Viernes, 11 de mayo de 2012 | Hoy
ENTREVISTA
Karen Bennett, una de las dos integrantes del grupo Transilvania, debuta en esta nota como reportera, y lo hace con Emmanuel Fernández, uno de los alumnos trans del flamante Bachillerato Mocha Celis. En medio de la conversación les cae la ley (de identidad) encima y juntos reflexionan sobre ella.
Por Karen Bennet
Almagro es un barrio que, además de su clásico y grisáceo aire tanguero, supo convertirse con el devenir de los lustros en punto de encuentro de la población T porteña. No se sabe bien por qué, pero siempre nos encontramos en Almagro para algo: para un cafecito furtivo o para perdernos en un bulo petero monoambiente. No hay trava ni marica ni torta ni etcétera porteña sin algún asunto almagrero bajo su tanga. Estás ahí, en el purgatorio entre el infernal Once y la flechita norteña del anuncio macrista. Arribo aproximadamente con cinco minutos de demora a Corrientes y Yatay al encuentro de mi entrevistado. Mi primer entrevistado. Fueron sólo cinco minutos que lo hice esperar. Cinco más y hubiera elevado una catarata de excusas mariconas culpando a los transportes y al tránsito de la Buenos Aires de Mauricio. Emmanuel Fernández me esperaba tal como acordamos por teléfono, sentado ahí en la esquina sobre la vereda, contra la pared del bar donde nos sentaríamos después, con los ojos inmersos en un libro, sin darse cuenta de mi histriónica llegada de trava de casi dos metros de altura. Un Tom Sawyer urbano con su hermosa cara de adolescente travieso, eternamente joven, cuerpo menudo y cuidado, atractivos músculos, que deja asomar una remera con las mangas cortas arremangadas justo por arriba de sus varios tatuajes. Tatuajes que lleva como marca de vida del hombre en el que se convirtió a fuerza de lucha, dolor, lágrimas y por sobre todo amor, orgullo y pasión. Hombre más allá de la sentencia biológica de sus genitales y de la marca del escarpín rosado... Porque dicen por ahí que hombre no se nace. Se hace.
Con 34 años cronológicos —y muchos menos o muchos más según estados de ánimo—, intenté terminar el secundario hace ya 4 años. Me acerqué a los bachilleratos populares; al principio lo hice a través de otro bachi popular, el Maderera Córdoba. Les planteé lo que me ocurría, que me resultaba muy difícil enfrentarme a un establecimiento de estudios. Sentía que había pasado muchísimo tiempo y que no iba a poder afrontar la responsabilidad, y sobre todo como Emmanuel Fernández, porque yo ya no era Jéssica Fernández. Sabía que tenía que presentarme con toda la documentación, y enfrentando a un montón de gente, chicos y chicas jóvenes y adultos también, y eso me asustaba mucho. Estuve como relegado por mucho tiempo.
—Mi abuela fue la que me crió. Para mí mi abuela es mi madre. Siempre tuvo como un sexto sentido. Yo siempre se lo digo. Por ahí me veía aparecer con una chica, después con un chico... o un negro. Y siempre aceptaba a las personas como si fueran parte de la familia. Cuando alguien entraba a la casa les decía “hijo” o “hija”. Con mi padre no he tenido contacto, fue un hombre violento desde siempre. Su forma de imponer su paternidad era a través de los golpes. Y mi mamá tuvo sus inconvenientes. Estuvo viviendo durante mucho tiempo en una fábrica tomada. Ella hizo lo que pudo dentro de su crianza como madre. A mi madre la verdad no puedo juzgarla, porque no fue violenta conmigo en ese sentido...
—Sí. Ella ahora me está ayudando. Tenemos como formas de pensar bastante diferentes, pero me da la posibilidad de al menos no estar en la calle. Me pudo rescatar de eso.
—Tengo dos hermanos de parte de mi mamá que también han tenido sus historias, pero que me aceptaron desde el primer momento cuando les dije “Yo soy Emmanuel”.
—Y eso fue 6 años atrás. No hace mucho. Siempre jugué en realidad..., soy un cúmulo de múltiples personalidades. Siempre sale alguna nueva (risas).
—Igualmente ellos siempre fueron más perspicaces que yo. Ya de alguna forma jugaban constantemente con eso de “Jéssica” o “Manu”.
