CINE
Santiago Giralt puede jactarse, en la misma semana, del estreno de Las hermanas L. y del premio que recibió Erica Rivas en el Festival del Mar del Plata como protagonista de otro film dirigido por él.
› Por Paula Jiménez
“Crecí en un lugar donde en un momento no hubo cine y alquilaba VHS para poder ver películas. Así fue que los domingos a la tarde miraba, por ejemplo, Tacones lejanos, de Almodóvar, y descubría que había un mundo maravilloso donde existía una posibilidad de vivir libremente la sexualidad. Entonces yo siento que mis películas tienen que comunicarle, de algún modo, a cualquier persona que casualmente las descubra, que a la sexualidad se la puede vivir sin ocultamientos, con alegría, e integrándola a un mundo diverso”, cuenta Santiago Giralt, el director argentino que en estos días presenta su film Las hermanas L. en las salas porteñas y que acaba de mostrar por primera vez antes del estreno –donde él mismo interpreta a un personaje gay–, en el marco del 25º Festival Internacional de Mar del Plata (película por la cual Erica Rivas fue premiada como mejor actriz en la competencia argentina).
Si algo caracteriza al cine de Giralt es la naturalizada convivencia de las diferentes elecciones sexuales que hacen los abundantes y alocados personajes de sus obras; dando cuenta de realidades y subjetividades que revelan una sexualidad prismática. Giralt no cuestiona las diferencias, no interpreta las elecciones, no produce disonancias: integra. El resultado de esto es que Willy Lemos encarne, por ejemplo, a la madre de Las hermanas L., sin que el director se vea exigido de justificar esta inclusión con ningún tipo de aclaración argumental extra. Cuando se le pregunta, responde: “Willy compone personajes femeninos perfectos, maravillosos, complejos, y a su vez tiene elementos que saben remitir a otra época, a otro cine. Nos servía para la locura de esta mujer, Cocó, que vive en ese lugar mental de estrella caída. Era ideal. Y hacer la escena fue increíble, porque decís ‘acción’ y se pone en marcha un actor extraordinario”.
Tanto en Las hermanas L. como en el resto de sus películas se advierte una pronunciada facilidad para consustanciarse con los universos que proponen sus personajes (con la diversidad que la vida propone, mejor dicho) y hacerlos dialogar. En su film anterior, Toda la gente sola, por ejemplo, Alejandro Urdapilleta encarna a un pastor evangelista gay y Erica Rivas a una muchacha que aborda, con una actitud típicamente masculina, a un chongo que sale de un gimnasio. Ambos terminan tomándose un whisky juntos en una terminal de micros y contándose sus fracasos, como dice el tango. Es que Giralt expresa a través de los variados caminos vinculares, las alternativas a un modelo que pocas veces el cine se atreve a desafiar. Cerca de Jung y en los antípodas de Alberto Migré, este director explica: “Mis personajes, en general, están un poco más allá de ese momento de crisis arquetípica del melodrama, porque también ellos reconocen que pueden estar en el lugar del otro”. Y esta capacidad de identificación móvil, de motorcito queer que no osa afianzarse a un modo monopólico de construir las sexualidades, los géneros y las alianzas amorosas, resuena en la textura narrativa de cada uno de sus guiones. “Tengo una idea de hacer una peli sobre el amor múltiple –dice el ambicioso Giralt, proyectándose a futuro–, no sólo sobre el matrimonio de dos sino de muchos. El tema del casamiento gay me cambió mucho. Hay una frase de una amiga que es madre, y dice: ‘Para criar un niño se necesita de todo un pueblo’. Ese es mi concepto de familia. La familia para mí tiene que ver con la idea de la comunidad, para que no aparezca la neurosis, el concepto burgués. Me parece que quiero hablar de un entramado de lazos humanos que contienen.”
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