Viernes, 16 de septiembre de 2011 | Hoy
Cinco lesbianas y activistas comenzaron este año a rescatar fotos y papeles hasta ahora sueltos para reunirlos en un archivo que reconstruye la historia del activismo lésbico en nuestro país, que recorre a través de documentos cómo las lesbianas fueron pensándose a sí mismas, cómo pasaron de los eufemismos a reconocerse y nombrarse sin temblores en una identidad propia que, ahora que puede mirar hacia atrás, también puede desdibujarse y multiplicarse.
Por Paula Jiménez
Volantes, fotos, grabaciones de audio, filmaciones, programas de TV, producción teórica, gráficos, fanzines; de todo esto se hace la historia de un movimiento. Cuando la militante española Gracia Trujillo contó la anécdota, se les encendió una luz: también ellas tenían en su poder un archivo documental que cabía en una valija y con el que podían dar cuenta del recorrido del activismo lésbico en la Argentina durante las últimas décadas. También, como Gracia, vieron en esos escasos papeles que habían sobrevivido al paso del tiempo y a la disolución de las agrupaciones un tesoro. Y lo empezaban a desenterrar justo cuando las cinco activistas –Gabriela Adelstein (Buenos Aires), María Luisa Peralta (Buenos Aires), Valeria Flores (Neuquén), Fabiana Tron (Córdoba) y Canela Gavrila (La Plata)– volvían a encontrarse en la organización de los “diálogos críticos del activismo lésbico, una propuesta que surgió después de que la presentación de Orgullo, el libro de Mabel Bellucci sobre Carlos Jáuregui, las convocara para debatir. Hasta hoy fueron tres esas reuniones. El cuarto encuentro será mañana cuando se presente oficialmente la materialización de este reencuentro y de y de estos diálogos: el archivo documental Potencia Tortillera (que tomó su nombre de una acción del grupo Fugitivas del Desierto), que estará disponible en formato de blog, y que promete concentrar las variadas manifestaciones de la historia del activismo lésbico argentino.
El archivo surge de la necesidad de generar una historia propia, que sostenga el diálogo entre generaciones y que despeje el agobio que significa creer que siempre hay que empezar de cero. “Si no somos capaces de escribir nuestra historia, lo único que queda es un activismo hegemónico que se adjudica todos los logros. Esto se da acá y en todos lados, porque es una cuestión humana”, dice Gabriela Aldestein. Según ella, ese activismo hegemónico tiene como interlocutor al Estado: a él se dirige y a él le reclama sus derechos. El otro, el que Potencia Tortillera recupera, tendría como interlocutora a la sociedad: “En este caso, la tarea es siempre más de base, un trabajo constante y a la vez difuso, no se trata de una ley”.
“El movimiento lésbico ha servido para realizar una cantidad de acciones políticas vinculadas a la realidad y a la necesidad de las lesbianas, a veces con cosas en común con las mujeres, a veces en común con gays y trans, y a veces específicas”, explica María Luisa Peralta. En el origen de ese movimiento hay tres nombres: Teresa de Rito, Ilse Fuskova y Mónica Santino. En términos de visibilidad, las tres son reconocidas como las pioneras argentinas. Y mientras que Teresa de Rito no es considerada una referente política para muchas lesbianas, sí lo es Ilse Fuskova. Revisando el blog que sostiende al archivo, en la entrada que corresponde a 1990 se puede ver el escaneo de un texto de su autoría llamado “Una lesbiana del tercer mundo en San Francisco”, y más abajo un fragmento de aquel histórico almuerzo con Mirtha Legrand al que Fuskova fue invitada y que produjo una altísima resonancia en toda la sociedad. El nombre de Ilse muchas veces más recorre el archivo, igual que su publicación, Cuadernos de existencia lesbiana. A diferencia de Teresa de Rito, Fuskova formó parte de la militancia feminista y más tarde se integró al movimiento Glttbi que, desde mediados de los años ’90, comenzó a organizar sus reuniones en Tasmania, el inolvidable bar gay lésbico trans del Pasaje Dellepiane. Aquellos debates fueron dando forma a esto que hoy llamamos la historia de un movimiento.
