Vie 08.04.2011
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Manual contra las costumbres

Gerardo Bergérez es el protagonista de Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna, el texto que el dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce escribió a mediados de los ’90, poco tiempo antes de morir de sida y que consigue hacer reír de las cosas más serias.

› Por Juan Tauil

Cuando Lagarce murió de sida, el 30 de septiembre de 1995, era un director teatral reconocido, pero un dramaturgo ignorado, con muchas piezas incomprendidas. Si viviera tendría ahora 53 años, nació en Montbéliard y pasó gran parte de su juventud en Valentigney, una de las tantas poblaciones que nacen y se desarrollan en parasitario mutualismo junto a una fábrica de bicicletas Peugeot, donde sus padres eran obreros. A los 13 años escribió su primera obra, inspirado por una profesora de francés y latín que le acercó el amor al teatro y cuyas páginas aún siguen sin ser halladas. Emigró hacia la ciudad más importante de Franche-Comté: Besançon, donde se inscribió en la Facultad de Filosofía y en el Conservatorio de Arte Dramático, donde fundó una compañía amateur a la que llamaron La Roulotte, que muy pronto se convirtió en profesional. Hoy en día es un autor adorado por hordas de aficionados al teatro, un dramaturgo clásico traducido a más de quince idiomas e interpretado en las salas más prestigiosas, camino que empezó a transitar en 2009, cuando su obra Hasta el fin del mundo fue estrenada en la Sala Richelieu de la Comedie Française, la “casa” de Molière. No fue casual que esa tragedia íntima con ingredientes de migraciones, enfermedades terminales, frustraciones y ausencias de una familia de los interiores oscuros de Francia fuera la elegida por Michel Raskine para semejante oportunidad.

Cuando Lagarce terminó de escribir, en enero de 1993, Reglas, usos y costumbres de la sociedad moderna, estaba en un estado físico muy deteriorado y al filo de la muerte creó una obra de un gran sentido del humor a partir de un manual de urbanidad francés de principios del siglo XX destinado a “ayudar a no temer a lo desconocido y a morir de la forma más normal posible”. El 6 de marzo escribió: “Mucho, mucho trabajo. Trabajo 15 horas diarias. Me inyectan una vez por día en el hotel. Me quisieron internar, pero no quise... después de que me pinchan, dejo de trabajar. Vuelvo a la una de la mañana. Soy un monstruo contra mí mismo, contra mi propio cuerpo”. Con Reglas..., Lagarce conjura en el solo acto de escribirla todas las ceremonias que un ciudadano respetable debe soportar y que marcan su vida: desde el bautismo hasta el entierro, pasando por la boda y los aniversarios de casado. Todas estas ceremonias incluyen tácitamente la felicidad, aunque también los casos en contrario. Paradójicamente, es en esos casos es cuando Lagarce recurre al humor, que se vuelve más amargo cuando el espectador se entera de la biografía del dramaturgo, tan alejado de las apariencias, sumido en el desorden, entregado a la vida.

En la puesta que dirige Ernesto Calvo en el Teatro la Comedia, es interesante el crossdressing inverso por el que transita el personaje de Gerardo Bergérez inspirado en la baronesa Blanche Staffe, una especie de Eugenia de Chikoff, originalmente pensado para una actriz: el director encomendó el vestuario a Mario P. Tapanes, quien visualizó a Bergérez desde el principio de la pieza como una mujer altiva, vestida de gasa blanca, que simboliza la vida, la fidelidad, atributos que el texto se encargará luego de reafirmar con esas exactas palabras. Luego, el actor se queda con una fresca enagua, también blanca, pendiente de unos finos breteles que dejan escapar las turgentes tetillas lampiñas en dosis sensuales. Un slip moderno termina abruptamente con el crossdressing, detalle empinado como el bulto del protagonista, aumentado por una costura delantera y un insinuante estampado. Rara decisión de vestir al protagonista de traje al final, epílogo en contra del control y del miedo impuesto por las sociedades capitalistas a sus miembros, cuando sabemos que Wall Street y los ambos son un cóctel opresivo y conservador por antonomasia.

¿Cómo relacionás el hecho de estar a punto de estrenar una obra con textos de Lemebel como director y actuar ahora en una pieza de Lagarce?

