› Por Andrea Majul
Cuando era chica y había algo que no quería olvidar, tenía la costumbre de sacar una foto mental de ese momento. Estaba lejos la tecnología digital, así que en mi imaginación simplemente miraba fijo, dejando de pestañear unos segundos. Parecía fácil pero no lo era, porque de nada servía asentar en mi memoria el instante posterior al hecho que quería rescatar del olvido: tenía que aprender a intuir esos momentos para así guardarme la imagen justa. “Ahora es cuando”, me decía para mí misma a modo de alerta.
Desde hace un año tengo en mi cabeza muchas de mis más preciadas fotos mentales.
Martes 13 de julio, no te cases ni te embarques. Es de noche y en la terraza del departamento nuestrxs hijxs abrigados con doble campera hacen sonar las cacerolas para protestar contra la cruzada naranja.
Miércoles 14 de julio, ¿Será un signo que la ley se trate el mismo día que se celebra la Revolución Francesa? Libertad. Igualdad. Fraternidad. Me toca conducir el festival de apoyo, desde un costado veo cómo se va llenando la Plaza del Congreso. Es hora de abrir, camino hacia el centro del escenario, veo la cúpula recortada por todos los colores del arco iris y antes de hablar –en apenas unos segundos– miro a todos a los ojos. “Ahora es cuando”, me digo, y automáticamente me llevo grabada la imagen de una enorme certeza colectiva.
Miércoles 14 de julio, noche. Termina el festival, para cerrar cantamos el Himno Nacional, somos tantas voces al corear “Ved en trono a la noble igualdad” que el aliento se entrecruza con las lágrimas.
Jueves 15 de julio, madrugada. Seguimos en vigilia, esperando la votación. Miro cómo de un pequeña brasa artillada surge la hoguera que abriga el frío, un frío que nunca siendo tanto importó tan poco.
Abrazos con amigos y desconocidos. Más tarde llega el abrazo más profundo y largo. Sintiendo el perfume de su piel –siempre tan propio y tan nuevo a la vez– me adormezco.
Jueves 22 de julio, tarde. Exactamente una semana después, estoy jugando con nuestrxs hijxs, viendo un DVD de canciones de María Elena Walsh. Al llegar la “Canción del Jardinero”, escucho: “Cuando voy a dormir, cierro los ojos y sueño con el olor de un país, florecido para mí”, y estallo en llanto. Se me agolpan en los ojos miles de fotos acumuladas durante toda la vida. Los tres me rodean y me abrazan entre sorprendidos y preocupados: –¿Estás bien, mamu? ¿Por qué llorás?
–Estoy bien; lloro de felicidad porque acabo de darme cuenta de algo.
–¿De qué te diste cuenta, mamu?
–De que “ahora es cuando” al jardinero se le cumplió su sueño, y a nosotros también.
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