Cuando faltan seis meses para las elecciones presidenciales, la campaña en Estados Unidos se pone caliente y entre las llamas aparece Obama con una declaración histórica: “El matrimonio entre personas del mismo sexo debería ser legal”, y se convierte en el primer presidente de ese país en apoyar abiertamente este derecho de las personas no heterosexuales. Enseguida llegan los cálculos. Lo dijo porque el electorado homosexual es un número lo suficientemente importante como para dar vuelta los resultados frente a los republicanos, que por su parte siguen diciendo que no apoyan la idea no por razones religiosas sino por razones de “cómo debe ser la sociedad”. La declaración de Obama según otros, responde al poder económico del lobby gay, que a los dos días de la declaración del presidente ya dejó una carrada de dólares en la fiesta que organizó George Clooney. La campaña tiene financiación millonaria, parece, desde que Obama se hizo el bueno. Lo dijo porque le conviene, dicen otros, y porque los progresistas, como anota The Washington Post, suelen ser más flexibles que los republicanos a la hora de cambiar de ideas: “El líder demócrata ha mantenido tres posturas públicas distintas. A finales de los ’90, Barack Obama apoyó la causa gay al lanzarse a la política en busca de un escaño en la Legislatura de Illinois. En 2002, se opuso al matrimonio gay cuando se postulaba como senador (el electorado de la Cámara alta es más conservador). En mayo de este año, instalado en la Casa Blanca, Obama anunció un nuevo giro en favor del matrimonio gay, que justificó en televisión como una ‘evolución de su pensamiento’”. Del otro lado, Newsweek justifica sus dichos, o mejor dicho los celebra con una nota donde se equipara la salida del closet de Obama como negro en una familia de blancos, con la de los homosexuales que nacen siempre, o casi siempre, de una pareja heterosexual. Ni gay, ni amante de los gays, ni insensible, político que lee que su electorado lo apoyará por interés personal, lo apoyará por pensar en ese sentido, o será indiferente. Ese cálculo, creo yo, ya está hablando de un mundo que cambió.
Pablo Alberti
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