ENTREVISTA
Música, cantora, militante de la diversidad y sobre todo del buen humor respecto de casi todo y en especial de las intimidades de la vida entre mujeres, Valeria Cini arma un escenario por donde camine. Y camina mucho.
› Por Paula Jiménez
Primero se sienta en el escenario, guitarra en mano, y cierra los ojos buscando en su memoria, o en su corazón, una guaraña cuyo estribillo reza un aforismo memorable: “Cuidate de lo que deslumbra, puede llenarte de sombras”. Y la canción entera deleita por su belleza, y emociona; podría hacer llorar. Después, unos minutos después, en un mismo disco o un mismo show, su hipnótica voz desembarca en el terreno de lo hilarante. Entonces, el público ríe. Ríe y olvida lo cercano que estuvo de las lágrimas. Su gloria, la de Valeria Cini, no radica sólo en ese talento para la música sino también, y sobre todo, en la fuerza de un espíritu que sabe conmoverse y conmover. “La gente se ríe de mis canciones porque las entiende. Y no se ríen porque yo esté ridiculizando nada. Hay un denominador común cuando toco y es que la emocionalidad del público se siente, llega hasta a mí, que estoy en el escenario.”
—Mucho de lo que hablo en mis canciones es de mi mundo, de lo que veo en los lugares por donde transito. Sería imposible que no apareciera una temática lésbica o de género en algunas de mis letras. No podría dejar de nombrar la lesbofobia o lo que sucede en los ambientes lésbicos, por ejemplo; hablar de las chicas que terminan encontrándose sentimentalmente con la ex pareja de su ex pareja. Puede ser que haya un continuum lésbico, pero no se lo nombra. Y no se lo nombra, sobre todo, de un modo humorístico. Algunas de mis canciones tienen una cuota de risa. No es que voy a hacer una canción sobre la Pepa Gaitán y me voy a cagar de risa, pero sí puedo componer una canción diciendo veinte veces torta, tortón, tortillera y todas las formas en las que se nos nombra. Si hablo de una historia de amor o desamor, en general, es de amor lésbico, pero hablar de esto no es el desafío mayor: el desafío mayor es llevar este tema al plano del humor. Creo que hay una creencia de que las lesbianas no tenemos sentido del humor, de que somos aburridas y solemnes. Es que de cagarnos de risa de nosotras no hay mucho, porque hay una situación que es, mayormente, la de defendernos.
—Donde más se rieron con esas canciones no fue necesariamente en ambientes gays. Hay lesbianas que sí, que se sienten nombradas y eso les gusta. Por ejemplo, yo he ido a tocar a pueblos del interior, a Mercedes, por ejemplo, donde no había para nada ambiente gay. En un principio seleccionaba mucho el repertorio y después me pregunté ¿por qué?, ¿por qué, si el rol del artista es el de nombrar y esto es, además, parte de mi militancia? Me acuerdo, por ejemplo, en El Bolsón: estaba esperando el colectivo y se me acercó una mujer grande y me agradeció muy conmovida. Me pasó con esta mujer y también en Rosario, con gente joven. Si pienso en esa mujer, pienso que fue en la primera Marcha de la Diversidad patagónica, en un clima de mucha represión. Ya habían sacado todos los equipos del escenario y subí igual con mi guitarra y un megáfono. No me acuerdo lo que dije, yo quería tocar, festejar la libertad.
—Estéticamente no. Me pasa con Juana que ella tiene un altísimo sentido del humor; Paula, en cambio, va por otro lado. Tenemos en común ser mujeres que estamos haciendo música contemporánea y un repertorio de creaciones propias, ser tres personas con una voz y una estilística muy personal. También compartimos cierta militancia en nuestras obras. Me siento cercana no sólo como cantautora lesbiana, porque mis canciones no sólo hablan de esto; me hermanan sus modos de trabajo y su compromiso político.
—Ellas fueron minas que también se expusieron y me parece muy loable. Veinte o treinta años atrás, de Marilina, por ejemplo, se decía “es torta” o “en ‘Puerto Pollensa’ se habla de dos mujeres”. Pero eran cosas que se suponían o quedaban picando en la interpretación de sus canciones. Yo, en cambio, no dejo nada implícito, soy totalmente literal y me río con esto. Creo que tiene que ver con el momento que estamos viviendo. A veces pienso si a ciertos lugares me invitan por lesbiana y me pregunto: ¿tendré que exponer tanto mi vida privada? Pero, desde el momento en que trabajo por la visibilidad, para mí esto no es privado.
