Vie 11.03.2011
soy

ENTREVISTA

Ser gay es un milagro

Gabriel Rugiero comenzó su carrera de actor en Canal 13, trabajando en ciclos como Mañana puedo morir, con Narciso Ibáñez Menta; Mi hermano Javier, con Juan José Camero y Gigi Rua; en Telecataplum con los humoristas uruguayos. Años más tarde, viajó a la India y conoció a Sai Baba, se especializó en astrología y calendario maya. El brujito maya es verborrágico, gracioso, inteligente, luminoso y, por momentos, emotivo. Sus manos acompañan el ritmo de las palabras, levanta el rostro hacia arriba cada vez que se expresa, como si ordenara sus ideas o esperara órdenes de los astros.

› Por Enrique Solinas

¿Cómo fueron tus comienzos en televisión?

—A los diez años levanté el teléfono, llamé a Canal 13 y dije: “Quiero ser actor”. La que atendió mi llamada se mató de risa, me citaron al otro día y comencé a trabajar. Yo ya tenía en claro mi vocación. A los trece años mi mamá me cortó lo de la tele porque faltaba mucho al colegio. Hacer televisión implicaba eso, pero creo que ella tenía miedo porque la asociaba, junto con el teatro, a la homosexualidad. Te hablo de los ’70, durante la dictadura. Y seguí haciendo talleres de teatro, de canto, de todo lo que podía.

¿Cómo piloteaste esos años?

—Algo muy sanador en esa época fueron los grupos de Marilina Ross, de Sandra Mihanovich, la puerta de los recitales de Celeste Carballo, empecé a conocer a otros de 15, 16 años, de mi edad, y que sentían como yo. En esa época no existía Internet, el chat o Facebook. Por primera vez comencé a tener amigos para compartir esa sensibilidad diferente. Fijate que ya estamos hablando de los ’80. Ir de la mano por la calle con un hombre era penalizado por edicto policial. Cuando estuve en pareja, a los 16 años, tenía que besarme en la oscuridad de la puerta de alguna casa porque era la única forma de despedirme. Por eso, “Soy lo que soy”, de Sandra Mihanovich, en 1984, fue una revolución. Por primera vez podíamos gritarle al mundo nuestro sentir, fue grandioso, liberador. Nos reuníamos todos los jueves en un bar de Av. Corrientes, en Pernambuco. El fin de semana íbamos a Parque Sarmiento, donde cantábamos las canciones de Sandra y de Marilina. Allí tuvimos nuestros primeros romances, mi primer beso en la boca fue con “Puerto Pollensa”. ¡Y los domingos a San Telmo, al pub de Monona, en la calle Humberto Primo!

Bastante diversión a pesar de todo.

–Bueno, depende. Me acuerdo de una chica que los padres le habían encontrado una carta de amor de su novia. La echaron de la casa y las dos se fueron a vivir a una pensión, eso fue muy fuerte. Había horror por un lado y también había solidaridad. Entre todos las ayudamos a juntar plata para pagar la pensión, porque ni trabajo tenían. A mí esas historias me enriquecieron, estoy agradecido a ellas porque por eso soy el que ahora ves.

De niño actor a muchacho en busca de su lugar. ¿Cómo surge en los medios “El brujito maya”?

—Empecé con el tema del “Brujo Maya” cuando estaba haciendo un curso de Historia y Arte Precolombinos, alrededor de los ’90. Y cada vez fui investigando más y más. Lo que más rescaté de todo eso es que estaba aprendiendo a “vivir en arte”. La propuesta de los mayas es que tu vida sea una obra de arte, que cada acto de tu vida lo vivas de manera artística y así conectarte con tu naturaleza creativa. A los 19 años empecé a escribir mi primer libro, La constitución del amor, que luego publicó Planeta en 1996. Lo tradujeron a 18 idiomas, hasta se hicieron ediciones caseras y una en Braille. Cuando fue la Guerra del Golfo, me llamó el agregado cultural de la Embajada de Irán para decirme que había una traducción de mi libro al farsí. Me dijo que “cómo me atrevía a hablar de la paz, si no la conocía”, porque el libro se leía entre trincheras. Fue escrito desde el corazón, lo escribí en respuesta a la violencia que sentía a mi alrededor. Yo no necesitaba estar en la Guerra del Golfo para saber cómo era, bastaba con salir a la calle y sentir toda la violencia del mundo.

¿Ya entonces eras “El brujito”?

