Vie 01.07.2011
soy

GAJES DEL OFICIO

¿Existe un doble o un triple closet de acuerdo con las profesiones que se elijan? Si ser bailarín, decorador o peluquero resultan ocupaciones casi obligatorias para identificar (o estigmatizar) a una orientación sexual, ser policía, militar o cura parecen opciones prohibidas y hasta perversas. Hay lugares donde todavía es obligatorio vivir fingiendo y se paga muy caro negarse a construir un personaje ficticio para seguir haciendo lo que a uno le gusta. No es nada casual que los tres testimonios de esta nota se produjeran cuando por una u otra razón los tres han dejado sus respectivos uniformes.

› Por Liliana Viola

Se llamaba Harry Stack Sullivan, era americano, gay, militar y psiquiatra cuando esa materia todavía estaba en paños menores (nació en 1892 y murió en 1949) y quedó en la historia como el creador, en los cuarenta, de un método para detectar homosexuales con el objetivo de sacarlos de la fuerza. Un paso decisivo en la historia de un código militar que comienza en las guerras por la independencia encarcelando a quienes se les comprueba el ejercicio de la sodomía y entre 1942 y 1980 aparta de sus filas a todo sospechoso de ser gay o bisexual, pasando por el políticamente correcto “Don’t ask, don’t tell” (DADT) de Bill Clinton hasta llegar a Obama, que lo deja sin efecto aunque no da por tierra con sus efectos.

¿Un infiltrado, un doble espía era el tal Sullivan? ¿Un resentido dentro de las propias filas? ¿Debería acaso un gay de comienzos del siglo XX, sólo por el hecho de serlo, estar por encima de los prejuicios de su época y de su clase? De todos modos, si bien son todas preguntas tentadoras, no va por este lado la historia de Sullivan: digamos que las apariencias engañan o que las vueltas de la vida suelen ser más psicodélicas que lo que se ve de muy cerca o desde muy lejos. Lo cierto es que si bien jamás sostuvo que la homosexualidad fuera enfermedad o anomalía, contra lo que la mayoría de sus colegas firmó hasta no hace tanto, este prestigioso psiquiatra que llegó a formar parte de la Academia Nacional de Psiquiatría convenció al Departamento de Guerra de que un estudio centrado en preferencias sexuales, mediante un cuestionario y observación que no llevaba más de 15 minutos y que muchos pagarían por leer ahora, ahorraría dólares y bajas al ejército en la Segunda Guerra Mundial, que ya estaba declarada. Porque de lo que sí Sullivan estaba persuadido es de que los gays no habían nacido para la guerra. Para que se murieran, los lastimaran fácil, fallaran, mejor iba a ser descartarlos antes.

Corpulento, nada afectado y bien bigotudo, como el código de virilidad lo demandaba antes de que llegaran osos y otras faunas, jamás dijo en voz alta que era gay, aunque sus colegas asumían en silencio que el chico de 15 años que conoció cuando él rondaba los treinta, que se llevó a vivir con él y que fue su compañero hasta su muerte no era su hijo putativo como él sugería llamándolo James Inscoe Sullivan, sino su amante, su pareja diríamos hoy. Luego de convencer a sus superiores, organizó numerosos seminarios en los que impartía lecciones para que ejércitos de médicos llevaran adelante el testeo que nunca se llevó a cabo debido a un cambio de autoridades. Lo que sí subsistió es la convicción de la inconveniencia de tener maricas en las filas y su correspondiente persecución. De buenas intenciones está ardiendo el infierno y así es que las de Sullivan, que por lo visto sabía el dicho aquel de que “soldado que huye sirve para otra guerra”, no hizo otra cosa que contribuir a la estigmatización de hombres y mujeres no heterosexuales. La presunción de Sullivan, o la coartada para dejar vivos a los suyos en ese tendal de cadáveres que se avecinaba, está en sintonía con la que entiende que los gays son todos peluqueros, artistas, decoradores, descocados o, en su defecto, progresistas, bien pensantes, y siempre divertidos. Nunca policías, nunca militares y si son curas es porque seguramente tienen en mente abusar de menores en las sacristías. Sin dudas hay espacios menos amigables, pero ésta no puede ser la única variable al elegir un trabajo o una profesión. ¿Debe alguien que sueña con ser militar o policía someterse a una terapia aversiva contra los deseos castrenses? Los testimonios que siguen, un policía, un militar y un seminarista (notemos que todos ex a la hora de dar las entrevistas) no se presentan ni como conversos ni como arrepentidos de sus elecciones. Los tres respetan y valorizan esas profesiones que eligieron y a lo largo de sus relatos dejan que se vea lo desatinados que son los prejuicios que aún se mantienen, o al menos la necesidad urgente de corregir un poco los estereotipos.

