Viernes, 3 de junio de 2011 | Hoy
¡UFA!
Aunque YouTube tiene vida propia y le interesa bien poco la opinión de la poderosísima bancada evangélica que posa sus reales en el parlamento brasilero, por simple precaución habrá que apurarse a bajar los videos de la campaña Escuelas sin homofobia (escolas sem homofobia, para optimizar el buscador) que la presidenta Dilma Rousseff ha decidido abortar la semana pasada después de haber sido extorsionada públicamente por el bloque de parlamentarios evangélicos. O esa campaña era eliminada de cualquier sitio de circulación pública y se prohibía su ingreso a las escuelas o los evangélicos se encargarían de quitarle el apoyo parlamentario y de sentar en banquillo de los acusados por corrupción a al menos dos de sus ministros. Dilma escogió entre las opciones, apenas formalizada la amenaza a través del presidente del bloque religioso, Anthony Garotinho, Gilberto Carvalho, ministro-jefe de la Secretaria General de la Presidencia aseguró que la presidenta había encontrado el material de la campaña “inadecuado” y los videos “inapropiados para su objetivo”.
Sí, la vergüenza ajena es un sentimiento genuino frente a esta claudicación. El material que todavía está disponible en la web cuenta historias de amistad y amor, habla de identidad de género sin dramatismo, ubica la fuente del dolor de las historias personales no en la orientación sexual o la identidad de género si no en el poder de la mirada de los otros y las otras, en el peso de los juicios discriminatorios.
No es la primera vez que la presidenta de Brasil se deja presionar por este grupo político religioso capaz de dar vuelta tanto una elección como la sanción de cualquier ley que tenga que pasar por el congreso federal de Brasil. La primera fue antes de convertirse en presidenta cuando a escasas horas de la primera elección —Rousseff debió enfrentar después un ballottage— se reunió con obispos católicos y pastores evangelistas para desdecirse de su postura histórica a favor de la despenalización del aborto.
En cada una de estas pulseadas hay vidas en juego: las de las mujeres que mueren por complicaciones de abortos clandestinos e inseguros; la de jóvenes que son expulsados de la escuela por los prejuicios y la violencia con que se expresan. Sólo el año pasado se contaron en Brasil 200 crímenes de odio contra personas gays, lesbianas o trans. Un número que de todos modos es aproximado ya que no hay un registro oficial y muchas muertes ni siquiera llegan a publicarse en los diarios, la fuente de este recuento.
El material de la campaña había conseguido ser tratado en los medios como el “kit gay”, un apelativo tan poco feliz como el final de esta tormenta cultural. Se trataba de un kit, sí, porque incluía videos, material de lectura y actividades de taller propuestas a los y las docentes. Fue el discurso del odio, en definitiva, lo que lo redujo a “kit gay” haciéndose eco de quienes decían que “alentaba la homosexualidad”. El mismo discurso que reduce a los chicos y las chicas en edad escolar a simples gelatinas sobre las que puede aplicarse cualquier molde. Y quien no entre en el molde, pues a preguntarle a Dilma Rousseff o a sus aliados en el congreso.
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