Viernes, 18 de mayo de 2012 | Hoy
A LA VISTA
Como santiagueño me sentí orgulloso de que una senadora de mi provincia, Ana María Corradi Beltrán, fuera una de las encargadas de desarrollar y explicar el por qué de su voto afirmativo para la aprobación de la Ley de Identidad de Género. El mismo día en el que se nos fue devuelto el derecho a morir CUANDO queramos y a vivir COMO queramos hasta nuestro fin, la senadora habló de personas, de seres humanos que durante mucho tiempo lucharon por tener un nombre y un DNI que las identifique según su identidad de género. Habló de principios internacionales de Derechos Humanos, lamentó los abusos sufridos por esas personas, los procesos judiciales que hicieron perder derechos familiares, las agresiones en las calles, el acoso escolar, la sistemática negación de empleo y vivienda. Habló de personas, afirmó estar conmovida y dijo sentirse en el lugar de las personas trans. Esta mujer, esta senadora, no nació de un repollo: es representante de una provincia cuya estructura de poder es sumamente conservadora, y aun así pudo sobreponerse a las presiones institucionales y votó a favor de que el sol saliera para la comunidad travesti y transexual. Mi sorpresa no terminó ahí: tras la votación subió al escenario travesti junto al vicepresidente Amado Boudou y pidió perdón por haber tratado esta ley recién ahora. No pude evitar llorar.
Sin embargo, me seco las lágrimas y le recuerdo que obvió referirse a los medios de comunicación —sobre todo los medios santiagueños— cuyas coberturas sobre temas que involucran a travestis parecen una mueca, una burla, como si defecaran sobre la legislación y el control de organismos como el Inadi. Para citar un caso reciente, el asesinato de Ceci Montenegro desnudó una trama de producción periodística vergonzosa que tiene dos posibles razones: o quienes escriben jamás tuvieron un manual de estilo periodístico en sus manos o forman parte de una respuesta brutal, una embestida planificada a la batalla cultural que se viene librando a nivel nacional.
Se obviaron los cuidados básicos, como nombrar a la víctima con su nombre elegido y no con el que figura en su documento, la trataron de “el travesti”, encomillaron su nombre “Ceci”, como si se tratara de un seminombre o un apodo; algunos medios titularon según la versión del asesino —un ex futbolista en ascenso que luego de un accidente por robo queda incapacitado de seguir en el deporte y se dedica a la venta de drogas y proxenetismo—.
No sólo eso, en las mugrosas coberturas de la mayoría de esos medios, uno de ellos centenario, se trató el tema vih-sida y las drogas como un cóctel exclusivo de las travestis y, como broche de oro, se informó morbosamente que la familia de la víctima no fue al velorio, golpe final a lo que queda de dignidad de un ciudadano. Creo que queda una cuestión pendiente: la mediática, una especie de dimensión virtual que se desarrolla a contramano de las sociedades, formadas por familias en las que hay una travesti, un gay, una lesbiana, alguien infectado de vih, etcétera, y que ahora pueden alzar su voz gracias a representantes como la senadora Corradi.
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