En el primer aniversario de la ley de matrimonio igualitario, pensé en hablar de todos los cambios y las situaciones que se han generado en nuestra sociedad, en cómo ha cambiado el futuro de los jóvenes que podrán encarar su vida desde un lugar completamente diferente al nuestro, en cómo hemos visto a parejas de toda una vida (20, 30 años juntos) que pudieron legalizar sus relaciones, pero me parece que lo mejor será contar lo que me ha tocado vivir a causa de este tema.

Pocos días después de la movilización en la plaza del Congreso, la primera vez que participaba de una, para ser más exacto el 30 de julio, era el cumpleaños de Gonzalo, mi pareja de hace 9 años. Como no sabía qué regalarle, se me ocurrió preguntarle a su hijo, de 11 años, qué pensaba él que sería el mejor regalo para su padre. Confieso que jamás en mi vida imaginé que fuera a responderme: ¿Por qué no le regalás el anillo de compromiso? Aclaro que hasta ese momento, su padre y yo jamás habíamos hablado de la posibilidad de casarnos, así que imaginen la sorpresa… Lo pensé, pero sinceramente me pareció mejor no darle a su padre la misma sorpresa que me habían “regalado” a mí, asi que dejé pasar la sugerencia para más adelante, pero cuando “mi chiquito”, como llamo yo al hijo de Gonzalo, vio que no le estaba regalando el anillo, vino y me dijo: Pablo, me decepcionaste.

Así que cuando llegó mi cumpleaños dos meses más tarde, decidió sin ser consultado, darle a su padre la misma idea, que me regalara a mí el anillo de compromiso, y por las dudas le preguntó: vos papá, ¿le propusiste matrimonio a Pablo? Porque si él no te lo propone, vos ¿qué esperás?

El además pensó que… “de luna de miel se tienen que ir a París porque es el lugar que más les gusta a ustedes… ¿o no?"

Nosotros por lo pronto seguimos todavía “de novios” pero la última anécdota de “mi chiquito” fue el día del padre, cuando después de saludar al suyo, me miró y me dijo: cuando te cases con papá tambien te voy a decir feliz día del padre, antes no.