Mónica Santino, la más joven de las tres pioneras, fue vicepresidenta de la CHA y durante aquellos años tuvo una gran exposición mediática. María Luisa Peralta nos habla de las vicisitudes que hicieron que Santino se apartara: “Ella quedó muy desgastada de tanta exposición, le costó mucho conseguir trabajo. Esto marca también las diferencias de edad y de clase. Ilse, cuando empezó a tener visibilidad, ya era abuela y pertenecía a una clase media holgada. Mónica, en cambio, era joven, de una clase más baja y además masculina. Para ella, la visibilidad tuvo otros costos. Tenía muchos años de militancia en la CHA y también diferencias con Carlos Jáuregui y con aquellos que estaban cerca de él. Dejó el activismo al poco tiempo que salió la personería de la CHA. Después, ella estuvo en el grupo fundador de Lesbianas a la Vista y se fue. También formó parte de Lesbianas a la Resistencia. Alrededor del ’96 se replegó”.
En los años ’90, a contracorriente del auge neoliberal en la Argentina, ese momento en el que parecía haberse diluido el sentido de cualquier lucha, la política identitaria del movimiento se afianzó y se hizo, paradójicamente, mucho más fuerte y cerrada que ahora. Por entonces, la gente se unía específicamente por ser gay, lesbiana o travesti. La hostilidad del afuera hacía que las identidades se reforzaran y construyeran como una cuestión de resistencia, para poder pensarse y agruparse. “Hoy hay una cantidad de gente pensando, leyendo, hablando en términos más laxos –dice María Luisa–. Hoy existe la teoría queer. Hace quince años, no. Aquella identidad era una necesidad política, al punto de que había una cantidad de compañeras feministas heterosexuales que para sumar al movimiento se definían como lesbianas políticas, aunque no lo fueran en la práctica.”
Fue en 1991 cuando se abrieron las puertas de aquella histórica casa de Maza 1490, en el barrio de Boedo: Las Lunas y las Otras. En ese espacio, donde no podían ingresar varones, se dictaban talleres, se daban charlas, se organizaban actividades artísticas y, sobre todo, las lesbianas se encontraban entre sí para organizarse, debatir y compartir lo que fuera. Las Lunas se definían como un grupo de lesbianas feministas separatistas y dejaron sus huellas imborrables en la historia del movimiento. Funcionaron hasta el año 2000.
En el archivo Potencia Tortillera, con fecha del 8 de marzo de 1993, se puede acceder a un documento firmado por ellas junto con Convocatoria Lesbiana, Mujeres de la CHA, GRAL, Mujeres de Sigla y lesbianas independientes, en el que se reclamaba “el derecho a las madres lesbianas a la tenencia de sus hijos/as; tratamientos psicoterapéuticos y ginecológicos no discriminatorios; inclusión de la sexualidad lesbiana en las campañas de prevención del sida; no discriminación a las lesbianas en el trabajo; inclusión de la orientación sexual en la ley antidiscriminación; contratos civiles entre parejas, licencia por enfermedad de la compañera y derecho de adopción”. Este es el primero de los documentos subidos al blog donde se formaliza un pedido reivindicatorio. “Ahora se reivindica el matrimonio, pero en los ’90 se reclamaba la unión civil u otro tipo de uniones libres. Se la elegía como alternativa preferida. En general, el movimiento Glttbi no tuvo siempre como meta el matrimonio. Y actualmente sigue habiendo un sector de lesbianas gays y trans que no lo reivindican. Nosotras hemos trabajado en todos estos años contra la lesbofobia, y seguimos haciendo el reclamo en relación con los temas de la salud. Las Lunas brindó atención ginecológica no discriminatoria en su lugar. Y tanto Lesbianas a la Vista como La Fulana y Espartiles, todas hemos hecho este reclamo. El de la salud es un asunto que siempre está pendiente”, explica María Luisa.
Se autodefinían como lesbianas, pero ese nombre, Las Lunas y las Otras, no dejaba traslucir su identidad. Que las agrupaciones empezaran a llamarse públicamente “lesbianas” sería el paso siguiente que daría el movimiento. Esto implicó algo más: independizarse de otras estructuras, como las de los grupos de mujeres feministas y los de homosexuales (como se autodenominaban los gays en esos años). Así fue que a mediados de los ’90 apareció en escena la legendaria agrupación Lesbianas a la Vista (que realizó acciones callejeras, produjo textos teóricos, contó con talleres y espacios de reflexión y ofreció a la comunidad lésbica distintos tipos de ayuda y de servicios). El grupo tuvo su sede en un antiguo departamento de San Telmo, sobre la calle Chacabuco. Pero ellas no fueron las únicas preocupadas en visibilizarse abiertamente. En aquel momento, Integración Lésbica, que se separó de Sigla; Amenaza Lésbica, el primer grupo que dirigió María Rachid; o Madres Lesbianas Feministas Autónomas, coordinado por Mónica Arroyo y Fabiana Tuñez, también decidieron no esconderse detrás de eufemismos.