Camilo López Muñoz: militar

Chileno, 21 años, lo destituyeron hace dos meses del ejército, donde llegó a ocupar el cargo de secretario de Defensa Nacional.

—Si bien todas las historias familiares son particulares, la tuya lo es aún más, o mejor dicho parece una vida de película.

—Nací en 1990, de una relación anexa a la que tenía mi papá. Mi mamá me tuvo a los 20, mi padre contaba con 60 años, y antes había tenido tres hijos. Mi mamá se separó cuando yo tenía 4 y se casó con su primo Sergio. Compraron una casa, tuvieron dos hijos más: Diego y Liset. Mi hermano fue nazi. Le entregó el cargo de dirigente del partido que tenía El Alexis (López) en el Movimiento Socialista Nacional Patria Nueva Sociedad a otro que no lo merecía. Renunció al partido porque quería rendirles honores a los muertos de Chile con la esvástica, y no lo dejaron. Estuvo detenido en la ex penitenciaría Capuchinos. Como nazi fue terrible. Le pegó a uno en la calle porque tenía una polera roja. Su polola era de origen mapuche, siendo él de origen nazi, increíble, ¿no? Y ahora es de la alta alcurnia. Ahora se dedica a la programación y es intachable. En esa época tenía amigos skinheads con los que salía de noche. Les pegaron a dos tipos hasta matarlos. Su deporte favorito es el aikido. No sé cómo actúa ahora, pero antes psicológicamente era blanco o negro, no existía otro color. Que le pegara a la gente por la calle, a las putas, a la gente flighte (dialecto chileno/lunfardo para designar a los “desatinados mala onda”, según Camilo) era algo común. Lo veíamos llegar de madrugada ensangrentado. Los garabateros, que son buenos para improperios, para chucha (para tirar mierda) le tenían miedo, porque acá en Chile lo conocía todo el mundo. A mi hermano le atribuyeron la muerte de un punk que murió en los pasillos de la estación del metro Franklin. Mi familia tiene muchos secretos.

—¿Y vos tenés secretos?

—Ahora no. Soy puto y me hago cargo de todo.

—¿Cómo eras cuando eras chico?

—Malo. Mi madre le entregó el poder sobre mí a mi padre. Ahí empecé a notar que no me gustaban que se me acercaran mujeres, hacía la simarra (me escabullía de ellas). Amenazaba a mi padre con fugarme, repetí tres grados. A los 9 yo sabía que era gay. No tenía en claro cómo la gente me iba a tratar, pero sabía lo que me gustaba y lo que no.

—¿Cómo te relacionabas con la gente, teniendo en claro que eras gay desde tan chico?

—Donde vivía, en San Luis, recibía malos tratos de los vecinos, de los niños de mi edad que me hacían la vida imposible... Me hicieron muchas cosas... Arturo, un vecino al que le decían El Chulo, me apuntaba con la pistola. Otros vecinos me pegaban porque era gay. A mí me gustaban los hombres y no lo ocultaba ni lo cuestionaba. Fumaba marihuana todos los días, me juntaba con gente del bajo mundo y así fui aprendiendo a hacerme valer, y a ser fiel a lo que me gustaba. Tomaba cocaína todos los días.

—¿Y cómo fue que entraste al ejército?

—Cuando tenía 17 años llegó a casa una carta para postulación al ejército, era para promocionarlo más que nada. Mi hermana Dana me apoyó, por eso les tengo mucho cariño a ella y a su hijo. Dana me dijo que iba a cambiarme la vida. Estuve en el Regimiento de Infantería Número 1, Pudeto, en Punta Arena, Ventana, sin número. Antes de irme de casa sabía que mi hermano era el dirigente del Movimiento Socialista Nacional Patria Nueva Sociedad, no sólo porque veía que él se nucleaba con nazis y skinheads, sino porque había salido su nombre en todos los diarios cuando el Senado rechazó, en el 2006, el movimiento de mi hermano por ser considerado explícitamente nazi. Cuando entré en el ejército me prometieron que yo iba a estar bien, pero el primer día ya me estaban pegando, al aire libre, desnudo, con 2 grados bajo cero, me querían arreglar con trato de pego...

