ENTREVISTA
Durante todo junio, Dr Trincado va a estar musicalizando los mediodías del hall del Teatro San Martín. No es casualidad que en una de esas fechas haya invitado a su madre para que toque con él. Mirar nuestras fuentes, revalorizar el trabajo, el estudio y la trayectoria parece ser una respuesta violenta de este DJ histórico a tantos que tocan de oído.
› Por Dolores Curia
—Es una hora y media de temas elegidos por mí. Y lo que se me ocurrió es invitar a gente con la modalidad back to back, es decir que dos DJs pasan música espalda con espalda. El viernes 8 de junio voy a estar con Lisa Kerner, de Casa Brandon. El martes 12 va a estar dedicado a los orígenes del rock nacional. El viernes haremos back to back con Noe Mourier, de Coco. El jueves 21 vamos a repasar los orígenes del rock británico...
—(Risas nerviosas) Sí, eso va a ser el viernes 22. Porque quiero revalorizar a mí mamá como mi cuna musical. Creo que las fuentes musicales de cada uno hay que ir a buscarlas en la familia y en la infancia. Antes de empezar a hablar de música con alguien, yo siempre le pregunto qué discos tenía de chicx en su casa. Ahí está la base de todo. A mí, la primera que me hizo escuchar buena música fue mi vieja. Hoy en día compartimos un montón de gustos. Por otro lado es también una especie de sátira, porque creo que el trabajo de DJ está un poco desvirtuado. Todo lo bueno que trae la era digital, también viene de la mano de la posibilidad de que casi cualquiera pueda mezclar y pasar música.
—Depende. Si cualquier persona que pasa música se autoproclama como DJ, entonces la trayectoria, la melomanía y los años no tienen ningún valor. O por lo menos dan la impresión de no valer nada. No es lo mismo un pibe de veinte años que tiene una computadora y la usa tanto para chequear los mails, para diseñar logos, para photoshopear fotos como para mezclar música, que un DJ profesional. Lo mismo pasa con la fotografía: ¡ahora todos son fotógrafos! Pero como sacan con automáticas, no saben ni lo que es un foco.
—No es que esté en contra, pero sí lo que veo es que está lleno de chicos y chicas que no se lo toman en serio. Fijate que es lo mismo que pasa, por ejemplo, con la figura del curador. Antes, para convertirse en curador había que ser un verdadero erudito del arte. Ahora, si tengo un amigo que hace dos o tres dibujos y a mí se me ocurre aconsejarle cómo colgarlos en una pared, ya se supone que tendría derecho a autoproclamarme “curador”. Tiene que ver con una tendencia general. Hoy el éxito está asociado a cierta fama berreta. El lema de esta época es que si no te exponés, no existís. Si no tenés x cantidad de amigos en Facebook y x cantidad de seguidores en Twitter, no existís. Entonces, obvio, mucho de eso se traslada el mundo de la música y el arte. Se ve que para muchos ser DJ alcanza con ir y pasar música en la fiesta de algún amigo. Y lo ven como una forma de obtener cierta “fama”.
—La desvirtúa. Un poco por eso la invité a mi mamá a tocar conmigo: la idea era provocar un poquito, porque ésa es la mejor forma de estimular la reflexión. Creo que tanta comunicación terminó provocando una crisis. La disponibilidad que genera Internet produce una crisis: eso se ve, por ejemplo, en que en distintas partes del mundo se empiezan a producir cosas muy parecidas, casi por un efecto contagio. Y eso achata, musicalmente hablando. Tanta información girando por ahí es negativa y eso se puede ver muy claro en las redes sociales, la información que circula (imágenes, fotos, videos) está pasteurizada, todo se parece, todo es más de lo mismo, nada resalta y uno lo consume con apatía. Da la impresión de que el nivel cultural está empobrecido. Y no sólo acá: parecería ser un fenómeno global. ¿Entendés por qué invito a mi vieja a tocar conmigo? En medio de esa escena electrónica viciada, yo propongo incluir a alguien que no es del medio: alguien tan ajeno al mundo de los DJs como mi mamá, que tiene setenta años. Habrá quienes entiendan el gesto irónico y quienes no.
—La confundió un poco. Enseguida me preguntó: “Pero, ¿qué tengo que poner? ¿Wachiturros?” (risas). Entonces le expliqué que la idea era poner algo tranqui porque es un ciclo para ambientar el mediodía y que la consigna es que elija música que le guste a ella.
—No pueden más de la risa.
—Lo que más me interesa como criterio es que la gente baile. No me llama la atención ni el techno, ni el house, ni el trance. Me gusta el dance porque no coarta mi posibilidad de divertir a la gente. Obvio que eso no significa que me cierre sólo a eso: reivindico el eclecticismo y la variedad para todo, también en mi trabajo. Todo lo que me haga salir del encajonamiento me estimula. Pasar toda la noche la misma música me parece un plomazo.
—En ese sentido creo que mis preferencias se fueron ampliando, porque cuando era más chico no había casi diferencias entre mi música “privada” y la de mi trabajo. Hoy amplié mucho más lo que escucho en casa, que no necesariamente es lo que paso. También depende mucho de la fiesta a la que me inviten. Si es una fiesta alternativa, puedo poner de todo, irme al carajo, digamos. En fiestas más temáticas no. Una de mis particularidades es que caigo en las fiestas con cinco veces más material que cualquier otro DJ. Entonces puedo saltar con cosas rarísimas. No voy con una estructura prearmada.
—Me gusta mucho un DJ de ahora que se llama Guti. Es joven, pero no es un improvisado, es músico de jazz. Y hay muchos productores argentinos que son bárbaros, por nombrar sólo a dos: Maxi Aubert, Matías Kritz.
—Desnudarme, porque soy vergonzoso.
—Bueno, poner “Funky Town”.
—No, con la modernidad ya no lo asocio. Ser DJ era moderno en los ’90. Pero después de la Creamfields, seguro que ya no lo es más. La Creamfields funcionó como un gran supermercado. Ese fue un corte que se dio en 2000, el año en el que me parece que podemos ubicar el puntapié de esta crisis del dijerismo de la que te hablaba al principio. La crisis aparece junto a los sponsors, cuando éstos empiezan a poner plata en la escena. Cuando la escena se vuelve mainstream, se pierde la esencia y el lenguaje de la música electrónica llega a la gente deglutido. Es lo mismo que pasa con el rock y con cualquier género que se masifica.
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