ES MI MUNDO
Dos fanzines virtuales empiezan a madurar en la web con estilos distintos, aunque con equivalente espíritu provocador. Mientras La marica ilustrada se abre al exceso multicolor, a una estética con cierto toque “ochentero”, Waska apela a la elegancia en blanco y negro haciendo un guiño a las manualidades de la adolescencia como máximo exceso.
› Por Diego Trerotola
¿Abrir una nueva ventana o pestaña? La disyuntiva tiene perfume de voyeurismo drag, pero es la cotidiana forma de expandir la mirada de los exploradores de Internet, de quienes van por más en la búsqueda de horizontes que amplíen la posibilidad de ver, pensar y gozar este y otros mundos. La cultura web parece permitirlo casi todo, como un portal hacia un espejismo sin filtros, donde podemos ser otra persona o la misma pero en circunstancias distintas a las que nos tocan fuera de Internet, off line. Sin embargo, entre sitios y blogs, flickrs y twitters, entre la hipervinculada web, la revolución fotocopiada de los fanzines queer, aquellos que en Inglaterra y Estados Unidos promovieron una nueva forma de diversidad sexual en los primeros ’90, apenas desembarcó en el Río de la Plata. Nunca llegó online algo así como Homoxidal 500, fanzine queercore local multiplicado en fotocopias, con la aspereza suficiente para que, en su collage rockero que iba desde el punk al rolinga con vicio erotómomano insurrecto, generó, una década atrás, el culto que la densidad de sus páginas grisadas merecía. Después, poco y nada se desmarcó de la revista gay ultrapacata, en versiones políticamente correctas o reaccionarias, con sus consiguientes guías de consumo, su glam a reglamento, su visión clasemediera de la cultura gay, sus portfolios predigeridos de chicos de tapa con estricta estética gym, sus relatos eróticos previsibles y gastados como chistes de gallegos. Ahora, como salvoconducto de un mundo tan convencional y cuadrado, la nueva década permite dos esperanzas, sendas revistas web surgidas a fines de 2010, tal vez motivadas, tal vez no, por la ley de matrimonio igualitario. Ya se sabe, hecha la ley, hecha la trampa.
Si parte de la gracia de todo fanzine es que huele a espíritu adolescente, Waska apesta a lo que su título celebra como anacronismo teen. Y eso escenificado desde el vamos con la estridencia con que se vocean las cosas entre las páginas de este tipo de pasquines de palabras e imágenes tomadas por asalto. Su editor, Julio Lago, deja muy nítido eso en el texto de bienvenida: “La última vez que dijiste waska fue antes de tus 15 años, después le decís semen, leche, etc., pero no más waska, por eso waska para mí es lo frenético y adolescente de una paja de aquellas épocas”. ¿Hay algo de nostalgia en tratar de recobrar esas pajas bravas del varoncito púber que descubre que su cuerpo caliente expulsa chorros de placer en cada shock orgásmico? Hay, apenas, una mirada al sesgo de ese pasado perdido, porque poca es la emotividad retro que se puede rastrear en las 24 páginas de Waska, tan adolescentes que incluyen una escritura más bien compulsiva con varios errores ortográficos. Así, este breve “artzine queer” se la rebusca para transformarse en un collage donde un “colectivo de artistas” se abren el impermeable para mostrar que sin las ropas de lo rutinario es mejor. La furia, el erotismo y la estilización juntas y desnudas, en fotos, crónicas, entrevistas, poesías, dibujos, conviviendo en las páginas del pdf diseñado con una elegancia de punta en blanco y negro, con algo del espíritu de sensualidad de las superficies pulidas del leather. Es que Waska sería una revista ideal para haberla leído en una peluquería queer, especialmente si el peluquero hubiese sido Robert Mapplerthorpe (imaginarse cómo quedarían los pelos, púbicos incluidos, en ese caso, en especial si se usa de gel la sustancia que se proclama en el título al estilo del jopo de guasca de Cameron Diaz en Loco por Mary). La imaginación visual de Waska permite elucubraciones de ese calibre, porque la lente de las cámaras y los lápices apuntan a lugares múltiples, a veces cercanos a la instantánea casera, a veces dentro de un intimismo porno fantástico (casi de ciencia ficción), tanto como al nudismo pop (un tipo en bolas en el mar con una careta de Bob Esponja), y así hasta llegar a la estampita hereje, como Cristian Tonhaiser, que se hace el martirólogo ojeando a su chongo, corona de espinas y todo, ascendiendo a los cielos con cristiana libertad de culto homoerótico. Y esa herejía también es parte del alegato anticlerical de la crónica de la noche de aprobación del matrimonio igualitario en el Congreso, como del poema de Facundo Cachivache, que versea un texto que podía haber sido escrito en la puerta de un baño público de Once (no en la estación sino en la zona del rabinato). Y, justamente, el baño sería un lugar ideal para leer Waska, con el beneficio de que, frente a la calentura y los viscosos efectos lácteos que la revista tiende a provocar (ilustrados en la fotonovela sobre una paja que cierra el primer número), no hay peligro de que las hojas queden pegadas, como sucedía con las revistas porno de nuestra adolescencia.
