El culo es bastante más que la mullida parte del cuerpo que hace de nuestra posición sentada una estadía agradable aun en las condiciones más adversas. También es el lugar de cruce de múltiples significados que tienden tanto al disciplinamiento como al placer y la resistencia. En Por el culo. Políticas anales (Egales), Javier Sáez y Sejo Carrascosa analizan y desbrozan estos significados, recortando el amplio panorama en el culo gay, a sabiendas de que no todos son lo mismo, aun cuando parezca que de atrás no hay género que valga.
En su Breve historia del culo, el ensayista francés Jean-Luc Henning indaga cómo, en el mundo del arte, el culo femenino fue “privilegiado” frente al masculino. Privilegio extraño si ubicamos esta ansiedad de retrato en el marco machista y heteronormativo en el cual la sexualidad occidental europea desarrolló sus preceptos normativos-productivos. Hasta se llegó a fundamentar esta tendencia en la creencia de que la relación entre partes planas y partes salientes del trasero femenino hacían más agradable una visión de espaldas, como si dos turgentes manzanas apolíneas, efebas y masculinas le huyeran a tal ecuación de lenguaje kandinskyano.
Complicadas líneas argumentativas de la hegemonía sexista hicieron del culo femenino una pieza de retrato dominante en el siglo XVII y el iluminado XVIII. Pero, colando brocha en el siglo XVI, Miguel Angel otorgará al culo masculino la dignidad que le corresponde en un cuadro tan cristiano como el Juicio Final que luce en la Capilla Sixtina, aun cuando algunos de ellos, tanto en la zona de los/as condenados/as como de los/as agraciados/as, lo ocultan levemente con una tela, pintadas a posteriori por las quejas de Biagio de Cesana y del propio papa Pablo III. Miguel Angel se vengó del maestro de ceremonia vaticano Biagio al retratarlo allí mismo como un asno. Muchos de esos redobles de túnicas no se ahorraron mostrar las delanteras masculinas reposando sobre sobrias piernas: todo en un composé carnal y manosero inspirado en el Apocalipsis de San Juan. Pero estas audaces imágenes pintadas en el centro de residencia de la masculina jerarquía católica no marcó una época: el culo seguía siendo considerado femenino y la mejor visión que una mujer podía otorgar. Esto siempre bajo la forma de representación coloreada, pues a la sodomía sólo se le atrevía el Marqués de Sade entre tanta condena venida de tiempos tan remotos como del fantasioso e inexistente paraíso gay griego, que sólo permitía la frotación entre las piernas de querubines siempre más jóvenes, mientras el “maestro” de masculinidad trataba a su mujer como un animal parlante.
El culo es entonces algo más que la mullida parte del cuerpo que hace de nuestra posición sentada una estadía agradable, aun en los subtes de la Línea H o el decorado del tramo final de nuestro aparato digestivo: el culo es un dispositivo de significaciones en el cual se atan prácticas de dominio, subjetivación, placer y resistencia. El culo no sólo es el ano sino también los glúteos, que son una especie de cubierta a la “profunda degradación” depositada entre sus gajos. Como sostiene Omar Acha: “El orificio no es, sin más, representable públicamente”.
Así, el culo gay (en éste se centra el libro) es un dispositivo abyecto, por eso la tautología empirista de “un culo es un culo” cae por su propio peso no sólo al rastrear la desigualdad en sus representaciones artísticas sino, también, al leer los discursos que lo abordan, no siempre por detrás, desde el Marqués de Sade que establece en su Filosofía del tocador una correlación entre circularidad del tracto rectal y la del miembro viril, hasta las dudosas –por machistas– consideraciones freudianas sobre una supuesta “evolución” de la libido y los placeres infantiles de la retención. Es por esto que a Sáez y Carrascosa no les tiembla la mano al llamar a Sigmund Freud el “oso” (comunidad gay que se particulariza por su peso, tamaño y abundancia de vello corporal) “que se va de ambiente” al rastrear en sus escritos El carácter y el erotismo anal (1908) y Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente el erotismo anal (1915) el abordaje de un erotismo en el trasero que adjudica a la musculatura con capacidad de apoderamiento de todo lo que allí se acerque. Los autores reconocen a Freud el haber reconocido estas tendencias anales, aunque sublimadas, en las personas adultas de “carácter anal”: económicas y tenaces para terror de los amarretes y voluntariosos. En esta misma línea, abordan el tratamiento del culo por parte de Ferenczi y Lacan como un espacio de salida dentro-fuera, pero nunca en dirección contraria o alternada, según el momento. La deuda del psicoANALisis sigue en la materia.
