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Ya está consagrado por la ley argentina que una mujer puede ser madre sin tener vínculo biológico con su hijo o hija. No sólo porque existe la adopción sino también porque lo habilita la modificación a la ley de matrimonio que indica exactamente cómo deben ser considerados los niños y niñas nacidos en el marco de una familia cuya cabeza es un matrimonio de lesbianas, como hijos o hijas de ambas cónyuges. Es cierto que los Registros Civiles funcionan como islas en un océano de jurisprudencia tan escasa como precaria, que suelen tomar las decisiones según el humor y el honor de funcionarios/as de turno y entonces pueden intentar la zancadilla de no anotar a ambas madres en la partida de nacimiento o de negarle al o la recién nacida/o el derecho de llevar dos apellidos. Pero la ley no está de su lado.
Esta semana se conoció, además, el fallo de la jueza Elena Liberatori que reconoce que un niño puede ser hijo biológico de dos mujeres y, por tanto, estén o no estén casadas, ese hijo debe ser inscripto con el apellido de ambas, como hijo de ambas porque no hacerlo es discriminatorio en razón de la orientación sexual de las madres. El fallo podría abrir varias puertas y también varios desafíos para el sentido común que siempre son saludables: o bien deja en claro que se podrían equiparar los derechos de las parejas de hecho a los que tienen las formalmente casadas o bien deja de manifiesto que algo salda el matrimonio en el imaginario colectivo que permite dejar de insistir, al menos por un instante, en la cuestión meramente genética. Además, si un niño puede ser hijo biológico de dos mujeres, queda abierta la chance de que dos mujeres más un varón se presenten en feliz acuerdo a reclamar la mater-paternidad del niño o niña, lo que aun cuando no haya sucedido no deja de ser una posibilidad tan avalada por la experiencia cotidiana como la existencia de familias con dos madres.
Es que la vida de las personas, sus experiencias, sus estrategias para diseñar sus planes vitales no son tan rígidas como para entrar en los moldes de lo que se supone pensable, ni siquiera en los moldes gay-lésbicos que alguna vez se consideraron disidentes. Familias con dos madres biológicas también puede considerarse a aquellas en las que hay una mamá travesti que aportó esperma para la gestación y otra mamá que puso el óvulo y el cuerpo. Estas familias que no están contempladas en ningún protocolo se multiplican en los barrios, a veces de manera intencional, a veces de maneras inesperadas o no planeadas. Si este tipo de estrategias se dan en clases más acomodadas o en situaciones más visibles, como la de la actriz Flor de la V enseguida llegan los gritos al cielo y la transfobia a la tierra, a donde pertenece. Ojalá esto no impida a Flor de la V criar mellizos como se rumorea o los hijos e hijas que ella y su pareja deseen más allá de la estrategia que pongan en juego para lograrlo. Y aquí se abre otra de las reflexiones posibles: ¿Por qué genera tanto estupor un vientre subrogado y viene resultando tan fácil contar las historias de las familias de lesbianas? Más allá de la evidencia de que el aporte de una porción de material genético no se parece en casi nada a poner el cuerpo para un embarazo que en general dura nueve meses, tampoco puede despreciarse la posibilidad de que haya quienes estén dispuestas a poner el vientre solidariamente o a cambio de algún beneficio personal.
Mientras se abren estos interrogantes que no buscan ser cerrados –¿el matrimonio implica de por sí deseo de procreación? ¿la maternidad es más fácil de pensar que la paternidad? ¿el aporte de esperma implica paternidad y el de óvulo maternidad? ¿maternar o parternar a un niño o niña exige un binomio a cargo en todos los casos? Etc, etc–, espera el reconocimiento legal de las familias que declaran ser familias, que han cumplido con el requisito del matrimonio y que aun así siguen padeciendo flagrantes desigualdades como tener distinto estatus legal entre hermanos o hermanas por haber nacido antes o después del casamiento de sus madres.
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