—En el año ’94 tuve una columna en Muchmusic y en el ’97 fue mi explosión con Giorgina Barbarrosa en “Movete” por América, ella me bautizó “El brujito Maya”. Así entré a los medios por la puerta grande. Después hice tres temporadas más con Carmen Barbieri. Yo aprendí todo de la televisión en vivo con Georgina y con Carmen. Y después hice radio con Jorge Rial, tuve mi columna en la revista Paparazzi y ahora estoy en la revista Mía. La fama fue tremendamente sanadora. Me dio un lugar en el mundo y, sobre todo, me dio “inmunidad diplomática”.

¿Ser gay fue un impedimento para tu desarrollo profesional?

—Yo siempre blanqueé mi homosexualidad y me siento muy querido por todo el mundo artístico. Creo que la gente me dio un lugar dentro del espectáculo. Supe transmutar el dolor de mi infancia, me di cuenta de que si yo vivía sumergido en la tristeza, la guerra la ganaban los que me hacían sufrir por mi sexualidad. Por eso yo me inventé a mí mismo, creé este personaje, desde los pies hasta la cabeza, la túnica, mi lenguaje. Soy mi mayor obra de arte.

Lo decís con cierta pena o cierta nostalgia.

—No. Ser gay es la bendición más grande que tuve en la vida, es un milagro. Yo no sería quien soy si no fuera gay. Me permitió ver la realidad de una manera distinta, con una sensibilidad diferente, con otra textura, otro color. Para mí es algo bellísimo. Nunca tuve problema con mi sexualidad, el problema era de los demás, que no les gustaba que fuera gay. Recuerdo la primaria y la secundaria, recuerdo esa etapa como algo triste, negro, de mucha agresión. Violencia física y verbal. Me sentía todo el tiempo amenazado, iba al colegio con miedo. Así viví mi infancia y mi adolescencia. Durante mucho tiempo hice terapia para darme cuenta de que yo le tenía miedo al aula. Con todo ese dolor hice belleza, lo transformé en arte. Siento que hay que sanear la sociedad, con presencia, con trabajo. Un suplemento como Soy es fundamental. Yo tengo una visión holística de mi sexualidad. Creo que la homosexualidad es una respuesta ecológica a la expansión demográfica. De esta manera, la especie se autorregula, preserva el amor porque el amor es lo más importante. Los gays somos el futuro, la heterosexualidad será la excepción.

¿Cómo creés que te recepciona la gente?

—Maravillosamente. Soy una especie de Marta Minujín del horóscopo. A veces siento que vivo en un pueblo. Voy caminando por la calle y la gente te saluda, como si te conociera. Abrazo a todo el mundo, la televisión tiene eso. También aprendí que uno no puede gustar a todos. Hay un 30 por ciento de la gente que piensa que soy un pelotudo y me encanta. Somos un espejo del otro. Cuando la gente ve en mí belleza, está reflejando su belleza interior. Cuando la gente piensa que soy un imbécil, se proyecta en mí. “Lo que dice Juan de Pedro, habla más de Juan que de Pedro.”

¿Y cómo llegás a la fotografía y al cine?

—En el 2001 entré en crisis, me pregunté “¿aquí es donde quería estar?”. Entonces empecé a estudiar arte, cine y fotografía. Hice la muestra fotográfica Pájaros rojos que fue un homenaje a los poetas homosexuales de izquierda. Después hice Hombre desnudo Arte Gay, que hablaba de cómo a partir de principios del siglo XX, el hombre gay rico cambió el desnudo en la pintura y en la fotografía. La muestra fue con desnudos masculinos y en ella hablé de desnudarme yo para desnudar al otro. Pasé de ser un “objeto de consumo” a ser el sujeto que observa. También en el 2002 filmé mi primer corto con Diego Olivera y Ana María Giunta. En el 2005 comencé a filmar documentales. Filmé en Ciudad Oculta, sobre los derechos de los niños, hice un documental sobre Mosquito Sancineto, también el documental Ariana, una locutora trans, con la intención de dignificar al travesti y al transexual. Al mismo tiempo hicimos una muestra en el Centro Cultural Konex, donde las travestis fueron protagonistas en distintos oficios y profesiones. Por ejemplo, Marlene Wayar hizo de arquitecta, Naty Menstrual de odontóloga. En este momento estoy filmando sobre transexualidad masculina, hay poca información sobre aquel que ha nacido con anatomía femenina, pero su psiquis es masculina. Y el que subvenciona todos mis proyectos es “El brujito maya”, él es mi mecenas.

Por último, ¿te casarías?

—¡Obvio que sí! Mi corazón está vacante, ando buscando un osito para dormir abrazado.

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