Vie 27.05.2011
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SOY POSITIVO

Nuevos y viejos debates

› Por Pablo Pérez

Hace unas semanas me contactó por chat W, un amigo de Facebook con el que nunca había conversado. “¿Puedo consultarte algo? —me preguntó—. Estuve viendo House of Numbers y quería saber si hay en arge docs [sic] disidentes buenos.” No entendí de qué me hablaba. Pensé que me confundía con otro Pablo Pérez y que House of Numbers era una serie de vampiros. “Ni idea”, le contesté. La pregunta me quedó dando vueltas, escribí “House of Numbers” en el buscador y me encontré con un documental sobre sida del 2009, dirigido por un joven canadiense llamado Brent Leung. “Yo no conocí el mundo sin sida”, dice al comienzo Leung, y emprende una investigación que le llevará más tiempo del que había pensado: el plan inicial era un documental de 15 minutos, una encuesta callejera en la que se le preguntaba a la gente si conocía la diferencia entre el HIV y el sida. El documental creció a la par de las preguntas que iban surgiendo: por qué la definición de sida varía según cada país, cuál es la vinculación entre estilo de vida y sida, entre un montón de cuestiones que desembocan en dos postulados: la causa del sida no es el VIH y las muertes por sida se deben más a los medicamentos que a la enfermedad en sí. La película me remitió a las viejas declaraciones del Dr. Leschot, un médico argentino que tuvo una gran presencia mediática en los ‘90, con un discurso en contra de la prescripción del AZT y otros medicamentos para el tratamiento del HIV.

En House of Numbers encontramos muchas voces autorizadas, como es el caso de Luc Montagnier, ganador del Premio Nobel por descubrir el virus del VIH: “Podemos estar expuestos al VIH muchas veces —dice— sin ser clínicamente infectados. Nuestro sistema inmunológico consigue eliminar el virus en unas pocas semanas, si tenemos un buen sistema inmune”. También nos encontramos con viejas teorías conspirativas y algunos testimonios que refieren a la mala experiencia con los medicamentos. Es verdad que mucha gente murió o tuvo complicaciones por una mala dosificación o mal uso de los medicamentos disponibles en aquella época. Pero, a mi entender, en el documental faltan testimonios de gente a la que sí le fue bien con los tratamientos, sobre todo a partir de la terapia con tres drogas presentada en el Congreso de Vancouver de 1996. La película es interesante y hay que verla, aunque encierra un cierto peligro: a mí mismo me hizo titubear en mi decisión de seguir tomando los medicamentos, cuando mi experiencia y la de mis amigos me confirman que tomar los actuales cócteles de drogas mejora sustancialmente nuestra calidad de vida y las estadísticas indican que gracias a ellos, en los países donde tenemos acceso, se está logrando controlar la epidemia.

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