ES MI MUNDO
De artista callejerx a arpista de una iglesia. De prodigio musical a freak de circo. Del miedo a la valentía. De objeto de culto a escaladora profesional de árboles y artista otra vez. De hombre a mujer. Con casi 60 años, Baby Dee ha transitado muchos caminos que hoy la convierten en una de las cantautoras más increíbles de los últimos tiempos.
› Por Ariel Alvarez
La figura de Baby Dee es de las que aparecen en muy pocas ocasiones en el mundo de la música. Es de esas que definen de una manera precisa (y en este caso indomable a la vez) al amplio término de cantautor. Y en esa precisión se mezclan lo ambiguo, lo oscuro, la furia, la fragilidad y lo absurdo. Como también se mezclan muchos nombres al oírla cantar: Shirley Temple (a la que homenajea con su vestuario y llegó a personificar en un show completo), Tom Waits, Judy Garland y ese espíritu de opereta de veinte centavos de Kurt Weill.
Baby Dee es transexual. Con casi 60 años, muchos de los cuales vivió siendo (como ella misma lo define) “una simulación de hombre”, ha editado siete discos que son piezas únicas que retratan algunos pasajes de su vida. Una vida poco común, como lo es el instrumento con el que se siente más cómoda: el arpa. Una vida que es la fuente de sus canciones llenas de belleza, inocencia y dramatismo. Con letras conmovedoras, simples y complejas a la vez, su música despierta un sentimiento de nostalgia por algo que no sabemos qué es y nos parece que la hemos escuchado toda la vida.
Baby Dee nació en 1953 en un suburbio de Cleveland, Ohio. La música estuvo siempre presente en su familia. Su abuela tocaba el piano con su tío abuelo violinista en las salas de cine mudo. Y era ella la cómplice y mejor amiga de su, por aquel entonces, pequeño nieto. Cuando Dee tenía 5 años se apareció en la piscina del barrio con las uñas de los pies pintadas, y todo el vecindario se rió a carcajadas ante la ocurrencia. El comenzar a sentirse mujer se entrelazaba con sus sueños de artista: “Me gustaban las cosas de niña. Pero por otra parte soñaba con ser Beethoven o Mozart. Crecí convencida de que no estaba dotada para las letras y, por eso, nunca pretendí ser poeta o cantautora. Pero lo soy. Eso sí, de no haber sido transexual, quizá no actuaría en vivo, pero seguro que continuaría componiendo. Supongo que lo que me hizo diferente de los demás también sacó la intérprete que llevo dentro”, declara.
Ocurrió un día que sus vecinos de enfrente se quisieron deshacer de un piano. Lo sacaron al patio de adelante y lo empezaron a romper, para que así, hecho pedazos, pudiera caber dentro de los botes de basura. La imagen de los dos jóvenes dando martillazos al instrumento fascinó a todos los vecinos del barrio. Baby Dee tenía 4 años y recuerda ese día en que la destrucción se transformó en una fiesta: “Todos los hombres del barrio (mi padre incluido) vinieron con hachas y palancas y martillos y se convirtió en el acontecimiento épico de la cuadra”. Y por este hecho fortuito se comenzó a despertar su pasión: “Fue ahí que aprendí que por dentro, el piano es una arpa de hierro fundido que es muy difícil de destruir. Así que todos los pedazos se fueron yendo, pero se quedó el arpa. Los hombres de la basura no se la llevaban, y estuvo durante meses en el jardín de mis vecinos. Y me enamoré de ella”, afirma. En su canción “The Dance of The Diminishing Possibilities” (“La danza de las posibilidades decrecientes”) dice: “Hay un arpa dentro de ese piano/ Hay una niña dentro de ese niño”, una metáfora de su transformación, así de simple y verdadera.
Siendo un joven inquieto, Dee llegó a Nueva York con una beca para estudiar arte y pintura, cosa que hizo durante cuatro años, hasta que se decidió a vivir de lleno de la música. Para pagar sus estudios musicales se convirtió en artista callejerx cantando en las plazas canciones clásicas con su peculiar estilo. Uno de sus maestros, al notar su obsesión por el canto gregoriano y el Renacimiento, le sugirió aprender a tocar el órgano y así conseguir trabajo en una iglesia. Por algún motivo Baby Dee pensó que esto era razonable y al poco tiempo tenía trabajo en una iglesia del sur del Bronx: “Fue algo que pensé que sería el trabajo de mi vida”, recuerda. Pero su sexualidad que se manifestaba cada vez con más fuerza le hizo saber que se equivocaba: “¿Cómo pude pensar eso? ¡Qué vergüenza! Prefiero ser recordada como alguien que hacía orales en la Décima Avenida que como alguien que se hundió tan bajo como para tocar el Ave María de Schubert en las bodas y los funerales”.