–Además de que ambos autores son homosexuales, en el caso del Loco afán de Lemebel el sida está muy presente, y Lagarce murió muy tempranamente de esa condición. Mientras que Lemebel se centra en la vida del homosexual y las travestis en sus crónicas, Lagarce habla de la sociedad heterosexual, donde no hay cabida para la dimensión homosexual salvo al final, cuando por una vuelta de tuerca se reflexiona sobre la diferencia. Con el director queríamos que en algún momento tenía que aparecer la militancia. Lagarce siempre escribió textos herméticos y éste es el más lineal, el más simple. Aparentemente no hay conflicto, pero subyace en la ironía. En escena se manifiesta lo que una “dama” o un “caballero” debe ser en la sociedad, pero él se ríe de esta situación desde la mirada gay. Por eso siempre lo visualizamos vestido de mujer, mas allá de que uso un tono masculino; la idea es que convivan lo masculino y lo femenino.

¿Cómo surgió la idea de que estuvieras travestido?

–Fue una locura del director, quien –aunque se imaginó desde un primer momento que yo lo iba a interpretar– siempre lo pensó como un hombre vestido de mujer. El texto ayuda, porque permite la libertad más allá de que se especifica que el personaje es una dama de fines del siglo XIX, principios del XX, pero no dice que debe ser interpretado por una actriz. ¡Pero es Lagarce quien lo interpreta! ¡Es el autor! El es quien ironiza este texto. Por eso decidimos hacerlo travestido, eso genera un misterio y es visualmente muy atractiva.

¿Quién te propuso interpretar esta obra?

–Ernesto Calvo, el director, que vive en Valladolid. Es muy vanguardista, innovador. Una vez vio una película en la que actúo, que se llama El cuarto de Leo, me volvió a ver en una obra de teatro y me propuso este proyecto. Más allá de que es un texto difícil y es complicado estar solo en escena durante una hora, él me hace sentir muy libre, cómodo. Vino a Buenos Aires, la ensayamos 15 días y después yo me fui para España y seguimos ensayando allá. La estrenamos en España, después hicimos una minigira por Brasil, Uruguay y terminamos acá, donde seguimos hasta fines de noviembre.

Hay un muy buen vestuario, sobre todo ese vestido blanco fetiche...

–El vestido va mutando a través de la obra: de traje de dama pasa a ser vestido de novia, sotana, mortaja... son mis posturas y mis movimientos los que le dan la impronta. El vestido y los candelabros son lo más importante, porque son lo que generan ese clima. En Brasil se cortó la luz del teatro y yo lo incorporé como parte de la obra, me acerqué muchísimo a las velas con terror de quemarme, imaginate los titulares: “Maricón incinerado en Brasil”.

Decime sinceramente qué pensaste del texto en un comienzo...

–En la primera lectura me pregunté: “¿Qué mierda hago con esto?”. Ernesto me dijo: “Este texto no es nada, pero puede llegar a serlo todo”. El texto es una seguidilla de normas, pero la genialidad de Lagarce radica en la ironía. Con lo simple, con unos cuantos objetos se puede transformar el espacio y que el espectador pueda levantar las imágenes que voy creando y sigan mi transformación, de mujer a hombre, que se va quitando capas como una cebolla. Los ropajes y los prejuicios que se van desechando me dejan casi desnudo.

Repetir esa seguidilla de normas, ¿te hizo ruido en tu formación?

–Soy ateo, no soy bautizado, no creo demasiado en las instituciones...

Pero te vas a casar con tu novio...

–Sí, posiblemente. Aunque uno se casa por temas económicos, familiares, de seguridades de otro tipo... pero una firma no te garantiza nada. Uruguay es mucho más conservador que la Argentina. Me toca hacer esta obra en un país que está pasando por un momento histórico de felicidad, con grandes avances. Creo que pronto en mi país se va a aprobar el matrimonio igualitario.

Al final, cuando decís algo así como “las sociedades que prevén cada aspecto del futuro son sociedades muertas”, me dio esperanza en la nuestra

–En todas las sociedades circulan discursos apocalípticos, hay una sensación de destrucción a la que todos contribuimos. Desde que migré a la Argentina veo con pudor, con vergüenza ajena, cómo se critica, se insulta a la figura presidencial. En Uruguay somos respetuosos con los presidentes, con los políticos, incluso con los que no votamos. Yo considero a Cristina como mi presidenta. Este es un gobierno ejemplar, puso a la Argentina en un lugar de seriedad, siempre los vimos como un país inestable. El otro día me hicieron una nota en Radio Sónica y les dije que estaba contento de tener esta Presidenta. “¿Sí?”, me preguntó el conductor. Se espera siempre la crítica.

Entonces estamos más vivos que nunca...

–Sí, esta sociedad está más viva que nunca.

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