Viernes, 10 de febrero de 2012 | Hoy
MI MUNDO
Christopher Plummer ya ganó más de diez premios, incluyendo el Globo de Oro, por su interpretación de un septuagenario que sale del closet en Beginners, y ahora está nominado para el Oscar. A partir de una historia autobiográfica, Mike Mills cuenta en esta película, que se edita en DVD esta semana, cómo se puede reescribir el amor a la luz y a la sombra de las tensiones diversas del cambio de siglo.
Por Diego Trerotola
Puede que una de las historias más políticas de la tristeza y de la felicidad del siglo XX esté contenida en cada una de esas secuencias simples de imágenes fijas con que Oliver Fields piensa su propio pasado familiar. Esas imágenes son ilustraciones, tapas y fotos de revistas, instantáneas, postales más o menos anónimas, arquetípicas, incluso banales, que se pueden encontrar a un clic de Google, pero que enlazadas en nuevo relato con sintaxis íntima no sólo logran formar un desfile que traza, sintético, uno o varios malestares de la cultura contemporánea sino que construyen un colchón de sentimientos que hace sentir ese gusto amargo en la garganta antes del llanto de felicidad o tristeza, que tal vez no llegue si se lo mastica y se lo traga antes de que estalle en los ojos. Oliver Fields (Ewan McGregor, cada vez más gay friendly) es diseñador gráfico y trata de pensar y ordenar el cosmos desde una serie de imágenes que son como las señales de tránsito por un estado de ánimo siempre desencaminado. Fields es el personaje protagonista de Beginners y un alter ego de su director, Mike Mills, que reescribe su autobiografía en una película que parece meterse hasta el fondo de las contradicciones de un siglo para empezar otro, no porque crea que el calendario produce efectos instantáneos al cambiar de centena sino porque se confía en que haciendo dar vueltas a la historia grande dentro de los avatares de una biografía familiar se pueden producir nuevas miradas.
Como el protagonista de Beginners, Mike Mills también es diseñador gráfico (www.mikemillsweb.com) y su padre, Paul Mills, fue director de museos. Pero, tal vez lo más importante, también, exactamente como cuenta la película a través de la sutil interpretación de Christopher Plummer, su padre recién pudo salir del closet a los 75 años, después de la muerte de su esposa. Y a partir de allí, giro copernicano, comenzó una etapa nueva tanto para el hijo como para el padre, una historia de aprendizajes y de azares, de malestares y de dicha, de complicidades y de perplejidad mutua que les cambió la idea del amor y de la vida en pareja a cada cual. Eso ocurrió entre 1998 y 2003, época bisagra que recorre la película con ojos bien abiertos. Porque en ese lustro se fragua una semblanza del siglo XX y sus transformaciones, todavía en curso, sobre la historia pública de la sexualidad y del afecto. Aunque el objetivo central de la película es contar la historia minúscula, personal e intransferible, mirar el propio rostro según pasan los años, en el espejo de Narciso se filtran reflejos que dan cuenta más nítidamente de cuestiones profundas que definen distintas gamas del presente. Hay una conciencia histórica que define el pensamiento de Mills en la película: “1955 fue un año importante, es el año en que realmente se casaron mis padres y cuando Allen Ginsberg escribió Aullido”, dice Mills en el New York Times y en la película, donde también agrega que en ese momento también se consolida The Mattachine Society, el primer grupo público de activistas gay en Estados Unidos. En Beginners, el grito homoerótico de Ginsberg parece una bendición hereje del casamiento entre los padres de Oliver, como si el deseo de familia se completara sólo si lo que queda afuera, lo que se excluye con el silencio, es incorporado. Es que, todavía en secreto, ese pacto de bisexualidad era una forma de relacionarse de muchos matrimonios que durante el siglo XX, tras la apariencia de la monogamia y la heterosexualidad, vivían un deseo más complejo, menos estricto y convencional, más lúdico. Hay una escena menor pero especial en la que Georgia Mills va con su hijo al museo de su esposo y es reprimida por un guardia de seguridad cuando intenta imitar una obra de arte abstracto y minimal: para esa mujer, el matrimonio y la maternidad compartidas con un hombre gay eran parte de entender el deseo como algo mucho más dinámico y versátil, menos reglamentado y petrificado, como si toda pareja fuese diversa. Aunque parece que es lateral la figura de la madre en la película, el afecto con el que se cuenta la vida de esa mujer, que fue apartada de un equipo de natación cuando se supo que era judía, es capital para entender la forma en que el deseo vital, el latido del amor logra capturar de manera original esta película. Hay más densidad en esta historia, que además puede contar con nitidez cómo todavía la gerontofobia resiente la diversidad Glttbi, cómo el amor atraviesa los convencionalismos del lenguaje, cómo los fetiches no se pierden sino que se transforman a pesar de enfermedades y otros malestares, cómo opera la represión a una sexualidad libre, cómo la creación de la bandera del arco iris como símbolo de la diversidad sexual en 1978 por Gilbert Baker fue seguida por el asesinato del político visible Harvey Milk; en síntesis, cómo el bienestar y el dolor se sobreimprimen en cada mueca, cada guiño, cada seña que la cultura le devuelve como misterio del azar y del destino a quien quiere ser libre. Beginners es eso, con una impronta muy pop art, tan cara a cierta tendencia de la sensibilidad estadounidense que los dibujos Mills, incluidos en la película, heredan de una forma extraña del primer Andy Warhol. El pop, cuando surgió opuesto al expresionismo abstracto al que el padre de Mills también se enfrentó, fue el remolino que inscribió un sentimiento inesperado, mixto, donde la desaparición de la esfera del arte contaminó la experiencia pedestre para tornar al mundo en un lugar de cruces donde ser vulgar o superstar, ser homo o hétero, tuviese toda la tensión aventurera de la incertidumbre.
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