Vie 11.03.2011
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¿Decir o no decir?

La lectura de la nota de Alejandro Modarelli sobre la salida del closet y la carta crítica del lector de la semana pasada, donde se ponía en cuestión el tema de “esa obligación de decir qué es uno”, me llevó a plantearme ciertas preguntas respecto de las categorías identitarias y de su relación con lo público y lo privado. Cuestión problemática que, con sus diferencias, ambos textos están pensando: ¿por qué exacerbamos tanto la idea de individuo privado separado de lo colectivo y de lo público?, ¿por qué no cuestionamos si esto es posible de hecho y de derecho?, ¿por qué pensar, además, en la identificación en una categoría como un mero gesto rotulante y quedarnos sólo con esta ponderación negativa? Me parece que asumir una identidad categórica, queramos o no, tiene un valor que va más allá de lo individual, porque el gesto de autodenominación identitaria establece pertenencias transindividuales, supera el ámbito personal privado e impacta en el ámbito público. Al identificarnos en términos categóricos articulamos nuestra individualidad con un colectivo; en algunos casos esto se convierte, necesariamente, en un gesto político. Esto se vio con claridad, en el caso de las identidades LGBT, en las recientes luchas para acceder al pleno goce de derechos civiles (matrimonio igualitario).

Cuando se piensa que asumir una identidad públicamente atenta contra el derecho a “la vida privada” se cometen dos errores, a mi parecer: por un lado, creer que de hecho eso es posible, tener una vida privada absolutamente separada de lo público y sus categorías. En otras palabras, nadie nace o vive desclasificado. Y, además, se piensa el asumir una identidad como una obligación y no como una posibilidad de acción o liberación. Esto se sostiene sólo si se considera que el valor máximo e inalienable del individuo es el dominio pleno de su ámbito privado.

Pienso que sólo asumiendo la clasificación categórica, en primera instancia, podemos revertir la sensación de repugnancia que nos causan las categorizaciones para luego torcerlas, resignificarlas. Cuando digo que nadie nace desclasificado quiero decir que toda acción se hace desde dentro de una categoría, no desde afuera: al mango se lo toma desde dentro de la sartén. Salir del closet bien puede situarnos de otra manera dentro de la categoría que abruma y nos mantiene encerrados: salimos de ella para entrar de otra forma. Insisto con mi ritornello: no hay que pensar a las categorías sólo como una condena asfixiante, también pueden ser convertirdas en principio y vehículo de la liberación: cuántos angustiados “fags” pasaron a ser alegres “queers”.

Hace poco, navegando en Facebook, me topé con una página que decía “si María Elena Walsh hubiera salido antes del closet, todo hubiera sido más fácil”. Lo que parecía un inocente divertimento se me aparecía con un valor de verdad: repensé los límites de lo privado y del compromiso colectivo que está más marcado cuando la figura es pública, pero que atañe a todos. Porque todos somos María Elena Walsh: salir del closet no se ciñe exclusivamente al ámbito de lo personal-privado ni tiene que ser visto como un gesto sacrificial, sino que es una identificación que establece un vínculo que puede ser productivo en términos colectivo.

Por eso creo que exacerbar la categoría de individuo privado y despojarla con pretendido derecho de su vínculo necesario con lo público-colectivo puede llevarnos a una apatía política que constituye uno de los males de la época del neoliberalismo. Además, nos hace recaer en la dicotomía que estamos tratando de criticar y que genera el punto de conflicto de autor y de lector de marras. Porque considero que salir del closet y asumir una categoría activamente no se trata ni de responder a un outing como una demanda pública moral sacrificial (la vieja escuela de la militancia), ni de pensar un coming-out bajo la misma lógica del individuo puramente libre para decidir en su ámbito privado, sino del gesto solidario primario en el que toda acción política reivindicadora se sustenta de un “auto-outing”.

Emiliano Marello

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