› Por Alejandra Varela
Cuentos Completos
Thomas Mann
Edhasa
960 páginas.
Como si un rayo misterioso lo hubiera partido en dos, Thomas Mann fue un ser marcado por la idea del doble.
Construye su narrativa en el trazo que forma la mirada de sus personajes solitarios. Como en Bernard Marie-Koltès, la mirada es un código del amor entre los hombres, no un mero regodeo de voyeur. Mirar implica imaginar, prolongar al extremo todo lo que queda suspendido en ese encuentro casual de Aschenbach con su presa. Mann escribe en Muerte en Venecia una crónica de la homosexualidad destinada al secreto, al silencio y al rechazo, no sólo de la sociedad que vigila cada gesto, sino del propio ser amado. La homosexualidad es una instancia íntima, casi existencial, que se resigna a la contemplación porque es exclusiva del amante. La concreción de ese amor es trágicamente imposible.
La lectura de los Cuentos Completos, que presenta la editorial Edhasa, permite sumergirse en un film expresionista de los años veinte. Escenarios hospitalarios, como los del cuento “Tristán”, muestran una medicina del laboratorio humano donde en esos seres frágiles puede imaginarse el laborioso entramado que construyó Mann para hacer de su matrimonio burgués un refugio frente a sus ambigüedades sexuales. El juego del doble se extiende en sombras alargadas donde las verdaderas pasiones no pueden siquiera sospecharse, la represión es la estética que controla las acciones de los personajes.
Hay una conciencia que asume la pose atildada del padre de familia, el marido con una bella mujer de la aristocracia alemana, pero existe un cuerpo, “la única forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos” y es ese cuerpo el que le señala a Mann que el mayor enemigo de la homosexualidad es la burguesía. A ella dirigirá sus burlas, su humor elegante.
La escritura es el germen de la homosexualidad que distancia a Tonio Kroger del mundo de las diversiones y los deportes. No se trata sólo del amor desmedido que el adolescente Tonio siente hacia su compañero de escuela, el verdadero drama se encuentra en que Tonio lee Don Carlos de Schiller y escribe poemas mientras que su amado Hans de catorce años toma lecciones de equitación y “piensa en las cosas en las que todo el mundo piensa y de las que se puede hablar en voz alta”. La narrativa de Mann es el espacio confesional del susurro donde encontrará el permiso de contar aquello que en la vida debe ser sacrificado.
La literatura es la palabra clave para nombrar la homosexualidad como una maldición que inquieta y subleva la vida en común. El personaje del cuento se vuelve incomprensible, anhela y envidia esa normalidad de los rubios y esbeltos, como una anticipación de la figura dominante del ario, pero disfruta de cierta superioridad como el albatros de Baudelaire, castigado por el virtuosismo de su diferencia.
El lector de hoy podrá encontrar algo de esa tensión que invade los films de Lucrecia Martel donde flota, como un tema lateral, casi al descuido, un deseo entre mujeres que nunca se consuma ante las cámaras pero que espesa el ambiente a tal punto que las imágenes parecen el resultado de una fantasía, del estado mental de los personajes atenazados en una pasión que engendra culpas.
Mann podría ser también un personaje de Antonin Artaud. “Usted se queda, señor; el mal no le da miedo”, le dice el peluquero a Aschenbach. No, el mal le causa fascinación, delira al imaginar que la peste que llega con la fuerza del mar va a destruirlo todo y podrá quedarse a solas con Tadzio. Para consumar ese amor entre hombres, pareciera afirmar Mann, es necesario que la sociedad entera desaparezca. Así como Artaud veía en la peste la posibilidad de que los sujetos se despojaran de su máscara diaria y mostraran el costado más irracional y salvaje, todo aquello que la cultura reprime y que la peste ilumina para darle lugar a lo incontenible, Aschenbach es el extranjero que está fuera de sí “y nada aborrece tanto como volver a sí mismo”
En la estrategia del doble que funciona como germen del expresionismo alemán, esos dos que conviven en un mismo cuerpo, negándose y odiándose uno a otro, no pueden llegar a una síntesis que permita la calma espiritual. Es una manifestación antisocial propia de un mundo donde el huevo de la serpiente está por romper la cáscara. El drama estallará en ese cuerpo donde el doctor Jekyll terminará tragándose a Mister Hyde.
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