SALIó
En su último libro, La ciudad y el deseo. Una guía gay de Buenos Aires (Sudamericana), Julián Gorodischer deconstruye una cartografía personal del derrotero gay en la ciudad de Buenos Aires mientras deja pistas falsas y una novela de la decepción. Las fotos de Sebastián Freire, que no ilustran simplemente, sino que remiten a la libertad de las ensoñaciones, completan el mapa deseante.
› Por Liliana Viola
“Que revienten los amigables y los efebos de risa boba que convocan e interpelan al deseo desde revistas, flyers de fiestas, portales porno, guías internacionales. Que se derrumbe toda la edificación friendly que esta ciudad tramposa y oportunista promete en todos los idiomas capaces de pagarse un viaje en avión. Que todo jugador visitante y todo puto recién llegado ya sea por edad o por ganas de subirse a los aires de libertad se quede sin su guía de uso. Que se pierda. Que el que quiera conocer lo que es ser gay aquí, que venga a verme, que escuche lo que tengo para llorarle y que se vaya pronto, no estoy para él ”
Esta especie de manifiesto contracomplaciente puede leerse en letras invisibles en el prólogo que Julián Gorodischer no escribió en este libro, guía gay en forma de novela o todo lo contrario. Pero coherente con el grito contenido que acabamos de reponer, su propósito ya está claro en el primer capítulo donde las bellas fotos de Freire ya no coinciden con los destinos señalados y los lugares enumerados no serían definidos como gays por otras guías, algunos han cerrado y otros espacios no serían jamás pisados por turistas corajudos. No se trata de una serie de erratas sino un arte del errar. El periplo que propone Gorodischer se inicia en un supermercado donde el protagonista que debería oficiar de Cicerone ardiente y avezado, se queja de la mersa, llora porque lo estafaron con la cuenta del teléfono y recuerda en el tercer párrafo por una asociación que prometía el cruce con el primer chongo, los apelativos de “puto, momia, morfón, etc” que le fueron dirigidos en su infancia que ha quedado unos 30 largos y pesados años atrás. Entre hipocondríaco, recién expulsado de la maquinaria laboral y viejo a los 37, esta mezcla de Woody Allen (gay y desenfadado ante su propia homofobia) con el mismo cronista que hemos visto asomar en los libros del autor y que ahora se presenta más consolidado y potente, lleva a cabo la negación más descarada y valiente de lo que se entiende por ofrecer un servicio. Quien entre a estas páginas se encontrará con un personaje que merodea la ciudad y que más que recorrer lugares pasea su cuerpo por las estaciones que todo gay actual debería frecuentar. Desde la escena del hartazgo ante los primeros días de convivencia, hasta el sexo casual con más de un chongo y también con algún personaje conocido por todos pasando por la fecundación a sus amigas lesbianas que le piden erección, eyaculación y atención con el deseo de ellas.
Gorodischer, como su personaje, consigue con maestría no dar lo que parece que da. Tampoco el pesimismo es tan cierto. Porque al tono quejoso lo acompaña implacable un corrosivo sentido del humor de quien tiene “un tipo viviendo en mi cabeza que no para de hablarme aunque yo le digo: callate”.
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