BINIZA CARRILLO SE PREPARA PARA LA VELA. EN LA OTRA PáGINA, YA ESTá LISTA.
Existe un lugar en México, en esa franja de tierra conocida como el istmo de Tehuantepec, donde las travestis, llamadas muxhes como una derivación de la palabra mujeres, ocupan un lugar destacado en la organización familiar, en la sociedad y además tienen un día protagónico en noviembre, en la festividad de Las Velas, donde todo sucede gracias a ellas. Esta especie de paréntesis en la transfobia generalizada si bien no es un verdadero paraíso, en muchos detalles se le acerca bastante.
› Por Juan Tauil
Fue Vicky, la mujer de Sol, quien ofreció llevarnos. Eramos la militante travesti Diana Sacayán, el performer chileno Víctor Hugo Robles y yo los afortunados que conoceríamos ese lugar llamado Ojo de Agua de Tlacotepec, manantial cercano a Juchitán, en el estado de Oaxaca, unas horas antes de ir a las famosas “Velas”, las fiestas de las muxhes.
Salimos de la ciudad en un antiguo sedán. Vicky nos miraba por el retrovisor mientras fumaba y reía con nuestras ocurrencias.
“En Juchitán, la homosexualidad se toma como una gracia y una virtud que proviene de la naturaleza”, afirma el escritor zapoteco Macario Matus. Se refiere seguramente a la existencia de las muxhes, objeto de culto, de curiosidad, estrella de las fiestas populares, motivo de nuestra visita a México en pleno calor de noviembre. Las muxhes son aquellas personas que, como describe la antropóloga Marinella Miano Borruso, “nacido hombre biológicamente, se desarrolla en el mundo de las mujeres, es hija destinada a la soltería y al cuidado de los padres, que reproduce, como las mujeres, la cultura tradicional y tiene vedado el ingreso al mundo masculino de poder y las decisiones, se vuelve gay, desborda los límites prefijados culturalmente, se autocelebra, exige reconocimiento de parte de las instituciones, exhibe la capacidad de manejo de la sexualidad masculina, produce e incorpora a la tradición elementos culturales propios”. En algunos casos, cuando hacen falta hijas y un hijo varón no expresa la “natural” agresividad de los varones, la misma madre cría al niño favoreciendo una serie de comportamientos atribuidos socialmente a las niñas. Por esto no es raro ver a niños muxhe menores de 10 años, acompañando a la mamá a vender en el mercado o aprendiendo de ella a bordar, agrega esta autora. Cuando uno se acerca mucho a Juchitán advierte que no estamos en el paraíso de las locas, que seguimos en México, en Latinoamérica, en este mundo. Lesbianas y homosexuales que no se travisten, no corren con la misma suerte. Contrariamente a lo que pensaba, la presencia lésbica es muy reducida: las únicas “ngu’ius” (lesbianas) que conocí son Vicky y Sol.
Ser lesbiana está considerado como una desviación o una enfermedad que jamás alcanza el status social del muxhe y generalmente es reprimida; las mismas palabras usadas para nombrarlas —”ngu’iu”, en zapoteco y “marimacho” en español— tienen una connotación despectiva que no tiene la palabra muxhe.
Lejos de la urbanidad, el camino se hizo más árido, con enormes distancias secas e islotes de palmares. De repente irrumpen algunos peñascos, donde los enormes cactus sobrepasan las plantas achaparradas que llegan hasta la vera del camino. Entre ese vergel surgen las aguas, como un tesoro escondido. Diana fue la primera en tirarse al manantial, un enorme piletón natural color turquesa. Se tiró desnuda, presa de una libertad inusual, virgen, originaria. Al verla recordé la leyenda que nos contó el día anterior Betty —la bioquímica del pueblo, amiga de las muxhes—, que narra los sensuales baños que la princesa azteca Coyolicatzin tomaba en esas albercas del color del cielo. Ahí mismo conoció a Cocijoeza, rey zapoteco, quien quedó prendado de su belleza. Con su matrimonio terminó la guerra que diezmaba hacía mucho tiempo a ambos pueblos. Diana nadó, rió, bailó entre los peces que acicalan a los bañistas como atrevidos dermatólogos. Inmortalicé ese momento Sarli con unas fotos, mientras Víctor Hugo gritaba: “¡Quítate el calzón, quítate el calzón!”, con una botella de cerveza en la mano.
