Viernes, 29 de julio de 2011 | Hoy
Continúan lentas y bajo secreto de sumario las investigaciones sobre el asesinato de Octavio Romero, el oficial de Prefectura que no sólo había hecho pública su homosexualidad dentro de la fuerza y a la fuerza, sino que había anunciado su casamiento. Testimonios de sus compañeros, que prefieren mantenerse anónimos, permiten evaluar la hipótesis del crimen de odio o como ellos mismos llaman, de una cuestión de honor.
Por Sebastián Hacher
¿Qué implica ser gay en una fuerza de seguridad? Pocos se animan a salir del closet. Uno de ellos fue Octavio Romero. El niño mimado de sus jefes, el suboficial correntino al que le daban las misiones donde hacía falta elegancia y buen gusto, un día se paró y dijo: me voy a casar con un hombre. Ya se había sancionado la ley de matrimonio igualitario, y parecía que venían nuevos vientos de tolerancia. En Prefectura fue apenas una brisa, un permiso dado a regañadientes. “Los jefes le dijeron que se case, pero sin uniforme”, confía uno de sus compañeros de oficina, que acepta hablar con Soy desde el anonimato. Que a Octavio lo apretaron por hacer pública su orientación sexual, es algo sabido: la tarde en la que lo encerraron en un cuarto para amedrentarlo y las pintadas en el baño fueron narradas por varios de sus amigos en el expediente, como se contó en estas páginas no bien se supo que había sido asesinado.
“Nosotros éramos amigos y lo manteníamos en secreto: no quería que me asocien con él, porque me iban a empezar a molestar a mí también”, continúa su compañero de trabajo. “Por eso digo que esto puede venir por el lado del honor. En Prefectura todavía hay quienes piensan que un gay es alguien de otro planeta, que una institución de doscientos años pierde el honor si hay un homosexual en sus filas.”
Octavio salió de su casa el día 11 de junio por la noche y se le perdió el rastro. Sus amigos lo esperaban para cenar y como nunca llegó ni respondió los llamados se preocuparon. En el departamento que compartía con su novio quedó el saco de pana bordó, los zapatos y la bebida que iba a llevar a la cena. Todas las luces de la casa estaban encendidas. Gabriel Gersbach, el novio, en un primer momento pensó que se había ido con una campera, pero más tarde la encontró en el placard que compartían. El dato no es menor. Ese día hacía mucho frío, y una de las sospechas es que Octavio bajó por unos instantes, y que alguien lo obligó a irse. Una semana después de desaparecer, el 17 de junio, el conductor de una lancha encontró el cadáver flotando en el Rio de la Plata, a la altura de Vicente López. Lo habían asesinado.
Desde que apareció su cuerpo, todos los contactos oficiales desde la fuerza fueron con la familia materna. Gabriel era su pareja desde hacía doce años y pensaba casarse con él en dos meses. La familia política y los amigos llegaron a temer que no los dejaran despedirse del cuerpo antes de ser trasladado a Curuzú Cuatiá, su pueblo natal. A último momento –y gracias a la intervención de varias organizaciones– en Buenos Aires hubo una misa de cuerpo presente en la que no participaron uniformados. Como si hubiese que impedir la foto de familia en la que salieran los díscolos, los honores –la entrega de la bandera a la familia, la guardia de honor, etc.– se hicieron en Corrientes, lejos de la vida que el finado había construido los últimos años.
“El caso es un rompecabezas. Tenemos varias piezas. Hay que ponerlas juntas, trabajar en todas las líneas: todavía no podemos descartar nada”, dice uno de los investigadores, que se excusa de dar detalles para no entorpecer el avance de la causa, que crece a ritmo sostenido. En menos de un mes, el expediente judicial tiene cuatro cuerpos: unas ochocientas fojas con allanamientos, pericias y declaraciones testimoniales. La fiscalía analiza todas las comunicaciones por Internet y el teléfono de la víctima e intenta trazar un perfil entrevistando a todo su círculo de amistades.
Los datos se hacen públicos en cuentagotas. Se sabe, por ejemplo, que el arma reglamentaria –que Octavio nunca llevaba con él– no pudo ser ubicada. Unos días antes de desaparecer había tenido una práctica de tiro obligatoria. A esos entrenamientos solía ir con una cartuchera o con un maletín donde además podía guardar municiones. Después de la visita al polígono, la pistola podía quedar en tres lugares: su casa, una guardería de Prefectura o su locker en el Edificio Guardacostas. “En ninguno de los tres lugares estaba”, explica Joaquín Vizcaya, el cuñado de Octavio. El locker del Edificio Guardacostas fue allanado por la Justicia, pero no se encontró nada: unos días antes, los superiores lo habían abierto para entregarle sus pertenencias a la madre de Octavio.
