en el que me identifico por su inclusión. Por razones estéticas también me llega, y por su contemporaneidad. El poema de Bernardo Arias Trujillo sobre Roby Nelson, donde relata el encuentro del jovencito en Buenos Aires, me gusta mucho. Es un texto lleno de droga y amor. Ese poema es desestabilizante con relación al discurso médico. El encuentro de Lorca con Novo también es fascinante.
—Sí, la loca estaba en la bancarrota y gastaba lo que no tenía. Es como las que no tienen para comer y aparecen en un carruaje... Lozada, la endeudada, se gastó 3500 dólares, que por supuesto no tenía, comprando ropa en una tienda. Ella creía que la tarjeta de crédito la validaba como ciudadano.
—Lo absolutamente raro de esa crónica, la lectura entre líneas que hay que hacer del texto. Tratándose de una figura tan importante en este país, es lógico que se incluya. Porque es una forma de inscribir esta historia dentro de la oficial.
—Las conversaciones que escuché el otro día en la barra de Contramano, tomándome un trago. Hay un elemento de cariño y simpatía que me provoca ese tipo de conversaciones, que son frívolas, ordinarias, banales, pero te ofrecen un croquis del presente, un mapa actual de dónde estás parado y qué está pasando alrededor. Uno de los posibles presentes que se viven en las ciudades.
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