Tal griterío atrajo la atención de unos muchachos que se refrescaban cerca. En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos lxs tres tomando “chelas”, comiendo tacos y charlando con los desprejuiciados chicos de la zona. “Pos si vinieron hasta aquí, tienen que conocer los alrededores, lxs llevamos nosotros”, propuso uno de ellos, el líder del grupo. La camioneta era roja, ranchera, entramos sólo 9, número pecaminoso si los hay. Después de haber comprado varias latas de cerveza más, salimos del balneario, vimos pasar fincas, sembradíos, erectos machos cabríos. La volcánica excursión terminó para los lugareños en el puesto de tacos y para nosotrxs en la iglesia del pueblo. Llegamos adobadxs por tanto alcohol, pero con la energía intacta por la exorbitante cantidad de aderezos picosos que comimos a la sombra de las enormes carpas que rodean el manantial: tortillas con guacamole y sopa de pollo. En la entrada de la iglesia de Juchitán ya estaban esperando que comenzara la ceremonia algunas muxhes que, junto a varias mujeres, iban a desfilar, acompañando a los organizadores de la fiesta denominada Vela a recibir las bendiciones del párroco. El cortejo estaba ataviado con todas las galas típicas, haciendo honor a uno de los vestuarios más ricos de todo México: el traje tradicional istmeño. Adentro de la iglesia, los “mayordomos” —una muxhe y un hombre encargados de organizar durante todo el año la Vela— lucen también sus mejores vestuarios, se abanican sus lujos que refulgen al sol del mediodía y escuchan atentamente el sermón.
Ella es la mayordoma de la Vela que se hará en la noche y forma parte del grupo “Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro”. Amaranta, por ejemplo, ocupa un lugar de jerarquía política por su acceso a centros de estudios superiores y tiene una formación profesional e intelectual que la llevó a postularse a un cargo político.
Las Velas son un festejo anual por los logros obtenidos para la comunidad, la corporización de la vocación solidaria de gremios u organizaciones sociales de diversas índoles.
El calor del istmo en pleno noviembre es insoportable, aunque la humedad es baja y los vientos constantes que azotan la región regulen la temperatura. El vestuario de las mujeres y de las muxhes contradice el clima; no así el de los hombres, que visten delgadas camisolas blancas y pantalón. El sermón del cura es bastante más permisivo en cuanto a la diversidad sexual que el de estas latitudes, pero no menos hipócrita, sobre todo en la parte en la que culpabiliza a los medios de comunicación de la discriminación, como si la Iglesia Católica no tuviera una tradición de 500 años al respecto. Cuenta una leyenda popular que Dios le pidió a Vicente Ferrer, santo patrono de Juchitán, que llenara un saco con homosexuales para que dejara uno en cada lugar por donde pasara, pero al llegar a Xihitlán (ahora Juchitán) tropezó, se le rompió el saco y todos se vaciaron ahí. Una vez terminada la misa, los mayordomos salientes entregan el mando a los nuevos —otra muxhe y otro hombre, ambos destacados dentro de la sociedad— y todos nos dirigimos hacia la puerta de la iglesia, donde ya se había armado el vistosísimo cortejo hasta la casa de Amaranta, en las afueras de la ciudad. Toda la sociedad deja sus quehaceres para salir a ver el cortejo, los hombres de la estación de servicio saludan a las muxhes, las mujeres que hacen las compras en el mercado sonríen al ver pasar la multitud.
