ES MI MUNDO
Se acaba de editar Por mi culpa, un nuevo disco de Chavela Vargas, algo así como un tributo de sus amigos, donde la voz de ella, envejecida y tenaz, reaparece como fantasma encantador capaz de paliar errores y mediocridades. A los 91 años, otra vez su canto resurge como de las cenizas, del desamor y del tequila. Esta culpa no figurará, sin dudas, entre sus mejores discos, pero difícilmente será el último.
Almodóvar, quien alguna vez dijo que de haberla conocido a tiempo no se habría dedicado al cine por parrandear y aprender a llorar con ella, también la nombró en su olimpo personal junto con Bola de Nieve y Edith Piaf como una de las tres voces más dramáticas del siglo XX. Chavela Vargas es una leyenda, nacida en Costa Rica y más mexicana que los murales, capaz de vestirse de hombre en el México más feroz de hace setenta años, cantar rancheras a la audiencia femenina, codearse con la realeza y la farándula de Hollywood, ganar tanto dinero como para construirse un mundo mejor, abandonarlo todo durante 20 años por el alcohol y regresar cuando todos pensaban que estaba bajo tierra. Pero lo más sorprendente de esta leyenda, que incluye lo de llevar escondido un cuchillo bajo el poncho rojo, haber matado un hombre y cumplido un año de prisión, como se dice de Gardel, robar mujeres a caballo, conquistar princesas y estrellar un Jaguar contra un árbol, es que las anécdotas que ni se cuentan también son ciertas. Chavela ha sido, además, un icono de las lesbianas de México, de todos los países de habla hispana y de donde la oyeran temblar y llorar. En los ’90, a su regreso de los 20 años de ostracismo, habló en un programa de televisión sobre su lesbianismo y luego dio más detalles de su vida y de sus amores en una autobiografía que publicó en 2002. “No estudié para lesbiana –dijo entonces–, ni me enseñaron a ser así. Nací así desde que abrí los ojos al mundo. Nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjate qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme.” Y en una entrevista en El País lo dejaba claro: “He tenido que luchar para ser yo y que se me respete, y llevar ese estigma, para mí, es un orgullo. Llevar el nombre de lesbiana”. Orgullo del estigma y del sonido de aquella palabra, Chavela Vargas ha reflexionado muchas veces sobre su condición y la de tantas. Y alevosamente ha sabido darle encanto a un término tantas veces confundido con el barro, la desviación, la delincuencia y la vergüenza. Como cuando, en su “Mocorina”, Chavela Vargas canta “Ponme tu mano ahí”, la palabra lesbiana cuando la encarna ella suena a lo que es: provocación, canto profundo, irresistible seducción.
Cuando hace diez años Chavela visitó la Argentina, el poeta y periodista Fernando Noy registró de una larga charla una serie de citas memorables. A continuación va este compendio de iluminaciones chavelianas, más y más leña para el fuego de su leyenda.
“Si desde chicos hubiéramos buscado lo hermoso de todo, si nos hubieran enseñado qué era la vida... No eso de decirnos tanto que no nos acostemos con ningún señor porque nos dejaría panzonas. Así llego a esta edad y veo que no sé nada. Nada sé. Entonces me vuelven a sorprender tantas cosas, por ejemplo, la gente de la Argentina, con algo muy dolorido, pero sereno adentro. Me acuerdo del tango ‘Mocosita’ y de lo que decía: ‘No te olvides que ella es mujer, no te dejes convencer’. Adoro a Discépolo y tuve la suerte de conocer a Gardel en Nueva York. Me dio la mano y quedé impresionada, tanto que esa pasión por Gardel continuó con este amor por la Argentina con su tango lascivo, prohibido, arrabalero, doloroso. Ese tango sensual tan parecido al flamenco. En el flamenco muchos mueren muy jóvenes, de droga, de desilusión y de qué sé yo, esas causas por las que morimos los cantantes. Debe ser cuando nuestro arte toca los umbrales prohibidos. Posiblemente Gardel también tocó esos umbrales. A veces cuando me pongo a analizar una canción y le busco otras vueltas y errores, no puedo hacer nada. Compruebo que la he llevado casi a la perfección. Entonces siento miedo porque estoy tocando esas cosas prohibidas que al individuo humano no se le permiten, sobre todo a una mujer. Es cuando comienzan los cuentos y las consejas sobre mí. Comentan que me robo las gentes a caballo. Muy difícil. Un caballo sobre una calle asfaltada, imagínense... Cuando voy a Vallejos, en España, y oigo el cante gitano, me pregunto qué pacto, qué desesperación, qué está buscando esa raza al fin de todo. En el fondo lo mismo que busco yo, algo que nunca encuentro; y ya vi que no era el amor.”
