LUX VA A MARRAKECH
Eso fue lo que se dijo Lux no bien le advirtieron de cómo pueden terminar las aventuras de la carne del lado berebere del Mediterráneo. Pero, locx como es y ansiosx como se siente, allí fue sin precaución y sin sosiego a calmar las cosquillas de sus partes bajas que honradas fueron como si altas en el cielo ondearan orondas.
Fede Con Hache me dijo: El mundo musulmán no es para almas como la tuya que hacen de la carne que las recubre un corán de vicios, y no quieren esperar el paraíso de Mahoma para gozar como se debe. Porque no hay para el alma de Lux una sharía que le cuelgue un cartel de prohibido, no hay ley del Talión que le reste páprika ni canela cuando el deseo asalta, ni almizcle que borre el aroma penetrante que deja ese mismo deseo una vez que se consuma. Fede no ahorró ninguna metáfora mora porque él leyó a los grandes poetas árabes en su casa de Madrid, y ni qué decir Las mil y una noches, y sabe que en el furor de esta soireé mundial los líderes islamistas parecen haberse olvidado de los versos de Abu Nawas en el siglo X “el hombre es el continente/la mujer es el mar/yo prefiero la tierra al mar”: ¿nadie les avisó a los ulemas e imanes del erotismo de su propia tradición?
¿Por qué, dije yo, debería dejar Marruecos para quienes se interesan sólo en minaretes medievales o en el regateo interminable en las tiendas del suk? Si por recalentar los jardines de una mezquita con un chongo berebere de a 100 dirham la media hora me toca la cárcel, que sea la de Casablanca. Ya sabés que viví siempre en estado de cinefilia, me burlé, aunque confieso que el vuelo low cost que me depositó después de dos horas desde Barajas en la antigua ciudad imperial de Marrakech me produjo, a medida que avanzaba, un escozor intestinal, a ver si el amigo español tiene razón, no consigo calmar los órganos de la lujuria, y esta historia de viajerx transcultural termina mal.
Los buenos consejos me resultan inútiles antes incluso de terminar de oírlos, y tengo por mala costumbre seguir sólo aquellos que presienta desafortunados para el sentido común. Apenas hice migraciones sentí que de ese asunto de la sexualidad conforme la ley los marroquíes ni se enteran (pregunten si no a tantos escritores como Bowles, como Genet, a la Yves Saint Laurent que prefería desvestir jovencitos moros en su casa azul de Marrakech a vestir modelos en París). No exagero si les cuento que las miradas de los chongos impugnaban las leyes islámicas, y que en la plaza de Jemaa el Fna, Patrimonio de la Humanidad donde las serpientes domesticadas cobran a los turistas por enrollarse en los cuellos, donde Alfred Hitchcock rodó escenas de El hombre que sabía demasiado, y cantan y bailan los bereberes de noche tuve que tranquilizar a viejos y jóvenes con las artes de mi mano, ahí en las rondas de la multitud, al punto que decidí mientras durase mi visita cambiar el nombre de Lux por el de Masturb.
La locura, que es mi estado de conciencia en situaciones como ésta, me convenció de lo imposible: acepté ir de la mano de un chico berebere (que no buscaba dirham sino el premio de mi blanco sobrepeso) a no sabía qué refugio sexual. Cuando supe de qué lugar se trataba —¡por Allah, los jardines de la Gran Mezquita La Kutubyya!— no sólo no pude detenerme, sino que me encapriché. Así somos las ánimas de la aventura, y cada momento de riesgo es el ideal porque alimentará los relatos posteriores.
Lo cierto es que la amenaza no provino de los guardianes, esa noche, sino que llegó recién a la mañana siguiente. ¿El kamikaze islamista que mientras yo dirigía hacia allá mis pasos voló a las 11 y media el famoso café Argana, en la plaza de Jemaa El Fna, se habrá enojado porque supo que Lux no había llevado a Marrakech la paz de los turistas sino más bien el acorazado sexy de aquellxs que no tienen perdón del Imán?
Plaza Jemaa El Fna. Marrakech, Marruecos.
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