Es así que, decidida a convertirse en la mujer que era volvió a las performances callejeras, pero con actuaciones muy peculiares: “Al ser transexual la gente iba a verme sólo a mí todo el tiempo, entonces yo iba a darles algo para que miren, y a su vez iba a devolverles la mirada a ellos también. Esa era la actitud”, dice desafiante. Empezó a trabajar en los espectáculos under de Coney Island como el circo Bindlestiff y el Kamikaze Freak Show, donde tocaba el acordeón vestida como el hermafrodita circense clásico (traje mitad hombre, mitad mujer). Con el dinero que ahorró se fue a Europa, donde estuvo muchos años integrando varias compañías circenses: “De pronto quise ir a Irlanda y encontrar un arpa antigua y hermosa, algo realmente estúpido, porque es imposible encontrar un arpa antigua y hermosa en Irlanda, pero por supuesto yo lo hice”. Volvió a EE.UU. y vestida de oso, montada en un triciclo gigante, tocaba con el arpa “Claro de luna”, de Debussy, en las calles del bajo Manhattan.
Fue allí que conoció al cantante de Antony and the Johnsons, el otro artista transgénero predilecto de Nueva York, y éste la invitó a tocar el piano en su banda. La notoriedad que consiguió en la escena la llevó a los brazos de David Tibet, el líder de Current 93, grupo emblema del folk gótico inglés, y con él se animo a publicar su primer CD. Little Window fue editado en el 2000 y es para muchos una obra maestra en donde la voz de Dee y el sonido del piano y el de su arpa dan vida a experiencias y personajes de su pasado: sus padres, sus amigos y por supuesto los prejuicios y su manera de enfrentarlos: “Simplemente intento ser yo. Aunque a veces ser uno mismo acarrea problemas de cara a los demás. Hubo momentos en los que intentaba joder a la gente, pero era sólo porque estaba harta de que me jodieran a mí. Más adelante me di cuenta de que cuando la cuestión del género dejó de ser relevante para mí, dejó de serlo también para el resto del mundo”, dice convencida. Luego de grabar su segundo disco, el maravilloso Love’s Small Song en 2002, Baby Dee desapareció.
Convertida a estas alturas en un mito viviente, su ausencia de los escenarios sirvió para que se tejieran las historias más locas acerca de su desaparición. Se llegó a decir que se había entregado de lleno a la religión y que se dedicaba a cuidar “viejos malolientes”, cosa que en parte era cierta. A punto de cumplir los 50 años, Dee regresaba a Cleveland a cuidar a sus padres, que estaban enfermos. Pero la locura de la realidad superaba cualquier habladuría: la artista dejaba el arpa de lado para convertirse en escaladora profesional de árboles, su nueva pasión. Durante cinco años se dedicó a su negocio de silvicultura (cuidado de árboles), pero el destino aceleró su vuelta a las tablas: un tronco cayó sobre el techo de una clienta dejando a su empresa al borde de la quiebra y comenzó a padecer vértigo, con lo cual no pudo trepar más. Pero por sobre todo la decidió el llamado de la banda Superwolf para que abriera sus shows en el 2007. Esta participación dio como resultado el disco The Robin’s Tiny Throat.
Su regreso a los escenarios es el resurgir de su carrera. Transformada en la artista de culto por excelencia, sale de gira con Marc Almond y The Dresden Dolls y editó en 2008 Safe Inside The Day (Segura dentro del día). Grabado en una sola toma, este disco la lleva a reflexionar sobre los momentos duros de su infancia y su vida adulta con una poesía engañosa que entrelaza la fragilidad con la valentía y la alegría. Y es que Baby Dee aprendió a no temer más y presenta su personalidad descomunal con una franqueza tremenda.
El año pasado publicó su última obra A Book of Songs for Anne Marie, un disco que viene acompañado de un libro en donde la artista nos regala textos inigualables. Su nombre, al igual que su música, suenan cada vez más, y de a poco se prepara para salir del circuito gay alternativo, esa especie de refugio que al principio protege pero que también asfixia: “Me niego a tocar solamente en clubes maricas a las cuatro de la mañana. Me encanta actuar en locales gays, pero no quiero limitarme a ellos. Cuando actuaba en la calle lo hacía para todo el mundo: polis, albañiles, señoras mayores, ricachonas, putas, niñeras, puertorriqueños que me dejaban un hueco en los jardines traseros de sus casas... Siempre me ha parecido interesante esa variedad. Sólo evitaba a los mormones”.
Baby Dee en estos momentos ha logrado niveles de popularidad que no creyó posibles. Pero en su vida y en su arte supo enfrentar los prejuicios. Su transexualidad, que en un principio llamaba la atención de la gente, en parte no la dejaba crecer. Pese a esto, va camino a ocupar el lugar que una cantautora de su calidad merece, sin importar su sexualidad: “Por regla general, dos cosas te aseguran la fama: que la gente quiera ser vos o que la gente quiera coger con vos. Y en mi caso particular, ambas cosas conllevan un peligro”, declara entre risas, y agrega: “A veces creo que haber llegado hasta aquí es un milagro. ¡Qué demonios: es un milagro!”.
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