Así, la “erogenización” del culo que nos proponen en este libro, reconstruye un trayecto discursivo en la polisemia que acompaña al dispositivo anal en las ideologías modernas en torno del cuerpo, las que reproducen jerarquías que, al menos desde la modernidad, hacen compartir a la vagina y al culo un segmento desvalorizado: la supuesta pasividad de quien recibe. El género se reinscribe así como un discurso articulador del sexo y su supuesta materialidad, al decir de Judith Butler. El culo funcionó, al menos hasta el presente y en la moral expresa (no en las prácticas concretas del catre) como un término marcado frente al pene erecto. Y es alrededor de esta posición “pasiva”, feminizada por el machismo y el sexismo, que se construye no sólo la injuria (romper el culo, dar por el culo, etc.) sino también la imposibilidad de no salir manchado por recuperar la erogenización anal tanto en la teoría como en la práctica. No hay más que recordar que, en las torturas de los terrorismos de Estado y paramilitares de América latina (y ahora en el Irak “democrático”), el culo es una zona privilegiada para inscribir el horror como condición del despojo.
Como sostienen los autores, el libro no es una antropología ni una nueva taxonomía, sino ver lo que “el culo pone en juego”: vergüenza, hipocresía y hasta fascinación, que al menos en esta época en culturas diversas y separadas geográficamente, “si el sujeto penetrado se siente orgulloso o avergonzado, si es penetrado con condón o sin él, si es un culo rico o un culo pobre, si es católico o musulmán” (Sáez-Carrascosa). Lo que sí podemos arriesgar es que, en estas diferentes regiones y en la diversidad cultural, el dispositivo género-capital es transversal a los mismos, lo que hace necesario, aunque de maneras diversas, la abyección de poblaciones con culos gozadores, o no, a partir de la exclusión y el marcaje.
En este marco de desprecio, Sáez y Carrascosa se interrogan sobre si el culo es un órgano o un lugar desde donde replantear el sistema sexo-género, por lo que ambos autores proponen un recorrido por la práctica del fist fucking, del feet fucking, el sexo en situaciones de encierro y el VIH y sida como un problematizador de las explosiones anales de los años ’70.
El recorrido por el cine porno, el S/M, el fist y el feet hacen sostener a los autores que el culo no es la parte final del sistema digestivo sino un órgano sexual “en uso” para no caer en las anquilosadas taxonomías médico-psicológicas, donde el sistema sexo-género tiembla en sus ansias de control, ya que, además de no ser reproductivo, el culo se genitaliza al erogenizarse sin la necesidad de presencia peneana: un dildo, una mano o un brazo –fist– o un pie –feet– (y juegue libre la mente del lector) cumplen funciones en las que el predominio macho languidece. Y donde además surge lo que denominan con tino el “pánico anal”, es decir, la “justificación” o “pretextación” de la discriminación hacia la población Glttbi: crímenes de odio, persecución, marcaje, tortura y asesinatos se fundarán en los usos no catalogados en el kamasutra oficialista.
Así, el culo se convierte en un campo de disputa para la hegemonía política heterosexista. La regulación anal deviene entonces en prácticas de acción y reflexión de valores inexplorados hasta su irrupción contemporánea en comunidades gays. En este marco, Sáez y Carracosa retoman las palabras de Paco Vidarte, quien rechaza “el sempiterno error de pensar con el cerebro y no pensar con el culo. De hacer políticas cerebrales y no políticas anales... Hacer del culo nuestro instrumento político, la consigna fundamental de otra militancia...”, inscribiendo así este abordaje en las consignas agitadoras de los años ’70 que negaban la abyección del culo para sacudir desde allí la hombría y sus requerimientos de roles de género, circulación urbana, vestir, trabajar y acceder así a la visibilidad aceptada.
Retomar las reflexiones sobre el culo y sus posibles aperturas prácticas y semánticas también lleva a debatir sobre la relación entre impenetrabilidad y masculinidad: circulo vicioso consagrado en el discurso machista, aunque no en todo trato carnal en los que hasta el final de la más triangular de las chongas espaldas aceptan el roce lingual y, por qué no, algún dedo curioso, aun en aquellas zonas donde la adecuada higiene no ha borrado la presencia de barrocos caireles a los que se enfrenta más de uno, de acuerdo con el relato de un escort porteño.
Así, ciertas comunidades subvierten el régimen sexo-genérico en la apropiación de una masculinidad, a veces sobreactuada, a través de una valorización de la pasividad anal: masculinos becerros son entregados al juego de otros tantos machos, a veces encuerados y a veces no, que construyen un túnel con diferentes implementos que pueden ir desde un garrote policial (con o sin uniforme) hasta el brazo de un fisicoculturista. En este movimiento, el culo se desprivatiza, alcanza una visibilidad antes acotada al tamaño del partenaire y hoy entregado a las prácticas más “dilativas” posibles. Así, la falaz división entre activos y pasivos queda complejizada en la comunidad Glttbi a partir de la re-irrupción pública de la dignidad de un órgano ocultado entre gajos de carne, silencios y prejuicios.