—¿Qué es trato de pego?

—Es un trato que se le da a la gente para que cambie. Se la golpea para matarla. Se supone que no tenían que ser personas discriminadoras, pero eran racistas, narcisistas, ellos decía el orejón, el guatón, el negro, el puto maricón, güevón. Nunca hubo respeto por parte de los instructores hacia los soldados. Yo no andaba mariconeando, pero se me notaba... Fue como que logré salir adelante, no sé cómo... quedé encargado del gimnasio. Practiqué Tai lung, que es una rama del kung fu, judo.

—¿Cómo era tu vida sexual ahí adentro?

—Una niña se enamoró de mí. Era my fea, pero decían que era bonita porque también era modelo. Le conté lo que yo era. Se llamaba La Garito. Ella fue muy buena amiga conmigo, después de estar ahí. Fue un apoyo para mí en ese infierno que viví. En el ejército me acosté con el teniente Víctor Vilches Sandoval, que descanse en paz. Antes de eso estuve con un soldado que se llamaba Jason Molina Espinosa, que ahora está en Antofagasta como soldado profesional. El también era homosexual, pero tapado al máximo. Se esforzaba para que nadie lo supiera. Estuve con un amigo suyo que también era homosexual, Sebastián Albornoz Sarmiento, pero se acabó la amistad en el momento en que se metió con El Jason, que en ese entonces era mi pareja, con él el hijoputa se acostaba desde hacía siete meses. Casi lo mato, de verdad. El salió primero. Hasta el día de hoy me da rabia cuando lo veo. Creo que por los golpes que recibí quedé mal de varias cosas, entre ellas de la vista, quedé mal, de-sequilibrado. Cuando salía carreteba (ir de un lado a otro) y me acostaba con todo el mundo que se me cruzaba.

—¿Cuánto tiempo estuviste y cómo fue que decidiste salir? ¿O te fueron?

—Estuve un año y medio. Por la vista me rechazaron. Dentro de mi antecedente militar era intachable, pero no quedé por la vista, a pesar de haber sido encargado del gimnasio y secretario de Defensa Nacional.

—Parece que veías mucho...

—Sí, puede ser.... Me sirvió de experiencia, para ser fuerte, para salir por mis propios medios y valerme yo mismo, hacerme respetar; porque antes no existía el respeto, pasaba hambre y robaba plata para comida.

—¿Pensás que en el ejército aprendiste a hacerte respetar?

—Bueno, ellos no me respetaban, pero aprendí a ser fuerte en lo que quería... Igual siempre fui así. Tengo malos recuerdos de ese lugar. Me fui de ahí y llegué a Santiago. Ahora estoy retomando la relación con mi madre. Ella supo que yo era homosexual desde siempre. Antes decía que le daba asco y repudio. La abuela le contó a toda la familia menos a su padre que apoyaba a mi hermano: Alexis López. El Ale se apegó a él por ser militar. Dentro de su partido había de todo: un ex general, doctores, de todo... y todos nazis. Una vez un tipo le dijo güevón y él le pegó. Salió un vecino a defenderlo, pero no puedo hacer nada, él se lo llevó lejos y lo violó. Mi hermano factura por millón y nunca los sacó de la mierda, tiene una casa en el pie de la cordillera. Ahora trabaja en programación. El padre anda a patas con las piedras, los otros viven de lo que pueden. Para mí todo esto ha sido muy fuerte. Trato de ser mejor, de salir adelante.

—¿Qué hacés ahora? ¿Cómo es tu vida desde que dejaste el regimiento?

—Ahora trabajo en un call center para mantenerme. Y estoy desencadenado porque me había acostumbrado a lo militar. Lo bueno fue la gente que conocí, con los que estuve y las cosas que aprendí de geografía, de armas, de deportes... Pero por suerte pude salir, aunque a veces me sienta un perdido. Pero creo que sí, que es mejor así.