El 8 de marzo de 2000, una cuestión profunda de visibilidad fue la que le hizo al movimiento dar un giro histórico: Lesbianas a la Vista se abrió de la organización de la marcha del Día de la Mujer cuando las feministas quisieron omitir la palabra lesbiana de los volantes de distribución. La agrupación se posicionó públicamente: de allí en más dejarían de autodenominarse mujeres y pasarían a ser lesbianas. Crearon entonces un extenso documento al que se puede acceder en una entrada del blog en el año 2000. Al comenzar dice: “Una vez más se hace explícita la decisión de invisibilizar a las lesbianas, ocultándonos bajo el más abarcador y menos específico nombre de ‘mujeres’. Se nos invita, eso sí, a participar de la organización, aportando ideas y trabajo. Pero sin nombrarnos”. En ese mismo documento se busca clasificar las diferentes identidades dentro de las asumidas por las lesbianas, pero la variedad y cantidad redunda en la diversidad misma. Imposible abarcar este mapa identitario que con cada especificidad se aleja de la generalizante categoría de mujer. “No me considero una mujer, pero uno de los prejuicios en contra de las lesbianas y el que sostiene la lesbofobia y está basado en la confusión de género, es que queremos ser hombres. Puede ser que algunas lesbianas quieran serlo, de hecho muchas personas a las cuales se les ha asignado el género de mujer al nacer viven algún tiempo como lesbiana antes de convertirse en transexuales de mujer a varón, pero la mayoría de nosotras no queremos ser hombres. Ahora bien, si no soy mujer, pero tampoco soy hombre, ¿qué soy? Yo me considero una persona transgenérica de mujer a lesbiana”, diría Fabiana Tron, una de las integrantes de Lesbianas a la Vista, en un texto de su autoría del año 2003 que fue incluido en el archivo.
Los documentos desperdigados hablan de las oscilaciones del movimiento lésbico, de su fragmentación en el tiempo. En todos estos años, este movimiento no se demostró andando sino yendo y viniendo, rompiendo y rearmando estructuras que resultaron provisorios lugares de acción. Pero el zigzagueante camino que dejó sus huecos y su falta de registro también obedeció a una mecánica propia que responde a las diferencias manifestadas y que fue matriz de modos muy diversos de hacer política. Según Gabriela Adelstein: “Todo grupo político tiene movimientos internos en función de las personalidades participantes y ha sido siempre muy difícil hacer cosas en conjunto. El activismo individual y el grupal son cosas completamente distintas”. Para María Luisa Peralta: “Existieron y existen algunas lesbianas que no están en grupos, pero que han hecho cosas artísticas y teóricas por su cuenta. Está, por ejemplo, la académica que elige presentarse como lesbiana y militar desde ahí. También hay acciones que fueron hechas no por grupos militantes sino por mujeres que eventualmente se han reunido para realizar una determinada acción. Los grupos cumplen sus ciclos, cambian los intereses, y como nunca son demasiado numerosos, el peso de las relaciones personales es importante”. Pero esta militancia ha ido identificándose con diferentes grupos y reformulando sus discursos y sus alianzas. “Hubo un momento de nuestra historia en el que todas encontraron lugar dentro del movimiento de mujeres y feminista –dice María Luisa–. En otro, ese lugar fue con el movimiento Glttbi. Hoy hay muchos espacios; hay lesbianas visibles activando dentro de partidos políticos y ocupándose de temas que nos conciernen. Me parece que nuestro movimiento ha sido menos expulsivo que otros y que, pese a haber tenido conflictos, la gente siguió activando. Yo creo, además, que hubo una ampliación de los espacios para trabajar y un cambio de cómo nos pensamos.”
