Viernes, 1 de julio de 2011 | Hoy
LUX VA AL PRIMER MATRIMONIO INTERNACIONAL
Caladx hasta los huesos por el frío y la nostalgia de las primeras marchas del orgullo, nuestrx cronista se anima a la calle y sigue la estela del calor humano que la lleva de registro civil en registro civil en registro civil. Pero como la farándula la marea con su perfume, abandona el casorio de Flor de la V y se refugia en otro que ya sucedió más de una vez. Más vale conocidxs...
Con el invierno, todo mi cuerpo, desde el huesito dulce a la última mecha, empieza a mutar para darme cuenta de que la estación me carga de una nostalgia psicosomática que me quiebra peor que la gripe. Cerca del 28 de junio, día del orgullo por la resistencia en Stonewall, parte de los síntomas se agudizan al recordar las primeras marchas frías, que empezaron en el largo invierno argentino de los ‘90, donde militantes pateaban las calles con sobretodos y bufandas que nunca alcanzaban, para dejar el mismo grito congelado reclamando una justicia que no llegó en toda esa década infame. Ahí pisé las calles del orgullo vernáculo por vez primera, y conocí a César Cigliutti, siempre firme, denunciado la violencia policial y todas las exclusiones, con nombres y apellidos, enfrentando, confrontado, pero también alentando la diversidad. Sé que en noviembre, en la nueva fecha de la marcha local, me puedo divertir mejor, pero igual, no hay jarabe que me saque mi estado nostálgico por el calor de amigos y amigas valientes que me arropaban con su fervor. Pero este invierno, al menos el martes 28, trajo una nueva razón de orgullo: la celebración del primer matrimonio igualitario internacional logrado por la Comunidad Homosexual Argentina. Y me llegó la invitación para ir a la ceremonia y los iba a ver a los y las activistas de la CHA y, especialmente, a César, que si bien lo habían nombrado ciudadano ilustre, su título no era para sacarle lustre, sino para seguir en la lucha, que es cruel y es mucha, todavía hoy. Si la militancia es cuestión de principios, es porque nunca se acaba. Y yo, que me estaba por encerrar en mi nostalgia, ahora salía exultante para el civil con la bandera del orgullo que me envolvía, para tratar de revivir lo que fue la fiesta por la primera unión civil latinoamericana, con los mismos protagonistas, César y Marcelo Suntheim, y deseando también repetir la misma suerte de encontrar quien vuelva conmigo para gozar del sexo de todos los colores, haciendo orgullo a la bandera que nos cobija. Y entonces, la historia se repite, a veces como tragedia, otras como comedia, pero pocas como justicia; y éste era uno de esos últimos casos: hace un año, recordaba César, la jueza Dra. María Rosa Bosio había rechazado el reconocimiento del casamiento que ellos realizaron en España a causa de la inexistencia aún del matrimonio igualitario en estas tierras. Hoy, la misma jueza autoriza la inscripción del primer matrimonio entre personas del mismo sexo celebrado en el extranjero. La justicia es un plato que se sirve frío: este invierno Cecilia Piñeyro, la misma que había lubricado la unión civil hace ocho años, era testigo de la libreta roja que el director del registro civil, Alejandro Lanús, entregaba a los enamorados de la CHA. Y después todo fue déjà vu: papel picado de colores, fiesta en la calle, cámaras y flashes. Quedé casi sin pupilas de las luces de las cámaras, y por la ceguera no sé cómo terminé en mi living con un tipo fornido bailando el cha-cha-cha a modo de precalentamiento antes del round cuerpo a cuerpo en mi dormitorio. Y por más que nuestros flujos y fluidos se derramaron por el arco iris de tela que sirvió de sábana, no importaba, porque sabemos que el orgullo, y la bandera que lo representa, no se manchan, sino que se bendice con todo lo que nuestro cuerpo segrega, sea sexo, sudor o lágrimas. En este caso fueron las tres cosas, lo que se llama una cama redonda. No creo que me case, pero la fiesta ya la tuve.
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