A LA VISTA
Cuando la semana pasada la actriz Cynthia Nixon declaraba que ella había elegido, luego de años de un matrimonio heterosexual, ser lesbiana, saltaron a su yugular los activistas que hace años luchan contra la interpretación de que “se elige ser gay”, coartada para las famosas terapias curativas. La pregunta, de todos modos, queda planteada: ¿alcanzan los conceptos que manejamos o siguen siendo serviles a una teoría de la opresión?
› Por Flavio Rapisardi *
En “Miseria de la Filosofía”, Carlos Marx se hace una panzada con todos los intentos de definir lo que en realidad son relaciones, utilizando los conceptos como si fueran cascotes. Las definiciones cosifican, congelan lo que en la realidad es, como sostuvo Gilles Deleuze, “una multiplicidad recorrida a velocidad infinita”. En todos los encuentros, sobre todos los internacionales de carácter intergubernamental, siempre aparece el problema de las definiciones: ¿elección?, ¿orientación?, ¿diversidad?, ¿disidencia? Valga como ejemplo la interminable discusión sobre el proyecto de una Convención Americana contra toda forma de discriminación que EE.UU., Canadá y Costa Rica se están encargando de sabotear. Y esta discusión no es en vano como piensan los críticos a la corrección política o al giro lingüístico de la filosofía hace cuatro décadas, ya que estas categorías implican una valoración y una política de acción con respecto a gays, lesbianas y trans. Sin embargo, ya hace una década, Eve Kosofsky Segdwick lo dijo: si hablamos de “elección”, criminalizarán (vía judicial o médica psi) nuestras voluntades; y si decimos “orientación”, ponemos en funcionamiento el delirio genetista que podría culminar en políticas eugenésicas. La conquista de derechos no puede esperar definiciones últimas porque éstas no existen y porque la realidad que es un conjunto de relaciones siempre cambia. Además, la violencia sobre nuestras vidas no se puede dar el lujo de esperar las resoluciones de especialistas muchos/as de los/as cuales poco o nada saben de las violencias denunciadas. Bienvenido el debate cuando éste sirve para poner en el tapete la persistencia de discriminación, ya que el debate que dispararon las declaraciones de Cynthia Nixon no es raro escucharlo aparentemente en boca de heterosexuales diplomáticos en encuentros de Naciones Unidas, la OEA, el Grulac, el Mercosur y otros bloques, ya que la presencia de activistas en esos ámbitos permitió extender esa pequeña zona gris en donde se intersectan acción y reflexión que, unidas, dan lugar a otro término injustamente olvidado en el desván: praxis. Tanto el activismo, como la academia y la “clase” política actúan y reflexionan porque separar concepciones de la acción es lo mismo que pensar en la redondez de un cuadrado. Otra cosa es la tensión entre academia, activismo y Estado: mucha tela para cortar en este des/encuentro, ya que los usos de la teoría y las concepciones que delinean la acción política que articula el Estado con las organizaciones deben contextualizarse en regiones, épocas y tradiciones, lo que en nuestro país debería historizarse desde los años ’70. Mientras tanto, es claro que pensar teoría sin prácticas, es decir fuera de la perspectiva de una praxis, sólo sirve a quien quiera completar los requisitos de recategorización universitaria o alimentar el mercado editorial, ambos motivos nobles, pero que no alcanzan para autoproclamarse juez o arrojar la primera piedra. l
* Docente e investigador de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
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