Dei Von Tesse: policía

Argentino, 25 años; hace cinco que trabaja de policía. Tuvo un fotolog donde subía fotos en boxer y con la gorra, pero se lo cerraron. Presentó la renuncia. Que aún está en trámite.

—¿Cómo fue tu decisión de ser policía?

—Fue por una apuesta con una amiga. Yo no hacía educación física en el colegio secundario. Nunca me gustó correr ni jugar al fútbol. El deporte no es lo mío. Sentados en la vereda, con mis compañeros del colegio, veíamos pasar con el patrullero a una amiga que había entrado a la policía y que nos contaba lo bien que la pasaban ahí adentro. Yo le dije que cualquiera puede ser policía. Me anoté. Pasé el examen psicológico, el físico y entré. Mi familia no creía que iba a durar mucho tiempo ahí, porque era malcriado en mi casa y siempre hacía lo que quería. En la escuela de policía todo es recto: “Sí señor, no señor...”

—¿Qué fantasías tenías para entrar a la policía?

—En realidad no era que esperaba. En la escuela de policías vos te imaginás que te pagan por estar al pedo, y no. La realidad es otra. Cuando los demás duermen tenés que estar despierto.

—¿Pensaste que te ibas a rascar todo el día?

—Claro. Cuando el 24 de diciembre estás festejando con tu familia, el policía no, porque tiene que estar trabajando. Cuando estás cenando siempre pasa algo, te sentás tranquilo y tenés que salir corriendo.

—¿Cuándo entraste a la escuela depolicías ya sabías que eras gay?

—Sí.

—¿Desde cuándo lo sabés?

—De toda la vida.

—¿Hay algún momento preciso, que recuerdes, donde te hayas dado cuenta de que eras puto?

—Sí, cuando me enamoré del hermano de mi novia. En un cumpleaños de 15, con la borrachera que teníamos fuimos a la casa. Ahí lo encerré en un cuarto y lo besé. Siempre hice las cosas así. Yo sé que si lo intento lo logro, porque no hago las cosas para que me salgan a medias. Arriesgo para que me salgan. Los compañeros de la escuela no me gustaban. Siendo policía no me gustó ninguno del trabajo. Me gusta la gente fuera del entorno, no con la que convivo. Sí, miro, claro, pero si no me gustan sus ojos, las manos, y que tenga una conversación interesante, por más que sea precioso, o Richard Gere, olvidate.

—En la policía ¿cuánto tiempo estuviste?

—Cinco años. Sigo siendo policía hasta que me acepten la renuncia. Cobro una parte del sueldo, no todo.

—¿Por qué la presentaste?

—Porque... estaba cansado. La policía ya me enseñó lo que me tenía que enseñar, y ya está.

—¿Qué te enseñó?

—A vivir. A darme cuenta de lo que soy como persona... Cuando estás fuera de la policía ves al otro como el que tiene que arreglar las cosas y el que las tiene que hacer, y acá no. Estando adentro te das cuenta de que nadie va a hacer las cosas por vos, que el que va a solucionar las cosas sos vos, y que tenés que valerte por tus propios medios. Todo depende de vos, porque la gente quiere soluciones. Yo también soy una persona que come, que está cansado, que gana poco. En ese punto es como en cualquier otro trabajo, y eso la gente no lo ve. El sueldo es bajo para el trabajo que uno tiene que hacer: arriesgar la vida todos los días por un tercero que no sabés quién es.

—¿Por qué no te aceptaron la renuncia?

—Porque es un tema burocrático. Pueden llegar a tardar hasta dos años. En mi caso llevan tres meses. La idea de ellos es que todos somos un número y una estadística. Se documenta la cantidad de policías, y cuantos más policías hay, mejor, así se puede comparar con el índice de inseguridad. Lo estiran porque después podés decir: “No, no me quiero ir”. La mayoría de los que se han ido terminaron volviendo, porque es difícil desacostumbrarse de esta vida. Estuvimos muchos años estudiando para algo y la cabeza piensa de esa manera. Uno se siente un superior, pero salís a la calle y hacés lo que se puede, porque no están los medios para hacer lo que te enseñaron.