—Con la gente con la que comparto me atrae en principio su talento, no me importa si es trans, gay o lesbiana. Negras, blancas y redondas es un ciclo de cantautoras en el que yo hago una militancia de género, convoco mujeres que cuentan y cantan nuestra historia. Hacemos red. Faltan mujeres programadas en recitales y en festivales. También en los medios. Si abrís una Rolling Stone o te fijás en las tapas de sus anuarios, encontrás once fotos de tipos y una de una mujer. A mí la Rolling no me importa ni me representa, pero sí sé que pertenece a una forma de mercado a la que se entra si sos linda o si tenés determinadas características. El otro día vi una nota de media página de Celeste hablando de su ropa de plástico. Me parece patético, cuando de otros músicos tenés notas de cuatro páginas hablando de todo. ¿No será mucho chongaje?
—En la música en general es así. En el folklore también pasa mucho. Y antes que a un chongo yo prefiero mil veces promocionar el trabajo de una mina. A mí me encanta la diversidad y no pregunto si quienes participan del ciclo Negras, blancas y redondas son o no lesbianas. Es la producción de un espacio alternativo donde tocan mujeres diversas. Se generan circuitos independientes como consecuencia de que el mercado le da espacio exclusivo a lo que quiere mostrar y el resto no tiene dónde. Y pasan cosas como lo que sucedió a partir de Cromañón. Desde la tragedia se generaron un montón de espacios alternativos que surgieron con otras propuestas, centros o espacios culturales donde se difundieron artistas emergentes. Fue una resignificación a esa tragedia. Yo en Brandon, en esos años, empecé a hacer el ciclo Variaciones de miércoles, al que vinieron todo tipo de artistas independientes.
—Estoy dirigiendo musicalmente la banda Sentime Dominga. El tenía una serie de textos con los que quería hacer canciones, escribe muy bien y tiene una voz maravillosa, súper personal. Ya tenía en su cabeza el nombre de la banda. Me planteó un texto que me encantó y que él veía muy difícil de musicalizar. Era un cuento llamado “Travesti toba”. Lo mejor que pude hacer con eso fue hacer una chacarera y llevarlo al folklore, que es un género conservador y machista. Y, además, un género que conozco muy bien porque crecí escuchándolo. Esa era la música que se tocaba en mi familia: los domingos sonaba el bombo legüero en mi casa. Entonces a esa memoria recurrí con “Travesti toba”, no elegí un ritmo pop, ni nada moderno. Lo que hacemos con Juan es una cosa queer, folklórica, lisérgica. Y en las letras se habla mucho del desarraigo; él mismo es de Santiago del Estero y la percusionista, del Sur del país. De eso tratan las canciones. Cuando tocamos en el Festival contra la Despatologización hubo muchas chicas que se emocionaron con “Travesti toba”, porque la mayoría son del interior. Tenemos una canción que se llama “Marica” (no tiene nada que ver con la obra de Cibrián) y jugamos con todo esto muy seriamente. Hacer música no es sólo el fin, para mí es como una misión.
—Somos un dúo que sonamos como una orquesta. Cuando nos conocimos con Lucas Di Silvestro, él me propuso hacer algo juntos. Yo estaba tocando unas canciones francesas en homenaje a ciertos compositores, y juntos fuimos profundizando y generando canciones muy lindas. Hace poco terminamos el disco y lo estamos por presentar. El dúo se llama Plugg In. Con Sentime Dominga también estamos terminando el disco que se va a llamar Operada. Juan tiene una clara dirección estética, y yo me ocupo, como antes te contaba, de la dirección musical. También estoy por empezar la grabación de mi propio disco solista. Fue un año de mucho trabajo. Y encima recién empieza...
Este viernes a las 21.30, habrá otra función del ciclo Negras, Blancas y redondas, con Cristina Dall, Gimena Alvarez Cela y Sofía Quiroga.
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