“Somos un donut”, afirman los autores como modo de resignificar el culo en la nueva situación de sociedad con derechos Glttbi consagrados en la igualdad jurídica. Y aquí reproblematizan la visibilidad al recuperar una maravillosa frase de Urri Oriols: “Ser un armario es, en el mejor de los casos, una triste ironía, una paradoja divertida, la contradicción de estar siempre a cuatro patas y ser impenetrable”. Recuperar, entonces, el culo no como mesa de recepción del pene sino como lugar activo de producción de placer, de apertura corporal y, por qué no, de afecto. Lo masculino deviene vulnerable con el fist y el feet al desterritorializar el cuerpo sexuado, llevando el goce y su dignidad a una zona de cierta universalidad y reversibilidad: el que recibe puede penetrar sin esfuerzo “viagrático”. La hipermasculinidad fragilizada ya no necesita de la trabajosa erección ni de la eyaculación: el tabú de la fortaleza masculina se relaja en el porno hasta ayer abyecto y que hoy puede ser visualizado sin horror, dadas las nuevas condiciones en las que se discute la analidad.
Esta discusión no es simplemente teórica o estética sino que su práctica ha dado lugar a comunidades como clubes, fiestas pre-pactadas y cines porno: creación de nuevas posibilidades de placer, afecto sin monopolio genital tal como taxonomiza el sistema sexo-género, como sostiene Monique Wittig cuando señala la imposibilidad de pensar en la red de categorías fundadas por un pensamiento sexo-genérico dominante que es heterosexista.
Pero el peligro del machismo amenaza, como sostienen Sáez y Carrascosa: algunas culturas hipermasculinas que se apropian del placer anal lo hacen en función de un rechazo sistemático de la feminidad, lo que se manifiesta en frases de chat o consignas para entrar a fiestas en las que se señala “abstenerse locas y plumas” o “rollo muy masculino”. Es decir, si la conformación de nuevas comunidades en función del placer anal se articula nuevamente en el rechazo y la jerarquización genérica, no estaremos entendiendo la complejidad de la emancipación sino que volveremos a la política de quinta propia de las perspectivas identitarias que inundaron la teoría en los ’80 y los ’90, y que en el campo político, muchas veces, sólo se abroquelaron en la búsqueda de subsidios para reemplazar al Estado en las funciones que le correspondía cumplir. El peligro de definir la masculinidad en “no ser otra cosa” deberá cuidarse de generar nuevas abyecciones. Pero, en este punto, Sáez y Carrascosa recuperan la “universalidad” del culo en base a la cual se podrá cruzar algunas fronteras (mujeres y varones poseen culos, pero no iguales) aunque, como vemos, su materialidad es tan discursiva, que correremos siempre el peligro de caer en una nueva trampa esencialista que pretenda hacer del culo un nuevo punto de Arquímedes de las teorías y prácticas discriminatorias.
Discriminación que se vio potenciada con el VIH-sida, que produjo la reabyección del culo en un supuesto pase de factura de la naturaleza o derecho natural o divinidad vengadora, que supuestamente no acuerda con la variación de uso de un órgano encargado de otros quehaceres. De este modo, el culo fue inscripto en la historia social del sida, es decir de la culpabilización de cuatro tipos de víctimas: “homosexuales”, hemofílicos, haitianos y heroinómanos. Cuádruple abyección que ocultaba el turismo sexual de los estadounidenses en Haití, la falta de políticas realistas en el tema drogas, la discriminación de las personas gay y las fallas en los sistemas sanitarios. La clase, la raza y la etnia se entrecruzaron así para rearmar los sistemas de desigualdad de los que se alimentan las sociedades capitalistas, utilizando la diferencia como constructos jerarquizados en la circulación de bienes y servicios materiales y simbólicos.
En estas consideraciones, Sáez y Carrascosa proponen una “prevención con sentido anal” que parta de reconocer la resemantización del culo, y que autoricen así a pensar y diseñar a los agentes de salud discursos y prácticas que levanten la valía del penetrado: una nueva performatividad y orgullo que invierta una tradición milenaria. Así el cuestionamiento de la pasividad abre el campo denotativo y connotativo del culo, el ano y hasta la no tan profunda próstata que se relajan, pero también se agitan, negando una supuesta descripción naturalista que cree encontrar allí pasividad hasta en el esfínter, que muchas veces trabaja más arduamente que su huésped.
Imperiosa empresa la relanzada por Sáez y Carrascosa en tanto nos llaman la atención sobre realidades comentadas a medias, susurradas en habitaciones, confesadas hasta por imágenes sin quiebres en su masculinidad, pero que están allí tan milenariamente como su negación, por lo que repensar será aquí una aventura emancipatoria si somos capaces de no creer que refundamos el pensamiento libertario en una identidad anal más allá de las otras construcciones opresivas alentadas desde el género, la clase, la etnia, la edad, entre otras cuestiones en torno de las cuales hemos sabido construir movimiento, alegría, teoría y resistencias.
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