MARCHAXX
Todos la vieron en esta marcha, la chica de cuero negro sosteniendo una tijera de jardinero, amenazando constantemente con cortarse sus genitales, que estaban allí colgando para la vista del público. No es la primera vez que Effy Mia Chorubczyk pone el cuerpo; aquí cuenta otras experiencias que incluyen carne, sangre, sudor y lágrimas.
› Por Facundo M. Soto
Durante la previa a la Marcha del sábado, en Plaza de Mayo, Effy estuvo ofreciendo galletitas de la fortuna. Galletitas Open Mind las llamó: “La fortuna está en el uso que le des a tu mente”, era el leitmotiv. Lo que la galletita decía por adentro era: “Ser Open Mind no es sólo tener la mente abierta, es también dejar que algunas cosas entren, y otras salgan”.
A cada persona que le compraba, Effy le ofrecía un beso opcional. Terminó besando a más de 100 personas. Luego hizo la performance de las tijeras.
—Todavía tengo escrita la palabra “puta”, acá, en el pecho. Me lo hice con las uñas, para el seminario de intercambio artístico que hicimos bajo las jornadas del IUNA para alumnos de posgrado. Yo estudio artes visuales, no porque me interesa la pintura: es que no hay en la facultad orientación para lo que yo hago, que es arte performática, conceptual, intervenciones, instalaciones. En ese trabajo yo tenía que elegir un objeto. Elegí la esponja, como objeto para intercambiar con otra persona. Me tocó recibir un lápiz. Lo hice en un lugar abierto. Salí por Congreso vestida con un corset, onda sado muy provocativo, una minifalda muy chiquitita y unos tacos (yo mido un metro ochenta, así que imaginate). Hice un recorrido. Cuando un hombre me miraba, yo con el lápiz me marcaba el brazo. En cada esquina que paraba me hacía una letra. Empecé por la P. Después T, formé pete. Después la U, quedó put, y en la otra esquina agregué la A. Una vez que llegué al Congreso, empecé a señalar lo que me había marcado en el pecho, como diciendo “qué mal que yo me esté haciendo eso”; estaba permitiendo que la agresión de los demás me llegara. Me saqué el corset y me quedé en corpiño. En la panza tenía escrito: “No se nace”.
—Tengo un tema con la fertilidad, porque no puedo parir. Los hombres me descalifican y me dicen que sólo sirvo para el sexo, y no para procrear.
—Era un festival donde se entraba a una galería y en el medio de la puesta te encontrabas con un espacio muy íntimo. Yo estaba en un colchón con ropa interior. Las sábanas eran azules y el corpiño violeta. Alrededor había hojas en blanco, lápices negros, de colores y biromes. Yo sonreía a todos y gentilmente les pedía que me dibujaran. Jugaba con eso de que en el arte el público no tiene que ser pasivo. Y yo, que supuestamente era la artista, me volvía una obra incompleta. Completada con la mirada del otro, o destruida. Porque también había gente que no me quería dibujar y me ignoró. Fue muy importante porque era la primera vez que estaba en corpiño frente a otra persona. Así que me desvirgaron con la mirada como 300 personas (risas). En la pared estaban mis trabajos, que contaban cómo yo había evolucionado para ser lo que soy ahora, todo lo que me pasó en esa transición, hasta poder estar en un colchón con gente enfrente, mirándome; presentarme así y estar orgullosa de mi cuerpo, aunque hacía chistes, decía que tenía que comer un poquito menos...
—Claro, porque me entregaban los dibujos. Yo no puse goma de borrar a propósito, para que sean auténticos, no podías corregir lo que hacías. Pero también había gente que sabía que me los iban a entregar, entonces también había un poco de falsedad, de ser generoso y hacerme las re tetas, o una cara superfemenina. De los 270 dibujos, sólo en 5 dije: “Me veo. ¿Quién me hizo?”. Había gente que era la primera vez que interactuaba con una persona trans, que se encontraba con eso. Tenían la posibilidad de hacer explícitos sus sentimientos. No era solamente que yo estaba expuesta y que la gente tenía que ver sus prejuicios y quedarse mirando o no mirarme. Hubo gente que me dijo que yo era narcisista porque hice un libro donde me dibujaron 270 veces. Pero no, porque justamente cada dibujo habla de la otra persona, de mí no dice nada.
—Me defino como mujer, pero muchas veces soy descalificada por eso, me dicen que, aunque me hormonice, aunque me opere los genitales, aunque no sé qué, nunca voy a ser mujer: porque no menstrúo, ni voy a poder concebir. Es tonto, porque hay un montón de mujeres que no pueden tener hijos, otras que no menstrúan, y yo soy un caso de las mujeres que no menstrúan. Pero un día dije: “¿Necesitás que menstrúe para que te quede claro?”. Fue una respuesta amistosa, me atacaste con la frase “nunca serás mujer” y yo en la cara te paso la sangre; conduzco a las personas para que piensen.