Ese punto, justamente, ese “cómo nos pensamos”, quizá sea la línea directriz que conecta los años pasados con la actualidad. El camino de evolución de ese pensamiento es la historia que esos papeles, fotos y demás documentos, perdidos o no, efectivamente han construido. En un sentido profundo, las diferentes formas de pensarnos a nosotras mismas, es aquello de lo cual el archivo nos viene a hablar. En los inicios del movimiento la única forma era pensarnos como mujeres que aman a mujeres. De esto es bastante ilustrativa una entrada al blog del año 1993, donde pueden leerse las conclusiones del Taller de Lesbianismo realizado en el 8º Encuentro nacional de mujeres en Tucumán. Allí se apunta una definición: “Se acordó que el lesbianismo es el amor entre mujeres (...), un movimiento político de reivindicación de los derechos de las mujeres que aman a otras mujeres”.
“Creo que hoy hemos avanzado en pensar la cuestión de género, en confrontar las limitaciones de género que nos impone el patriarcado –continúa María Luisa–. Hace unos años, cuando se pensaban como mujeres que aman a mujeres, no había una cuestión muy amistosa con la transgeneridad. Esa relación también cambió y así como fuimos pensando en un espacio como el que reclamaban las travestis de reivindicarse travestis, ni hombres ni mujeres, nosotras también nos pensamos como lesbianas, ni hombres ni mujeres. Se nos hace difícil pensarnos como un sub-ítem de la agenda de las mujeres.” También para Gabriela Adelstein el cambio de miradas sobre el sujeto político de las lesbianas pasó y pasa por un cambio de posición con respecto a la transgeneridad, y dice: “En los últimos diálogos, poniendo el caso de la Pepa Gaitán, queríamos hablar de las dificultades del movimiento de asumirlo como un lesbicidio. Porque en un punto ella no se identificaba como lesbiana sino como varón, así se vivía, era más bien trans. Vaya si ha mutado nuestro modo de mirarnos. Aunque en el movimiento aún hay quien se mantiene en un esencialismo biologicista. Eso en una punta, y en la otra las jóvenes que corporalizan lo queer, que corporalizan un abandono de los estereotipos y las normas”.
Resulta claro: en este caso tecnología y visibilidad se dan la mano. Así como hoy existe esta herramienta virtual que le permite a Potencia Tortillera llegar a cualquier parte, muchas mujeres hoy están dispuestas a poner su nombre, su cara, su obra, su palabra, en acciones grupales o aisladas ligadas al activismo. Esa es una de las razones por las cuales el material subido al blog es mucho más abundante hoy que en los primeros años, donde un volante, un texto mecanografiado, son casi las únicas pruebas de que el movimiento se empezaba a gestar. Pero además, en todos estos años de gente, las agrupaciones, incansables productoras de volantes, fotos, documentos, se fueron disgregando y el material precioso, perdiéndose de vista. Lo que queda es papel, y el papel se estropea. En un blog, en cambio, los recuerdos sobreviven a un café derramado, a una mudanza, a un libro que se presta. La primera entrada es tan sólo la narración de una fundación mítica, y dice: “En agosto de 1971 se forma el Frente de Liberación Homosexual (FLH). El FLH llegó a integrar diez grupos: Nuestro Mundo, Eros, Profesionales, Safo (grupo de lesbianas), Bandera Negra (anarquistas), Emanuel (cristianos) y Católicos Homosexuales Argentinos, los más importantes”. En 1973 aparece la tapa del primer número de Somos, y reza: ‘Revista del Frente de Liberación Homosexual’ (Buenos Aires, 1973), en la cual está el texto ‘La mujer que se identifica mujer’, una traducción de un texto de Lesbianas Radicales, grupo de lesbianas norteamericanas blancas. También hay una sección llamada ‘Pasiones humanas’, con un poema firmado por Elsa”. Desde entonces se hace un silencio y las entradas que van de 1974 hasta 1984 están vacías. El inmenso paréntesis de los años difíciles y de los horrorosos borró las huellas, pero se convoca a las lesbianas a que aporten su propio material para dibujarlas otra vez. “La idea es reunir este material –dice María Luisa–, recuperarlo, preservarlo, hacerlo público y dar una idea de todo lo que hemos hecho. No dar una idea de unidad sino justamente visibilizar las cosas distintas que hicimos, con opciones y alianzas políticas diversas, con modos de militancia distintos. Toda ésa es la riqueza de las lesbianas haciendo cosas.”
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http://potenciatortillera.blogspot.com/
Presentación mañana a las 17.30 en casa Brandon, Luis María Drago 236
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