Biniza Carrillo se mueve por las calles linderas al mercado de Juchitán como una verdadera estrella. Ella, como otras tantas muxhes, forma parte del grupo Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro, que ya tiene 35 años y que cumple un rol social preponderante, como el de la educación sexual mediante la coordinación de encuentros juveniles y la organización de talleres educativos y festividades tradicionales. La mujeres atareadas la saludan como si fuera una vieja amiga y los muchachos piropean su andar matrón. Encontramos una mesa en un bar, pedimos tequila, unos tacos y salsa picante, y empieza la charla. “Ahorita yo tengo un novio, que es mío solo. Pero si tuviera novia no hay problema, lo podemos compartir, ya sea entre muxhes o con otras mujeres”, aclara. Una muxhe amiga, en la mesa de al lado, borda un huipil. “Nosotras nos encargamos de las cosas de la casa, somos muy hacendosas... y también somos buenas en otras cosas”, acota picarona. Muchas muxhes que son las hijas mayores de la familia toman una gran responsabilidad respecto de sus padres y hermanos: deben aportar económicamente y acompañar en el proceso educativo familiar. Pero estos roles que parecen sacados de la España franquista, que relegan al homosexual a ese lugar secundario, fue dando lugar a otro tipo de tareas más fuera del hogar, como la lucha contra el sida y cargos políticos y culturales de gran prestigio social.
Llegan Amaranta y Diana Sacayán, amigas activistas de muchos años. Mientras que Diana hace un trabajo territorial que consiste en agrupar, acompañar y organizar a las compañeras travestis de la zona de La Matanza, Amaranta coordina actividades que implican un traspaso de sabiduría de parte de las trans a la comunidad. Esa es la gran diferencia: en nuestro país todavía no se valoran los conocimientos culturales que una travesti puede aportar. En ello radica el gran paso en la aceptación social, aunque en la sociedad oaxaqueña aún persisten bolsones de heterocentrismo. Amaranta se suma a la charla: “Nuestro trabajo de prevención del VIH está centrado en la pertinencia cultural. Esto no significa traducir la información —sobre prevención, el acceso a información y a los insumos preventivos, del combate a la discriminación y estigmatización— de manera literal. Más bien es hacer un ejercicio de diálogo hacia adentro, intracultural, dentro de las propias comunidades para encontrar los conceptos y la manera de transmitir la información. La cultura oral nos construye y eso en nuestra lengua favorece mucho porque se transmite exactamente lo que tú quieres decir. Cuando lo transportas de otro lado, hay palabras que cuesta mucho traducir pues uno tiene que confrontar con valores preestablecidos de la propia cultura. A estas alturas no hay una cultura étnica pura, hemos ido cambiando y creo que hemos zapotequizado las cosas, nos apropiamos de lo externo sin perder nuestra identidad”. Kenia se suma al grupo, con su look más parecido a Ru Paul que a Frida Kahlo. Su maquillaje, las lentes de contacto de color, los tacos súper altos y su vestido de lycra evidencian la lucha cultural que se libra en esas latitudes, aunque la gran mayoría de las muxhes adopta la vestimenta tradicional. Ya está decidido que la próxima reina será Kenia, pues ya tiene el dinero para afrontar semejante responsabilidad”.
En el desfile de muxhes llamado “Regada”, ellas arrojan regalos a los presentes desde carrozas alegóricas; ollas, fuentones y otros utensilios para las amas de casa, y caramelos y juguetes para los niños. Así, las muxhes tejen un firme entramado con su sociedad desde una visibilidad asociada a momentos festivos de gran valor simbólico y tradicional. “Las muxhes me excitan mucho”, escuchamos decir a un chico de no más de 15 años que miraba extasiado el desfile. Es muy común que los varones jóvenes se inicien sexualmente con una muxhe o con un hombre homosexual. “Ya uno se da cuenta que los muchachos buscan más que un corte de pelo cuando se aparecen en la peluquería justo antes de cerrar; escojo a los que me gustan y les digo que pasen luego”, explica Fermín, peluquero masculino, alardeando de su estrategia a la que recurre muy seguido. Alvaro —esbelto mozo panameño que atendió a la delegación extranjera— se quejaba de lo difícil que es conseguir mujeres en Oaxaca. “Si te enamoras de una chaba, más vale que tengas mucho dinero, pues debes pagarle a la familia si tienes algo con ella, y mas aún si es virgen”, situación que explica el hecho de que la mayoría de los hombres debuta sexualmente o mantiene relaciones esporádicas o higiénicas con una muxhe o con otro hombre, una manera de cuidar la “etiqueta” de una mujer y de evitarse gastos con prostitutas. De hecho está bien visto que el hombre heterosexual tenga relaciones con otro hombre tras un intercambio de dinero, cerveza u otros bienes, siempre y cuando sea en el rol de activo. En ese contexto, las muxhes se erigen como maestras en las artes amatorias, suelen desvirgar a mancebos parientes o vecinos con la explícita autorización de sus padres. Por ello es que la gran mayoría de los hombres del istmo han tenido o tendrán en algún momento de sus vidas un acercamiento carnal con las muxhes, hecho que disminuye drásticamente los actos homofóbicos, aunque aún suceden casos aislados de travesticidios e intentos de robo o de violencia, como le pasó a una joven trans de la delegación extranjera a la que un agraciado joven en bicicleta engañó llevándola a un lugar apartado con sensuales promesas, y una vez ahí trató de arrebatarle la cartera que fue defendida con garras y dientes.