—Los entiendo porque es el chip con el que crecieron. A mí me costó aceptarme trans, pero mucho más me costó aceptarme mujer. Fue lo que hice en ese proyecto, cuando se cumplió un año de hormonización. Consistió en representar las 13 menstruaciones, conceptualizando lo que yo sentí con la menstruación de cada mes. Es algo anecdótico; represento lo que vivencié, cuando salí por primera vez a la calle con ropa de mujer, los piropos de los hombres, las tetas manchadas de sangre y la remera arriba: eso que sentimos las mujeres, que es vergüenza por menstruar, querer llegar a casa para lavarte y decir “yo sigo siendo niña, no sangro, no atraigo a los hombres”. La mayoría de las mujeres que menstrúan se sienten identificadas conmigo, porque hablo mucho de mi lado mujer. El final de la perfo fue escribir en un espejo donde me podía ver toda, con mis virtudes y defectos. Escribí la frase: “Siempre soy mujer”. Con mis genitales masculinos subrayé la palabra mujer, con la sangre saliendo de mis genitales. Soy mujer con este pene, no es algo que se contradice. La remera que hice para la Marcha del Orgullo del año pasado decía que en mí podían coexistir muchas cosas que para el prejuicio social no cuajan. Se preguntaban ¿cómo, una judía atea?, ¿cómo, una bisexual casta?, ¿una trans mujer? Cuesta que entre, por el chip que tienen.
—Pasaron cosas que no estaban bajo control: en la perfo de marzo tenía que ir al súper de la misma manera que iba a la facu, que era vestido de chabón, con barba, y decir mi nombre es Effy y explicarle uno a uno que es el apodo de Elizabeth. Me saqué sangre y me puse esa ropa que nunca me había vuelto a poner (de hombre). Hundí la jeringa en el pantalón y mientras iba caminado metía la mano sacando sangre de la jeringa, que estaba entre mis genitales. Iba viendo a uno por uno y diciendo: “Mi nombre es Effy, estoy en proceso de reasignación de género, soy mujer, soy tu amiga, tu nueva compañera”. Después subí al escenario y dije: “Mi nombre es Elizabeth Chorubczyk, DNI x: presente”. Fue un momento fuerte. Se me acercó un tipo que había sido torturado durante la dictadura. Pensé en lo importante que era la identidad, y decir vean que yo existo. Volviendo a tu pregunta, llené todo mi pelo de sangre, en la perfo, y declaré como conclusión que mi aparato reproductor era mi mente: mis hijos son mis ideas.
—La operación no está en la reafirmación de género. Yo necesito aprender, vivir. No quiero seguir tomando esta medicación, ésa es mi principal preocupación para operarme, quiero que mi cuerpo se desenvuelva natural. Prefiero violentarlo un día y que sea para siempre. Pasé por varias pubertades, por la de hombre, donde tuve cambios en la voz, en lo óseo, en la altura, cambios que nunca se van a ir. Yo no me operaría por otra cosa, por algo estético. Me apropio de las cosas. Por ejemplo, esta voz es de mujer. No me importa que sea grave. No vivo en la paradoja de que soy una mujer encerrada en el cuerpo de otra persona. No soy prisionera de nadie. Soy dueña de mí misma y me hago cargo de que éste es mi cuerpo, aunque no entre en el estereotipo de lo que los demás consideran un cuerpo de mujer. Pero es mi expresión de cuerpo de mujer. Yo estoy hormonizando, tomo pastillas, las mismas que usan las personas que tienen cáncer de próstata para inhibir la testosterona. Me quiero operar porque no quiero seguir con esto. También me pongo un gel en la piel, que tiene 0,6 mg de estrógenos. Me lo aplico una sola vez al día, es lo mismo que las pastillas anticonceptivas.
—Es cierto. Ahora me volví invisible para las chicas, porque lo que pasa, y eso es el machismo, cuando ves a una persona que consideras masculina, vestida de forma femenina, la primera asociación es: se viste así porque quiere pija. Entonces, mucho no me registran las chicas; es triste para mí.
—Bien, vive en Caballito, lo veo... no mucho, pero lo veo. Cuando estaba peleada con él, al punto de negar su apellido, lo cité para contarle lo que me estaba pasando, que su hijo era nena. Cuando le dije que yo era Elizabeth con el apellido de mamá, él dijo que no, que el apellido era el suyo, y eso me llenó mucho. Fui feliz en ese momento. El peso de los padres es muy fuerte para la identidad.
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