ES MI MUNDO
Un grupete de consumidores de anabólicos vestidos según una versión trash del imaginario de Tom de Finlandia –o del fetiche de los uniformes en general– se convirtieron en la segunda mitad de los ’70 y apenas antes de la crisis del Sida en un plato camp empalagoso que licuó cierta cultura gay para servirla en todas las mesas, para todos los públicos. Aun acusados de dar a entender sin decir –de estar en el closet, bah–, si los Village People sobrevivieron es porque siguen sonando en cada fiesta para que todas y todos dejemos bailar a nuestra marica interna. Con brillo renovado ahora que las fiestas son de casamiento y de la mano de la productora Flor de la V, los VP vienen al Luna Park y en el bajo porteño ya empezó a destellar la brillantina.
› Por Diego Trerotola
Si hay algo que, si bien no inventaron, al menos sí impusieron los Village People, es el chongo de cotillón, la idea del macho completamente glam. Incluso casi que se puede decir que llegaron a democratizar la palabra macho hasta volverla contra sí misma, hasta destruir toda la violencia de género que implicaba, que implica. No quiere decir que la masculinidad como artificio no haya existido antes, es tan vieja como el mundo y circuló por la cultura gay de manera underground desde mucho antes. Lo que proponía este sexteto era volver lo varonil artificioso (como superlativo de artificial) hasta que lo masculino sea coreografía drag, puesta en escena pirotécnica del hombre como espectáculo irónico. De hecho, en la película No se puede parar la música (1980), protagonizada por los seis Village People, en su escena más caliente, con musculosos desnudos a diestra y siniestra, una patinadora rubia de tetas globalizadas y cuerpo torneado proto-Baywatch, tiene una remera que dice “Macho Woman”, en un juego de palabras para llevar hasta la máxima ambigüedad la consigna que coronó uno de los hits del grupo, “Macho Man”. Hay algo de contradicción, o de saludable paradoja, en cada gesto de estos chicos que pusieron el último brillo en la Era Dorada del Disco y que hicieron del gay chic, de la primera etapa de la asimilación masiva de la cultura homosexual, un juego camp que se podía bailar.
Desde 1977, en una Nueva York que se debatía entre raros peinados nuevos que iban de la contracultura punk al pop ida y vuelta, los Village People cristalizaron los arquetipos de la masculinidad gay para volverse las reinas del carnaval camp donde ser macho es un disfraz divertido. Deliberadamente post-glam, en lugar de los juegos dinámicos entre los géneros, los Village invirtieron su ingenio en construir la hipermasculinidad como glamorosa, inflando tanto los rasgos viriles hasta que se volviesen caricaturas. Casi que desactivaban la seriedad viril que, por esos años, pusieron en escena Freddy Mercury con Queen o Rob Halford con Judas Priest. Es que la estrategia de los Village People era reciclar el fetiche por los uniformes que existió siempre en la cultura gay para tranformarlo en seducción drag masculina. El arquetipo se imponía desde cierta variedad; el obrero de la construcción, el policía, el motoquero leather, el indio, el cowboy y el soldado, ahora convertidos en estampas de virilidad inflamada se ponían de acuerdo y a la moda: iban a la misma peluquería, al mismo gimnasio y podían hacer una misma danza sincronizada. Ahora ser varón no tenía que ver con una determinación biológica, nada era natural, todo era parte de una construcción coreográfica. Y así perfilaron el american gay of life y lo extendieron al planeta a través de una coreo risueña, esa que todxs activamos cuando suena la melodía de “Y.M.C.A.”, elevando como tic los brazos para hacer las cuatro inciales del gimnasio de los jóvenes chongos musculados, ese que recorren deportivamente en No se puede parar la música y que, si bien no tiene nada explícito sexualmente hablando, es la primera escena de una película apta para todo público con desnudos masculinos, frontales y traseros. El primer videoclip global nudista para toda la familia. Los muchachos de la banda, que soñaban con ser Judy Garland o protagonizar un musical de Metro-Goldwyn-Mayer, ahora redimían con el homoerotismo de vestuario a muchos gays que pasaban miles de horas imitando a Ginger Rogers, Cyd Charisse, Gene Kelly y otrxs divxs de la danza, encerrados frente al espejo del baño. Ahora, gracias a los Village People, las bolas tenían espejos para reflejar el deseo de muchos.
Sin embargo, a pesar de toda su homofilia, en su momento se acusó a la película de homofóbica, de estar en el closet. Había ciertas razones, por ejemplo, Vito Russo, en su clásico libro The Celluloid Closet, en los inicios de la década del 80 denunciaba que “el productor Alan Carr demandó para que se retracten rápidamente a los periodistas de la prensa de Hollywood que en 1979 habían anunciado que No se puede parar la música era una película de ‘tema gay’. Aún cuando Village People, más allá de la orientación sexual de sus miembros, es un grupo con una actitud gay y con un look perfilado por la subcultura gay, los productores se tomaron el trabajo de borrar cualquier implicancia gay de la película”. Como toda respuesta, Paul Roen sostiene en su libro High Camp: “Sí, admito que es una película mala, estúpida, cursi pero es megasexy y ultragay. Sin embargo, la palabra homosexual no es pronunciada. Y tampoco la palabra gay”. El tiempo le dio la razón a Roen, aunque Village People hizo todo lo posible para no ser encasillado como gay, hoy, desde los DJ de fiestas privadas hasta las musicalizaciones de las Marchas del Orgullo mundiales, varias de las canciones del sexteto son marca registrada de la ultramariconería. Bastan algunos acordes para que las pelucas de colores brillen más, para que el chongo tire plumas. Es necesario aclarar que todas y cada una de las letras de la banda se leen con doble sentido, pasando de lo sugestivo a lo obsceno sin solución de continuidad. Por ejemplo, el inicio de la tradicional canción irlandesa “Danny Boy”, que cantan en la película, adquiere otro significado en los labios de cualquier Village People: “Oh, Danny boy, las flautas, las flautas están llamando”. Y canciones como “Milkshake” son camp puro servido para la guarangada fácil.
También se señaló que la ausencia de diversidad física de los Village People es en parte responsable de la asfixia que propone el modelo de belleza raquítico de cierta ala masiva de la cultura gay masculina contemporánea, representando siempre el mismo tipo de contextura física, desgrasada, torneada en gimnasio, que se sigue multiplicado en cada rincón glttbi. Es verdad que ellos le pusieron el cuerpo al deseo de muchos, pero siempre era el mismo cuerpo. Sin embargo, también hay que reconocer cierta diversidad que existe en Village People en ese nivel, tanto en lo racial como en lo capilar. De hecho, antes de que la mayoría de las revistas y películas gay de los ’80, ellos erotizaron el cuerpo afrodescendiente, la piel negra, sin darle un rol subalterno, tanto como el pelo corporal y facial, mucho antes de que existiese de manera organizada la cultura de los osos.
En un principio, en la película No se puede parar la música también iba a actuar Divine, la diva trash de las películas de John Waters. Sin embargo, como cuenta Bernard Jay, el biógrafo de Divine, la idea fue descartada. ¿Transfobia o trashfobia? Tal vez, la escatología y la incorrección política de Divine fuese demasiado para la política chic de los Village People. Ahora, el próximo show que realizarán en Buenos Aires fue posible gracias a la gestión de la productora Florencia de la V. Esa tal vez sea una forma de venganza trans.
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