› Por José María Muscari
Un añito de vida es apenas comenzar a nacer. Cuando yo cumplí un año, aprendí a caminar, dije “mamá” y me salió mi primer diente. Todo al año.
Hace un año, la ley se aprobó y me sentí contento. Aun con expectativas cero de contraer matrimonio siempre entendí la ley como algo más global, más poderoso, más bello y gigante, apolítico y universal.
No hice mucho por ella, es decir, no hice lo que muchos bien llamados “activistas” hicieron por mí, por vos, por todos, y lo hicieron bien, muy bien, genial.
Siempre fui otro tipo de “luchador”, digamos. Lo digo sin culpa y sin jactarme de nada: simplemente soy así, para qué te voy a engañar.
Hice otras cosas, cosas que hago desde hace años que creo, colaboran de manera indirecta pero precisa con la causa. No sé muy bien cuál es la causa, pero una causa hay, en realidad, desde la ley. La causa es más difusa porque todo parece mas fácil, o al menos eso quiero creer. Algo que ya era, ahora existe legalmente y siempre está bueno cuando la ley dice “sí, esto es, esto está” y despliega derechos.
Pero la verdad es que yo soy, ahora con la ley, tan reacio al matrimonio como sin ella.
Sin embargo, si me invitás a tu casorio, te tiro arroz emocionado, papá; y si te sacás la liga, ni te digo... Así es la cosa.
La señora de su casa, la que ahora me ve en Tinelli, ya no se asusta tanto, me parece, o eso me quiero creer yo, para no pegarme un julepe de los feos.
Sin la ley, es seguro que en la pista de Showmatch, yo con un varón no bailaba. Es difícil imaginar cómo sería sin ley, creo que no sucedería. Lo cierto es que está sucediendo y yo me casé por TV en el Adagio entre varones, porque creo que sólo en medio de tamaña bizarreada acepto casarme.
La ley llegó para quedarse, ya al año un bebé empieza a caminar y está bueno ver cómo crece y cómo aprende a correr y a hacer de las suyas. Cuando tenga 2 o cuando tenga 10, veremos qué pasará; por ahora pasan y pasaron cosas, pero la más importante es que ser gay ya no suena tan raro para algunos seres con problemitas de aquellos que mejor ni mencionar.
Vivo un poco dentro de mi propia burbuja de alegría, soy un gay muy poco activista que agradece el activismo ajeno que tan bien me representó.
Cuando el colectivero me toca bocina saludándome porque bailo con un varón en la tele mientras él cena en su casa con su mujer, indefectiblemente, aunque no me quiera casar, pienso en la ley. Así es.
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