LGBTTI
› Por Valeria Licciardi
Un verano, no importa el año, estando en el supermercado, un chico se me acercó y me encaró en la góndola de bebidas. Sin siquiera decirme hola, me dijo “te invito a cenar”. Quedé perpleja. La verdad, no supe qué contestar. El pibe estaba bárbaro, el encare me llamó la atención y me gustó, pero igual me tomé mi tiempo y le dije que me lo dejara pensar, que luego de hacer las compras le daría la respuesta. Si tenía tantas ganas de ir a cenar me iba a esperar, ¿o no? Y así fue. Hice mi rutina de compras y me fui al sector de cajas, ahí él se acercó y me pidió mi teléfono. Se lo di, tan histérica no soy.
Nos encontramos. Fuimos a cenar. Tomamos vino. Le puse las cartas sobre la mesa, le dije toda mi verdad, a él no le importó e insistió en estar conmigo en la intimidad. Me decía todas esas cosas que dicen algunos hombres cuando su intención es llevarte a la cama.
Finalmente fui a su casa. Tengo que decir que fuego y pasión había, y mucha. Eso hizo que nos siguiéramos viendo alguno que otro día más. Fuimos al cine. Tomamos helado. Volvimos a cenar. El me atraía en lo sexual y trataba todo el tiempo de hacerme sentir cómoda, pero en algún lugar él me veía como objeto, sí, ya sé. Lo hablé en mi laboratorio, que es mi terapia, y quizá yo me ponía en ese lugar, pero la verdad es que le doy mucha importancia a la intuición, al primer impulso, y yo lo sentía así. El tema era que Fermín —vamos a ponerle ese nombre, que obviamente no es el real— una noche en su casa me dijo “qué buenos amigos que somos”. Ahhhhh, ya entendí. Yo no me acuesto con mis amigos, ahí hice click.
No soy de las que va probando, yo me enamoro o no.
Tuve un solo novio que duró cuatro años, y durante el último tiempo intentamos desde otros lugares, pero no se pudo seguir. Después tuve una relación de ocho meses, pero él vivía lejos de Buenos Aires. El no podía decidir por sí mismo, me terminó dejando porque estaba harto, ni siquiera me había dejado de amar. Fue porque no le convenía en el plano social.
A mí me gustan los hombres, no todos, algunos. Me gusta llegar a mi centro y ser libre y si hay otro que lo acepta y disfruta de esa libertad, bienvenido sea, pero hay algo que hay que tener en cuenta a la hora de elegir: el precio de la no sumisión se paga.
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