—¿Hubo algo puntual que te llevó a presentar la renuncia?

—No. Mi último destino estaba muy bien, en una jefatura departamental: tenía que estar pendiente de todo lo que pasa en todas las comisarías de ese departamento.

—¿Cuál es tu cargo?

—Oficial de servicios.

—¿Con policías a cargo?

—No y sí, depende. Por eso es mejor irme ahora. No tenés que esperar a estar mal para salir. Es peor irte mal porque ahí te vas resentido.

—¿Tuviste épocas de estar mal?

—Sí, tuve una jefa que era una comisario, con la que no tenía comunicación, ni piel. En general me pasa eso con las mujeres porque soy machista. Me preguntan cómo puedo ser tan machista si soy puto, y no es así, eso no tiene nada que ver.

—¿Qué cosas te gustan de la institución y cuáles no?

—Me gusta todo, porque yo pienso que para ser policía se nace, no cualquiera puede serlo.

—Pero vos estás renunciando. ¿Naciste para ser policía o qué pasó?

—Tengo una personalidad muy cambiante y ahora me aburrió.

—¿Qué dice el Código de la Policía en relación a la homosexualidad?

—No dice nada. El Código Civil, donde dice que no pueden ir dos personas del mismo sexo caminando de la mano, quedó obsoleto. ¿Sabes lo que yo pensaba antes? Que era un ámbito que no aceptaban a los putos. Al principio no quería decirlo, me preguntaba: ¿para qué contarlo? Me inventaba historias, que salía con una chica... que me quedaba en su casa... Me preguntaban por qué no la llevaba. Estuve un año así, hasta que llegó un momento en que me harté. Un día cambió el jefe de la comisaría. Yo había estado en el Operativo Sol, en Mar del Plata. Una mañana, cuando volví, estaba sentado con los pies estirados, arriba de una morguera (que es una mesada donde se ponían los cuerpos, ahora no, porque no se llevan más los muertos a la comisaría), y se me aparece un hombre de civil, con bigotes, y me dice “¿qué hace usted acá?, y yo le decía “no, ¿qué hace ‘usted’ acá? Hasta que se presentó diciéndome que era el comisario. Me quería morir. “Disculpe, jefe, no sabía que era usted”, y fue la persona con la que mejor me he llevado. Porque encima tengo eso, si me das una orden que no me parece justa, te la voy a retrucar, siempre. Pero él te preguntaba “qué te parece si...” entonces era una conexión más de amigo que de jefe a subordinado. Fuimos juntos al bingo, de picnic con su familia. A los 3 días de haberlo confundido me llamó a su oficina. Yo pensé: “listo, acá me trasladan...”. “Quería hablar con vos porque hacía días que no te veía..., contame de tu vida” Yo no le decía nada, lo miraba. “No sé, contame algo de tu familia, ¿cómo está conformada? Después de una hora de charla me dice “¿y tu pareja cómo se llama?”. Cuando escuché la palabra pareja me dije: “Lo sabe”. Y bueno, me tiré para atrás y me reí. Me dijo: “A mí no hace falta que me mientas. Yo conozco mucho a la gente y con hablar dos palabras ya sé cómo es. Contame la verdad, si querés queda entre nosotros”. Entonces le conté que mi pareja se llamaba Heber, que estaba bien con él.

—¿Y ahí te sacaste un peso de encima?

—Sí. Pasaron los días y de a poco me fue importando poco lo que dijeran los demás. Se fueron enterando todos, y no pasó nada.

—¿Nada? ¿No te cargaron por ser puto?

—Y... estaba el chiste de “vení y apretame el handy”. Me pasaba de estar parado en el mostrador de la comisaría y que viniera alguien de atrás y que me apoyara. Un día, yo estaba de mal humor, y un compañero me jodía todo el tiempo. Pasaba y me tocaba el culo, o me mandaba mensajes: “Estoy solo en casa, vení”, o “¿querés ser mi putita?”. Desde el primer día le aclaré que yo no tenía onda con él.

—¿El también era gay?

—No, no... era así: pesado, insoportable, con todo el mundo era así. Un día yo estaba en la cocina y entró cuando yo salía. Nos chocamos de frente y me dijo: “Ahora te voy a hacer de todo”. Lo arrinconé contra la pared, me le acerqué y lo mordí. Después lo empujé y le dije: “No me jodas más porque la próxima vez le cuento a tu mujer lo que estás haciendo”, y de ahí se dejó de joder. Nunca más me dijo nada, ni hizo nada.