Una vez que estuvimos vestidos con nuestras galas, fuimos en un taxi hasta la Vela, en una especie de estadio a menos de diez cuadras del hotel. Los taxis son tan baratos que eran un vicio corriente entre la delegación extranjera. Cada muxhe es la encargada de un puesto en la fiesta; ellas son las encargadas de invitar a personalidades destacadas de la zona, como médicos, bioquímicos, actores, políticos, músicos y activistas de todas las latitudes. Cada puesto entrega botanas abundantes, llenas de platos típicos donde redundan los camarones, las paltas o aguacates, tortillas de maíz de todas las formas, frijoles refritos, moles de pollo o de carne, pescado salado —una especie de charque muy común en el istmo—, empanadas de diferentes tipos y, por supuesto, las chelas o cervezas. La única paga para poder asistir a la Vela es un cartón de chelas, que puede ser Corona o Victoria. Se puede ver a los asistentes que entran a la fiesta de a dos, un hombre y una mujer o una muxhe; ellos son los encargados de llevar los cartones en el hombro izquierdo y entregárselos al puesto, donde se sumergen las botellas en enormes piletones de hielo, lo que garantiza una rotación constante de cerveza bien helada.
Las muxhes calculan que los asistentes superaron las 7 mil personas, provenientes de varios puntos cercanos a Juchitán. Hay dos escenarios enormes, uno en cada punta, en el que suenan grupos musicales de moda. En un momento de la noche, las principales representantes de Las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro suben a una enorme pasarela para presentar a las muxhes que participarán de la elección de la reina, muxhes venidas de todos los rincones de Oaxaca y de otros estados. La gran mayoría de las muxhes opta por usar la vestimenta típica oaxaqueña; algunas se visten al estilo occidental, con vistosos vestidos de cóctel. La ganadora tiene que estar dispuesta a invertir muchísimo dinero, ya que será la encargada de difundir la Vela del año entrante y para ello deberá usar vestuarios costosos, deberá viajar y representar dignamente a sus compañeras. La fiesta se extiende hasta entrada la mañana, momento en que se debe regresar para poder participar al día siguiente de otra fiesta: “La lavada de ollas”, que antiguamente se usaba para ayudar a los mayordomos a arreglar y limpiar el desorden de la Vela propiamente dicha. La lavada de ollas no es otra cosa que una nueva bacanal, pero esta vez empieza más temprano y se desarrolla durante el día. Las botanas son igual de abundantes que en la vela y las chelas siguen circulando a medida que los invitados ingieren más comida. El lugar es un poco más reducido y está decorado abundantemente, simulando una selva repleta de bananeros de cuyos troncos cuelgan racimos de bananas enormes. Amaranta y las otras muxhes están tan frescas que nos hizo preguntar si eran las mismas o éstas eran unas dobles. “Esto no es nada —aclaró Biniza—. Mañana viene la recalentada en casa de Amaranta.” Tal como su nombre lo indica, no es otra cosa que comer las botanas que sobraron de la lavada de ollas y, por supuesto, ingerir muchos litros más de cerveza.
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