“En Hollywood tenía una credencial que me permitía entrar a los ensayos con sus grandes estrellas, desde Katharine Hepburn, Ava Gardner hasta Bette Davis. Ellas te decían que había que llegar al escenario realmente frío, con una especie de tranquilidad que en realidad no sientes. Después descubrí que lo más terrible de un escenario es el ingreso desde la primera cortina hasta la llegada a la boca del proscenio. En ese trayecto aparentemente corto no tienes mamá, ni hijos, ni nadie. Es la soledad más grande. No existes más que tú y el público. Yo siempre ingreso de puntas, se me olvida que no tengo tacones. Cuando logro posar los talones y pisar el suelo, pienso: ‘Por fin’. Pero mientras estoy de puntitas pasa una eternidad.”
“Vivir junto a Frida Kahlo y Diego de Rivera ha sido una de las experiencias más increíbles. Aprendí tantas cosas... Yo era una niña ignorante. Lástima que se me haya quitado la ignorancia, porque fui muy feliz siendo completamente ignorante. Aprendí política, conocí a Trotsky. Todos ellos no parecían tener nada de comunistas. La pasaban muy bien y se divertían mucho. A León todo le daba risa. Un día, Diego me pregunta: ‘¿Crees que soy comunista?’. ‘Pues no, no lo creo’, le respondí, también muerta de risa. Los vi pintar, reírse, como los vi morir. No sé por qué siempre se van los que uno más ama.”
“No entiendo al hombre blanco que lucha por llegar y, cuando logra ser famoso, empieza a rodearse de policías para que ni lo toquen. De verdad no entiendo nada. A mí podrían agarrarme y llevarme a donde apetezcan. Para qué has luchado tantísimo por llegar y luego te pones gafas. Ahora acaba de aparecer Rin tin tin. Como le digo a Ricky Martin. Rin tin tin, pareciera terrible, cambia de novia a cada rato. Y yo me pregunto: por qué se engañará tan fácil a la gente. Otro es el hijo de Julio Iglesias, contando por televisión minuciosamente cómo hace el amor. En este caso aplico el lema ‘Dime de qué alardeas y te diré de qué padeces’. El cuenta que puede hacer el amor más de diez veces por noche. No logro entender con quién. Tal vez con alguna elefanta del zoológico. Cuando vea a Isabel, su madre, de la que soy muy amiga, le voy a comentar: ‘Yo no sabía que tu hijo era tan así, tan ah... tan ohhh’... Seguro me va a pedir que me calle. Es como su padre. Siempre dicen que Julio Iglesias contrataba a mujeres guapísimas y les ordenaba a sus representantes: ‘Cuando yo llegue a esa esquina, se desmayan todas. Páguenles bien’. Después la gente se preguntaba cuál sería el secreto de Julio Iglesias en la cama. María Félix fue una señora toda la vida analfabeta. Luego, cuando se fue a París, aprendió a hablar francés y regresó superculta. No se rían, es cierto. Hablando otro idioma, hoy la cosa cambia. Pero para una que habla un puro nahuatl...”
“La noche con su más grande brillo la he vivido en Tecoxtlan, alrededor del Cerro de las Joyas. Es un lugar extraño, justo donde el dios Quetzalcoatl abandonó sus sandalias de oro, donde he estado con un pedazo de luna entre las manos. Es el mismo valle sagrado donde naciera María Tepoztlan. Todas las mujeres del mundo, en el fondo, nos llamamos María. Y yo, en lugar de hacerle una canción al cerro o a la luna, le compuse una canción a María, un personaje que en verdad existe.”
“A la muerte la respeto muchísimo; me resulta simplemente el paso de una cosa a la otra. El miedo es a lo desconocido. Si se pudiera regresar, yo ya me habría muerto hace rato. Debe ser un descanso tremendo luego de tantas preocupaciones. Es como esto de ir envejeciendo: te sientes llena de recuerdos y a veces llegas a criar joroba, agachada por los años y el peso del pasado. El doctor me aconsejó que tomara una caja de antioxidantes. Me sentí como una motocicleta con ruedas, triste de verdad. Yo en vez de antioxidantes voy a seguir tomando un aceite muy bueno, Texaco, para coches.”
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