—En el ambiente gay hay gente con fantasías y cierto morbo de cogerse a un policía, con el traje puesto. ¿Tuviste propuestas de chicos u hombres para tener sexo con ellos?

—Sí, recibí mensajes que me decían: “Poneme las esposas”, “vení y palpame”, “me estoy robando tal cosa”, “agente, agente, arrésteme pronto...”. El morbo de garcharse a un policía, de “esposame, llevame y pegame”, es porque querés que te lleven detenido y que te violen; o el de algún activo es cogerte para decir: “Me estoy garchando a un policía que es la ley, que es el que me tiene que dar las órdenes y yo lo tengo a él acá”. En mi caso eso no pasó nunca, porque no me gusta ser pasivo, entonces los activos se han quedado con las ganas... Una noche, estuve dos horas en un patrullero explicándole a un compañero mayor, porque él quería saber, cuál era la diferencia entre un pasivo y un activo, que no había hombre y mujer en las relaciones gays, porque por eso precisamente elegíamos estar dos hombres juntos y no con una mujer. Me preguntaba si al pasivo le dolía, qué sentía yo al estar con otro hombre, si yo que soy activo también la chupaba... “Sí, lo que no hago es entregar el orto”, le decía. Todo el mundo piensa que puto es el que entrega el orto, y no es así. Podés ser puto y no entregar el orto. Con una mujer tenés que ser suave, con un hombre no. Este tipo quería saber, porque nunca había hablado así con nadie de eso. Era duro como una piedra, no entendía nada, pero no por malo, por ignorancia, porque era un hombre grande. Pero igual nos comprendíamos, como mi viejo, que siempre se encariñó con mis parejas. Al principio me molestaba, ahora no.

—¿Tenés compañeros gays que te lo hayan contado?

—Sí, sí. Gente casada que me preguntó si era gay porque le gustaba un pibe, y yo le decía “no sé, fijate vos”; o haber encontrado a algún compañero con alguien que no era una chica. No se animan, no tienen los huevos suficientes para decir: “Sí, me la como”. Creo que es más valiente decirlo que no decirlo. Porque no decirlo no es que estás cuidando a tu mujer y a tus hijos, sino que te estás cuidando a vos. Porque de acá a 20 años vas a estar viejo, no vas a querer a tu mujer, no vas aguantar a tus hijos, y vas a hacer cosas a escondidas que te pueden perjudicar, como terminar con alguna enfermedad. Cosas que no te hacen bien a vos, ni a nadie.

—Si hubieses dicho de entrada en la institución que eras gay, ¿te hubiesen aceptado igual?

—No sé. Los psicólogos se dan cuenta, en los dibujos que te hacen hacer, y en las preguntas, en todos lados aparece que sos gay. Son exámenes exhaustivos... no soy el único policía puto, tengo muchos amigos que son policías y gays, y si no ellos también hubiesen quedado afuera...

—¿Cómo vivieron tus compañeros la ley del matrimonio igualitario?

—En mi círculo de trabajo me dijeron: “Uy, qué bueno, ahora vas a poder casarte, ¿nos vas a invitar, no? Todo cambia, hoy algo que no se adapte no subsiste. Hay legisladores gays, médicos gays, policías gays. La condición sexual no quiere decir que uno esté habilitado o no para hacer algo.

—¿Sufriste discriminación en algún momento por algo? ¿Por ser puto o policía?

—No. Mis amigos se me acercaron más cuando se enteraron de que era puto que cuando les dije que iba a ser policía. Me encanta sacarme fotos. Tenía un fotolog donde había fotos mías, posando con la gorra. Me llamaron, tuve que firmar una declaración y cerrarlo.

—¿Heriste o mataste a alguien?

—No, no. ¡Bah!, que yo sepa no (risas).

—¿De chico jugabas a ser policía?

—No. De chico los odié.

—¿Por qué?