A diferencia de Waska, a La marica ilustrada le da por los excesos multicolores, llegando al descontrol por varios caminos, que van del collage de photoshop sin freno al reciclaje de arte desde un eclecticismo extremo, pasando por la aberración textual por el lado más humorístico, deslenguado y bestia. También habría espacio para otros matices que escapan de lo excesivo, pero en el bulto se destaca su gestualidad histriónica puesta en cada página y si se corrobora, al leer el sumario, que no una sino “tres mariconas de novela” (Ana Collados, Pablo Bolaños y Patricia Gatti) son las que pergeñaron semejante desequilibrio, por lo que no se podía esperar más que una bolsa de gatxs. Cada número, van por el cuatro y comenzó a salir a fines del año pasado, pertenece al género “surrealismo político”, según sus propias palabras, pero al leer que el historietista queer Nazario Luque es madrina de la publicación no se tarda en reconocer la filiación anarcomarica que flamea como banderín de proa. Por eso hay un pulso ochentero, una vuelta al under primaveral pero corrosivo de unas décadas atrás (de esa noche sale el personaje Doris Night, alter ego de una de las editoras), y eso se expresa en una tendencia a la viñeta descontrolada, la relación explosiva entre texto e imagen como teatralidad camp, como remix del buen al mal gusto servido en cucurucho de papel para lamer con carcajadas lascivas. En fin, guiños de locas calientes que rinden homenaje a quienes las inspiran, viajando en el tiempo para recuperar, por ejemplo, al escultor alemán Franz Xaver Messerschmidt o al artista plástico y ocasional músico local Jorge de la Vega, pasando por la sex bomb mestiza y karateca Tura Satana y el Fernando Noy que llena de poesía galáctica, polvo de estrellas, nuestros agujeros negros. De todo y revuelto como en la botica del fango, de una página a la otra puede pasar de pornografía pansexual a un poema de Oliverio Girondo o de Rodolfo Edwards, o a un homenaje a Jorge Luz como “la madre drag del cine nacional”. Pero lejos de lo retro y del anacronismo, lo de La marica ilustrada es el “ana(L)cronismo”, que, tratando de comprender este neologismo, podría ser una temporalidad escatológica, una nueva y esfinteriana apertura en el tiempo (tal vez, como decía Batato Barea, que es invocado muchas veces en los números, es cuestión de que la lengua revele lo que el culo esconde). Dividida en “sexiones”, la revista incluye cadáveres exquisitos y otras técnicas de escritura y composición collage, con cierta tendencia a la estética comic y al lenguaje panfletario, en un sentido profundo como literatura de combate y también como disparate ideológico. Pero siempre manteniendo su máxima premisa de afrenta e intervención en el mundo, porque La marica ilustrada se dice primeramente como “vida y pensamiento contracultural editorializado”. En todo esto hay algo de una nueva explosión de la posvanguardia habilitada por Internet, dimensiones de una Ilustración amanerada con singularidades y pluralidades, donde los géneros y la diversidad (sexual, estética, ideológica) inaugure otro Siglo de las Luces, ahora digitales, donde la política del deseo y el deseo de la política sean un mismo sentimiento de afinidad romántica por lo deforme que somos o tenemos alojado, escondido, tal vez, en ese culo del que la poesía de Batato reconocía como lugar de escondite, un colaless como gesto ideológico. En ese sentido, en su despilfarro de guarangada contemporánea como camp del píxel explotado, pero también en el revival de antiguas voces, hay un proyecto exhibicionista que tiene mucho que ver con una amplia y sabia política de la visibilidad que esta revista sostiene sin miedo al ridículo y a las convenciones de lo que es ser, pensar y editar diferente.
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