Recién se estrena el genial reality de RuPaul, pero no es el primero en explorar los cruces de género y las preferencias sexuales diversas. Aquí, algunos ejemplos, algunos errores y un breve panorama de cómo la tevé local busca explotar la sensibilidad queer.
› Por Ignacio D’Amore
Semanas atrás, la señal de cable VH1 estrenó la temporada 2 del reality norteamericano RuPaul’s Drag Race, coproducido y comandado por la famosísima drag queen RuPaul. El formato es ya clásico: varias participantes, un desafío semanal que culmina con una eliminación y un jurado más o menos ilustre. RuPaul se desmonta para ser coach de las aspirantes, aconsejando y encaminándolas en las diversas competencias, y se tira toda la producción encima para la noche en la que se delibera cuál de las chicas quedará fuera. Es decir, funciona de modo dual, como hombre/tutor y como drag/jurado. Sin intenciones de arruinar a nadie la sorpresa, vale aclarar que la temporada que hoy vemos en Latinoamérica terminó originalmente en abril de 2010, con belicosa ganadora. Por su parte, VH1, en los spots promocionales emitidos aquí, demuestra haber interpretado pobremente la premisa del show, subtitulándola con la frase “La más linda es la que gana”. ¡No, chicas! ¡Ni en America’s Next Top Model buscan (sólo) belleza! En Drag Race hay que ser divina, es cierto, pero asimismo –o justamente para serlo– hay que saber posar, desfilar, imitar famosas, bailar, voguear, hacer playback, coserse la ropa, peinarse las pelucas, maquillarse sin piedad, y tanto más. Es ésa la clave, pues una drag se construye y se inventa a sí misma por completo. Sin el oficio, el coraje y el buen gusto necesarios, no hay campeona.
Tal fue el éxito del show en EE.UU. que LOGO, la cadena televisiva orientada al público Glttbi que emite Drag Race en ese país, ya produjo una tercera temporada, y concibió, además, un desprendimiento denominado Drag U, en el que señoras recatadas e introvertidas son dragueadas por RuPaul y sus secuaces, logrando así desarrollar en ellas su encanto, atracción y carisma femeninos. Lo que se dice una mujer-mujer. Ya lo advierte Ru cuando da inicio a los desafíos: “May the best woman win!” (“¡Que gane la mejor mujer!”).
Hace algunos años, pudo verse en nuestro país un reality show pionero en la temática gay: Queer Eye for The Straight Guy. En él, cinco mariquitas especializadas en buen gusto intervenían la vida de un hombre hétero para explicarle cómo vestir, comer, cocinar, comportarse (¡!) y decorar su casa correctamente. En ocasiones se trataba de pobres chongos de los que las mujeres escapaban, de tan desaseados o faltos de onda; en otras, eran sus propias esposas o novias las que pedían socorro a los queer, hartas ellas de lidiar con las uñas sucias de los pies, los partidos de fútbol americano a todo volumen o las latitas vacías de cerveza a modo de novedosos adornos en el living room. Haciendo uso de y aludiendo al extendido estereotipo que califica a los gays como gente de buen gusto, gente leída y de modales agradables, el programa funcionaba como crónica del radical cambio del sujeto en cuestión, y habitualmente culminaba con una cena romántica o familiar observada vía satélite por los cinco especialistas, que daban una devolución final.
También en VH1 pudo verse, hace un par de temporadas, el programa A Shot at Love with Tila Tequila, una muestra (más) de que la reality TV, cuando es mala, es pésima. La idea era que Tila, ex chica Playboy bisexual nacida en Singapur, lograse encontrar un amor entre participantes de género femenino y masculino. Todxs juntxs en una gran casa, mucha parranda, bebidas blancas, escándalos, piñas, arañazos, enfiestes varios. Casi como Soñando por bailar, pero sin delta. La bella Tila escogió en la temporada 1 a un muchacho con el que muy poco después rompió lazos; en la segunda, a una muchacha que sabiamente la rechazó.
Otro dating game, emitido hasta hoy por MTV, es Next (Próximo/a), formato similar al recién comentado, pero a velocidad videoclip. Un o una participante busca concretar una cita, un encame, una pareja o una amistad, para lo cual la producción le prepara cinco o seis pretendientes que van, una por uno, siendo descartados, todo en el correr de una tarde y atravesando diversas locaciones y pruebas. ¿Qué diría Roberto Galán, creador y conductor del recordado Yo me quiero casar, ¿y usted?, si presenciara estos descalabros románticos y hormonales televisados?
Seis temporadas tiene el reality show por excelencia –Gran Hermano– en su versión local, seis temporadas en diez años de cambios espectaculares en algunos sentidos que bien pueden seguirse a través de la elección de los concursantes. Si en el primer envío el casting incluyó a Gastón Trezeguet para dar de comer al ansia voyeurista de quien quería tener un gay encerrado en el experimento de la casa, el hábil muchacho ahora devenido productor del ciclo esperó hasta estar afuera para extender sus quince minutos de fama. Es que en 2001 la homosexualidad todavía era una condena: Marcelo Corazza, ganador de ese primer ciclo fue vapuleado hasta el asco después de que el actual conductor estrella de GH, Jorge Rial, mostrara una cámara oculta que transformaba al chico de su casa que había ganado a la casquivana Tamara -con pasado de bailarina de caño- en un “perverso” que rogaba por un beso a otro hombre en la cabina de un auto. Aun cuando la dosis de moralina que se invirtió en aquel primer experimento fue bajando con las sucesivas temporadas -hubo espacio para el triunfo de una mujer que había “confesado” su pasado de prostituta-, gays, lesbianas y trans no tuvieron un cartel tan rutilante como el que se les dedicó este año tanto en GH como en el otro reality del verano, Soñando por bailar. Claro que ni unos ni otros podrán participar de la economía del deseo que se instala en la “casa” o en la “isla”. Están ahí, se habla de ellos o ellas, se discute su condición -sobre todo si son trans, pero se ningunean sus existencias a la hora del romance y el erotismo. De hecho, Luz, primera lesbiana visible en un reality, sólo tenía espacio para exagerar estereotipados movimientos sexies destinados al público femenino en los escasos momentos de descontrol. ¿Será por eso que hay tan poco sexo en GH? En la “isla” hubo y hay un poco más, aunque, claro, cuando le tocó el beso a Julieta, la bailarina trans, fue sólo para denigrarla al momento siguiente y echarla en la primera oportunidad. Es que queremos ver gays, lesbianas y trans en la tele. Pero, por favor, que se comporten. Que den espacio a la tolerancia y para eso tienen que ser discretos o al menos graciosos/as y no malhumoradas como Luz, a la que se le ve lo resentida que es y por algo la sacaron de la casa.
Y esto recién empieza. Porque Showmatch, el megaprograma de Marcelo Tinelli, prepara su dosis de exhibicionismo para la próxima temporada con la complicidad del director de teatro José María Muscari: “Desafiaremos el formato tradicional mundial, por primera vez vamos a ver bailar a dos hombres”, dijo Muscari, que está buscando soñador mientras los conductores de chimentos le muestran los pectorales de los candidatos como mejor argumento. El show debe continuar.
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