—No sé. Es una cosa rara... de siempre. Cuando era adolescente salía a bailar y los veía, entonces decía: “Estos hijos de puta que no hacen nada y nos controlan para que nos vayamos a dormir”. Después de estar unos años arriba de un patrullero viendo cómo todos salen del boliche me encontré diciendo: “Estos pendejos de mierda que no hacen nada. Se van a dormir”. Es como haber estado en los dos lados. Sólo así podes ver las cosas de forma distinta...

—Después de que te acepten la renuncia, ¿qué pensás hacer?

—Volver a hacer todas las cosas que por falta de tiempo dejé: teatro, baile. Me gusta no tener más la obligación de trabajar 24 hs. de servicio más un adicional de 18 o 20 horas de otro.

Víctor Hugo: ex seminarista

Es argentino, tiene 29 años, hace 14 que está en pareja y estuvo dos años en el seminario.

—¿Cuándo sentiste que tenías la vocación para ser cura?

—Tuve una familia católica, muy practicante. Al promediar el secundario sentí un llamado que me decía que lo mío iba por el lado del sacerdocio.

—¿Ya sabías que eras gay?

—Aún, a sabiendas de que tenía una cierta orientación gay, no definida del todo, me gustaban los hombres pero también tenía novias... me tiraba la Iglesia. Incluso había tenido algo con algún chico, aunque no fue una relación con penetración, fueron juegos: pajas y sexo oral. Cuando terminé 5o año inicié los trámites para ingresar al seminario. Estuve dos años en el seminario de la Congregación Salesiana. En esos dos años hice un discernimiento más profundo de mi vocación, en paralelo con el estudio de la filosofía.

—¿Cómo te imaginabas el seminario relacionado con tu sexualidad?

—Resultó tal cual como yo me lo imaginaba, pero con los ritmos mucho más marcados. No tuve problemas con la sexualidad, porque pensé que la fe me iba a poder llenar el vacío que iba a dejar con la sexualidad. En el seminario ni siquiera me masturbaba. En un año lo hice sólo dos veces. Después, cuando se acercaba el momento de tomar votos de castidad, pobreza y obediencia, empecé a pensar: ¿cuánto tiempo voy a poder controlar mi instinto? Cuando tuve que hacer la petición para los votos, me pareció muy hipócrita de mi parte obtener algo que no sabía si me merecía realmente. Mi visión no era humana, sino de fe, porque si hubiese pensado como hombre, me hubiese dicho: me garcho a todo el mundo y me chupa un huevo todo. Opté por tomarme un año fuera del seminario, pese a las indicaciones contrarias de mis superiores.

—¿A ellos les blanqueaste el tema de su homosexualidad?

—Jamás, porque yo tampoco lo tenía claro. En ese año que me tomé, volví a la vida mundana. A los cuatro meses de estar afuera retomé una relación con una chica con la que había salido tres años y debutado juntos. En paralelo conocí a un chico con el que al principio fuimos amigos, y después terminamos garchando. A partir de ese momento comencé una vida de dualidad sexual.

—¿En el seminario tuviste alguna insinuación sexual por parte de los curas o compañeros?

—No tuve nada con nadie. Lo que se usaba mucho, a nivel chiste, era tratarnos como mujer, en femenino. Por ejemplo, nos decíamos: ¿qué te pasa, te levantaste cruzada hoy? Los curas jóvenes también hablaban así. No pasa nada adentro de la institución, creo yo. No hay “mucho” sexo entre los curas grandes, pero en los jóvenes sí, pero no adentro, sino que van a buscar afuera. Conozco curas que garchan con minas y otros con tipos, pero no adentro sino afuera...

—¿Creés que la Iglesia es un lugar para que la gente conflictuada, a nivel sexual, se defina?

—Es un lugar de valores muy rígidos, que no acompaña la realidad del mundo de hoy. La gente tiene menos miedo de mostrarse como es, y eso no encaja dentro de la Iglesia. Yo sigo siendo católico apostólico romano y practicante. Hay una contradicción en la regla, hecha por los hombres (si es que hay realmente una contradicción) y es que las reglas son creadas por los hombres. Yo creo que Dios nos va a juzgar por el amor que uno da.

—¿No creés en un castigo divino por tu homosexualidad?

