SOY POSITIVO
› Por Pablo Pérez
Cuando entro al servicio de Hepatología lo primero que veo es una cabellera rubia y, por encima, una mano que me hace señas. Todavía estoy dormido, me cuesta reconocerla: “¡Pablo! ¡Soy Antonella!”, me dice. “¡Wow! ¡Qué cambiada! ¡Qué buena peluca!”, le contesto y ella me fulmina con la mirada. “¡Es mi pelo!”, lo dice orgullosa tirando con fuerza de un mechón. “¡Qué boludo! ¡Perdoname! No estoy acostumbrado a madrugar y no coordino bien —intento justificarme—. ¡Tenés una melena increíble!” No la veía desde hacía casi 20 años, solíamos conversar cuando nos encontrábamos en la sala de espera del Hospital de Día del Fernández. En esa época ella era morocha y apenas comenzaba a tomar hormonas. Iba al hospital con el pelo recogido, vestida como varón; no se animaba a ir con ropa de mujer, todavía estaban en vigencia los edictos policiales. Hablábamos de nuestros sueños: yo quería ser escritor, ella empezaba su transformación. Sus padres la ayudaban económicamente y siempre resaltaba su agradecimiento porque la aceptaban y no tenía que prostituirse para ganarse la vida. “Soy cosmetóloga —me dice y me da una tarjeta personal—, sigo tus columnas en Soy. Me gustó la entrevista que le hiciste a tu médico, cuando explica la importancia de que nos llamen por el nombre que elegimos y que lo tienen que anotar en la historia clínica. Cambié mil veces de infectólogo. Una vez, uno, intentando ser simpático, me da la mano y me saluda: ‘¿Qué tal tocayo?’. Y yo le contesto: ‘¿Te llamás Antonella?’. El boludo se puso colorado y estuvo durante toda la consulta con cara de susto. Para revisarme me tocaba como si yo fuera un aguaviva. ¡No volví nunca más!”, “Y sí, es fundamental que la ley de identidad de género salga, pero la mentalidad de boludos como éste va a tardar en cambiar.” “¡Boludos y boludas! —me corrige Antonella y nos reímos—. Ahora encontré una médica divina que cuando le comenté que tomaba hormonas y que quería hacerme las tetas, me mandó al servicio de endocrinología para transexuales del Hospital Durand. Yo no tenía ni idea, no me inyecté siliconas industriales de milagro. Lo único que me faltaría es, además del HIV y la hepatitis C, tener cáncer. ¡El combo completo!” “¿Ah, vos también tenés hepatitis C? —le pregunto— ¿Tomás interferón? La última vez que vine, el hepatólogo me dijo que pensara si estaba dispuesto a empezar a tomarlo. Todavía no lo decidí. Me da un cagazo tremendo.” Cuando estaba por contestarme, vimos asomarse al médico para llamar al siguiente paciente, que gritó un nombre de varón. Antonella me mira contrariada y al oído me dice: “Me toca a mí”. En la sala de espera había como veinte personas. “Nos levantamos juntos y te acompaño —le digo, sorprendido de mis buenos reflejos—. Adentro le explicamos.” “¡Uf, Pablo, gracias! ¡No veo la hora de poder cambiar mi DNI!”
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