Viernes, 1 de abril de 2011 | Hoy
A LA VISTA
El mismo martes de esta semana en que Gisel Choque decidió volver a Buenos Aires, sus atacantes quedaron en libertad, a pesar de la causa judicial abierta donde consta el brutal ataque sexual y las secuelas que ella sufrió a principios de marzo.
Cuando Gisel fue atacada por dos boxeadores que ahora están libres, fue a hacer la denuncia acompañada por su padre y hermanos, quienes trabajan como peones rurales en General Güemes, el pueblo salteño donde ocurrió todo. La impunidad con la que se movieron Maximiliano Nieva y Alfredo Rivero, el primero de ellos un ex campeón sudamericano de boxeo, el otro más joven pero de la misma profesión, hizo pensar a Gisel que no sólo iban a quedar libres, sino que también iban a intentar vengarse. Por eso decidió volver a Buenos Aires. Mucha agua había corrido bajo el puente desde 2007, cuando encaró el camino de vuelta a Güemes, el lugar donde nació y del cual había querido irse para intentar un trabajo lejos de la prostitución que, como travesti, había conocido como única salida económica. “En Buenos Aires no tengo familia pero es todo mejor”, le dijo Gisel a El Tribuno, un diario provincial. Por “mejor” entiende Gisel el anonimato, porque en la Capital tampoco encontró trabajo. Sin embargo, el miedo la atravesaba mucho más profundamente en las calles de asfalto de la ciudad que en las de barro que conoce de memoria y donde fue atacada. Y volvió buscando algo de la contención que su familia le daba.
La agresión fue atroz; ocurrió en la madrugada, en la ruta 34, donde Gisel esperaba un colectivo para volver a su casa. Poco importa si estaba trabajando o si ya había terminado, ella dice que no, que quería volver a casa y que estos tipos le insistieron para que subiera. Ella lo hizo. La llevaron a un descampado, la violaron a punta de pistola y le rompieron la nariz de una trompada.
Los abusos, los golpes, las amenazas fueron constatadas por la policía y Nieva y Rivero fueron detenidos, pero al cierre de esta edición de Soy, el juez de instrucción formal 8, Federico Diez (quien había caratulado la causa como abuso sexual con penetración, robo, privación ilegítima de la libertad y lesiones) no justificó su decisión.
Los crímenes de odio se cobran víctimas todos los días; la degradación y marginación contra travestis, el trato denigrante y la facilidad con la que son reducidas a objetos que se pueden humillar y matar sin consecuencias, es moneda corriente.
Si este caso se hizo conocido no fue por su brutalidad sino gracias a la relativa fama de los dos violadores. Pero la prensa operó con un trato absurdo y discriminador, que salta a la luz en la aclaración constante de que se trata de “un hombre disfrazado de mujer”, y en la descripción que el diario El Tribuno hace de la víctima “de rasgos autóctonos, bajo y regordete, pero con modales muy femeninos” no sólo como si eso minimizara el daño sino como si la única imagen posible de una travesti sea la proyectada por Florencia de La V desde el brillo de la marquesina: alta, flaca, fibrosa, descollante.
Este suplemento intentó comunicarse con El Tribuno. Muy amablemente, el periodista Sergio Tapia atendió el llamado. Pero a pesar de haber entrevistado a Gisel y a Nicolás, su papá, Tapia dijo que la versión le parecía exagerada y que por eso pensaba entrevistar a Rivero, ya que él “no fue el que lo golpeó” sino que lo hizo el más joven, Nieva, quien a su vez fue, según sus palabras, “el más agresivo y el que lo violó primero”. Ante la respuesta atónita de esta cronista, Tapia dijo que llamáramos más tarde, para intentar averiguar con él la versión de Rivero, “un remisero, ex boxeador, muy respetado y querido por acá. Si es que lo hicieron, quiero saber por qué lo hicieron”, explicó el colega. Más tarde, no atendió los llamados. Nos quedamos sin saber “por qué lo hicieron”.
Un nuevo caso en que la Justicia replica la impunidad sin dar explicaciones, pero también donde aparecen los medios habilitando una dinámica que reduce a ciudadanas de tercera a las travestis, sobre todo en el interior, donde noticias como estas se pierden en la inmensidad.
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