—Sí, mi mamá siempre me llamaba “Manu”. Ella obviamente quería un varoncito, ¿no? (risas). Bueno, fue todo muy natural, tanto de parte de mi abuela, que fue la que me crió, como de mis hermanos. Y mi mamá en un momento lloró, y después me dijo “está todo bien. Yo sólo quiero que seas feliz. Si esto es lo que vos querés, está bien”. Le cuesta en muchos momentos verme como un hombre, pero...
—Bueno creo que con esto fui siempre muy lúdico. Jugué constantemente. Es más, sigo haciéndolo... Digo, jugar con la masculinidad y la feminidad. Creo que la época más difícil fue en mi adolescencia, cuando sentía que debía encajar. Ahí creo que me vestía de forma mucho más femenina en muchos momentos. Yo tenía ese concepto de que si no utilizaba cierto tipo de ropa no iba a conseguir una pareja. Y me pasó algo muy loco. Yo siempre utilizaba la ropa de mi abuela o de mi madrina de los años setenta. Fusionaba...
Sí, sí. Tenía una imagen totalmente andrógina. Siempre estaba pelado, pero utilizada ropa de mujer y no se entendía muy bien (risas). Y yo decía “bueno, ¿cómo voy a encontrar una pareja así?”, porque yo consideraba que debía lucir o como hombre o como mujer... pero no ese intermedio.
—Sí, totalmente. No solamente los sexos sino también las edades. Yo siempre digo que me enamoro constantemente de las mentes de las personas. Entonces me pasó que fui con una ropa muy antigua a un boliche de chicas muy conocido en esa época. Me acuerdo que fue un viernes y nadie me miró. Me sentí muy mal: era la primera vez que iba a un boliche. Te estoy hablando de hace 15 años. Entonces decidí cambiar completamente de estilo de ropa a ver qué ocurría, y fijate cómo funciona la mente de las personas. Me puse otros pantalones, me hice dos colitas —en ese momento tenía pelo largo—, me maquillé y salí. Para mí era un disfraz. Pero ahí sí me miraron. Y ahí conocí a una persona que fue mi pareja por quince años, con quien empecé también mi transición. O sea, me conoció con esa personalidad tan cambiante que tuve siempre. Me acompañó en las operaciones.
—No, no todo. Solamente los pechos. No considero que tenga que operarme los genitales porque disfruto muchísimo.
—Me veo en la docencia vinculada a la literatura y el arte. Sí, sin dudas, es eso.
—Estoy totalmente a favor a pesar de que le falta mucho aún. Y debería haber sido lo primero en tratarse en el Congreso. Discutí con mucha gente, porque muchos de ellos sostenían que era más importante la ley de matrimonio igualitario.
—Totalmente, y más allá de que el matrimonio es un derecho humano, parecieran no percatarse de que sin una identidad previa con la cual identificarnos como individuos, todo lo demás no tiene mucho sentido. La identidad de género no es sólo un DNI, pero al menos sirve como punto de partida para construir todo lo que viene después. Comenzando por el acceso a la educación y salud pública sin discriminación. Yo lo padecí con mis cirugías mamarias, cuando me las saqué...
—Privada. Sí. Tuve que inventar la existencia de nódulos cancerígenos en mis mamas para que me lo hicieran. Me la hice en un centro privado y además puse en juego mi vida. Y si llegaba a ocurrir algo, mi cirujano amigo se jugaba su carrera. Por suerte todo salió bien.
—Buena pregunta. No lo había pensado. Supongo que debe ser más difícil para ustedes las chicas trans, porque nosotros pasamos más desapercibidos a la vista. Somos menos llamativos en la calle, y por eso menos agredidos. Creo que igual se instala una nueva forma dentro del modelo con la cual habrá que empezar a convivir, no se puede ocultar, y si hay maltrato o discriminación, por lo menos recibirá amparo legal. El resto es el tiempo que tomará para llegar a una buena convivencia... algún día.
—No sé... yo no me identifico por ejemplo con el concepto “condición”. No creo que la causa del rechazo laboral esté tan ligada al hecho de “ser trans”. Esta sociedad está llena de prejuicios. Tanto los tatuajes como las modificaciones corporales son releídas prejuiciosamente como tatuado=drogas=inculto.
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