—Si sos un tipo, no creo que sea distinto si le das amor a un hombre o a una mujer. Yo tengo una relación de pareja de 14 años con otro hombre, y no creo que difiera en nada con la relación de pareja que tiene mi hermana, que está con un hombre. Es la entrega de amor hacia otra persona lo que le importa a Dios. Yo considero que una relación estable no está mal vista, o no debería estarlo, para Dios. Lo que me jode es la gente que no forma pareja y garcha todo el tiempo con gente distinta.

—¿Por qué te molesta eso?

—Hablando desde el punto de vista de la institución de la Iglesia, si es una relación añeja no habría problemas. Apunto a que la promiscuidad sería lo mismo que un tipo que vive violando pendejos.

Tengo amigos curas que sin ser gays comparten 100 por ciento mi estilo de vida, pero no se lo bancarían si yo fuese promiscuo. Cada uno vive de la mejor manera que le sale. Sé que el ambiente gay es un ambiente promiscuo, porque somos hombres, y el hombre es muy sexual, más sexual que las mujeres. Si comparás una encuesta: los hombres son más infieles que las mujeres, y al ser hombres con hombres hay mayor infidelidad en el ambiente.

—No creo que sea malo o bueno ser promiscuo, como vos decís, que eso es un prejuicio. ¿O lo estás pensando en relación al sexo vs. el infierno?

—No, no, yo no hablé de infierno. Dejemos ese tema de lado. Para mí el sexo es maravilloso. Es un gran regalo que Dios nos hizo para disfrutar. El tema es cuando involucrás sentimientos, que podés dañar a las personas. No puedo juzgar la promiscuidad, porque yo mismo en mis despertares homosexuales fui promiscuo. Era un desahogo físico, algo para no involucrarme con la otra persona, con el amor, porque no me permitía tener pareja. Ahora, cuando encontrás a tu media naranja y empezás a construir una relación, creo que la promiscuidad queda a un costado, a un secundario plano, y si tenés la suerte de sostener en el tiempo una relación, diría que más que una pareja gay es una pareja heterosexual.

—Para vos, ¿Jesús tuvo sexualidad?

—No. Creo que no, vino a la Tierra para cumplir su misión.

—Estuve leyendo sobre Santa Rosa de Lima: dormía en una cama de clavos, usaba una corona de espinas y cuanto más sufría sentía más el dolor y así se acercaba al umbral del éxtasis que buscaba para entrar en éxtasis. Gozaba muchísimo, tenía orgasmos sin tocarse, pero después la culpa era enorme y el castigo también. ¿Cómo es eso en el seminario?

—En el seminario no vi casos de autoflagelación por reprimir la sexualidad. En el seminario de formación, uno tiene la cabeza más amplia. Los desbordes de los curas vienen cuando terminaron su formación, cuando ya se ordenaron. Creo que los desbordes en la formación son difíciles de encontrar. Mis amigos curas no los vivieron durante la formación, porque, como te decía, la formación es rígida, después sí. No hay espacios para los desbordes en el seminario. Al no tener un grupo de contención, al estar solos en una parroquia viviendo con dos o tres más, la rutina ya no es muy estricta, viene un relax que les permite que aparezcan cosas que estuvieron mucho tiempo dormidas. El cilicio es un elemento de autoflagelación medieval. Es una cadena con pinches que se coloca en la pierna o en el brazo para acordarse de que Cristo sufrió mucho. Solamente lo utilizan los cristianos ortodoxos del Opus Dei. Yo no lo necesité.

—¿Pensás que hay gente que lo necesita?

—Yo creo que hay un mito con la Iglesia y la sexualidad. Hoy hay muchos curas jóvenes con la mente abierta, incluso desde el lado sexual. Adolescentes que en vez de ir a una confesión donde se los castiga –igual no olvidemos que hay un sacramento en el medio–, se encuentran con algo que se parece a una charla entre amigos. Yo creo que hoy un cura no le va a decir a un chico que se va a confesar que no coja.

—No es ése el discurso de la Iglesia... todavía se siguen oponiendo al uso del preservativo...

—Bueno, ésa es la distancia que hay entre el cura de barrio y la institución.

—¿Y por qué dejaste el seminario?

—Porque me sentía un hipócrita.

—¿No pensaste en tratar de reformar desde adentro la institución?

—No, fui egoísta, pensé en lo que me iba a hacer feliz a mí.

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