Una de las claves del caso es precisar la forma en la murió Octavio y cuándo fue arrojado su cuerpo al agua. La autopsia dice que sufrió golpes en el sector izquierdo del rostro y en la nuca y que si bien eran importantes no alcanzaban para matar a un hombre. En el informe pericial tampoco se encontraron lesiones defensivas, las típicas marcas en las manos y piernas que se generan cuando alguien sufre una agresión e intenta frenarla. Los peritos que analizaron el cuerpo dijeron que lo tiraron con vida y desnudo al agua, pero desmayado, y que después de morir ahogado estuvo de tres a cinco días en el agua, aunque si la temperatura de esos días fue fría, podrían ser más.
Varias fuentes con acceso a la causa coinciden en que ese último dato podría estar equivocado. “De haber estado tanto tiempo en el agua, el cuerpo tendría que haber estado más hinchado, con más agua en los pulmones, y tendría que haber sido mordido por las palometas. Esperamos el resultado de otros análisis que se hicieron para saber realmente qué pasó”, explica una fuente judicial.
De comprobarse, por ejemplo, que el cuerpo fue tirado al agua el mismo día que lo encontraron, se fortalecería la hipótesis de un crimen con tinte mafioso: alguien que tiró el cadáver a pocos metros de una base de Prefectura para dar un mensaje o, peor, que eligió ese lugar porque es una zona donde los únicos que tienen jurisdicción son los hombres de esa fuerza.
Por ahora, los investigadores se cuidan de las certezas. Si bien hay varias líneas abiertas, hay dos que son las más fuertes.
La primera es la que señala que pudo tratarse de crimen desde el interior de la fuerza. “En ese piso donde trabajamos pasaron varias cosas que uno tiene que callar porque no tenemos otra fuente laboral”, asegura el compañero de Octavio que accedió a hablar con Soy.
Uno de los elementos que llamó la atención a propios y extraños es que cuando Octavio desapareció, en Prefectura sólo abrieron un expediente por abandono de trabajo. “Le agregaron averiguación de paradero recién cuando se presentó Gabriel a decir que Octavio estaba desaparecido”, explica Joaquín Vizcaya.
Con apoyo de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), la pareja y los amigos de Octavio pidieron que en el caso intervenga la Fiscalía de Investigaciones Administrativas (FIA), que ya trabajó en otros casos donde las fuerzas de seguridad estaban sospechadas de homofobia.
La segunda línea de trabajo apunta a las relaciones extra laborales. Octavio tenía una cuenta en manhunt.net, un sitio de contactos para hombres. También había montado un emprendimiento paralelo a su trabajo en Prefectura, en la que actuaba como guía turístico junto a Gabriel, su pareja. A través del entrecruzamiento de las comunicaciones de los teléfonos de Octavio, de la actividad en sus cuentas de Internet y de los datos aportados por sus amigos, la Justicia intenta rearmar el mapa de todas su relaciones estables o pasajeras para encontrar pistas. Tampoco se descarta la fatalidad. “Puede ser algo no planeado que salió mal: alguien que lo golpeó y se le fue la mano, y luego se deshizo del cadáver como pudo”, arriesga uno de los investigadores.
El 11 de julio, cuando se cumplió un mes desde la desaparición de Octavio, familiares y amigos se reunieron frente a su casa en San Martín y Córdoba, y desde allí marcharon hacía Plaza de Mayo. Entre el medio millar de manifestantes sobresalían las pancartas con forma de signo de interrogación. Antes de movilizarse, el grupo de los más íntimos se reunió en la casa que compartían Tavo y Gaby para hacer las pancartas. El modelo era un signo de interrogación que Octavio había encontrado en la calle cinco años antes. La bandera para encabezar la movilización fue un regalo que mandaron desde Brasil los amigos de Octavio que marcharon allá. De un lado estaba la foto de Octavio con su saco de pana bordó. Antes de llevarla a la calle, Gabriel se arrodilló frente a la imagen y la besó entre lágrimas. La escena de llanto duró unos segundos: ahí estaban firmes para abrazarlo y arrancarle una sonrisa los amigos de Octavio, que decidieron recordarlo como él era: alegre, divertido, lleno de amor.
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