“Esos que van ahí, son de la CHA”, dicen dos señoras en Palermo señalando a dos chicos que van de la mano. La palabra “cha”, como eufemismo, como orgullo y como un espacio institucional de militancia ya está arraigada en la sociedad argentina. Este año se cumplieron 28 años de su nacimiento. César Cigliutti, presidente de la CHA, mientras apaga las velitas reflexiona, festeja y hace balance sobre lo que fue y será.
¿Cómo era ser gay hace 28 años?
—En 1984, recién volvía la democracia, todos creíamos que ella iba a garantizar automáticamente los derechos para todxs pero eso no sucedió. Por esa época se empezaron a inaugurar los primeros lugares de encuentro de nuestra comunidad pero volvieron las razzias sistemáticas y violentas. Caía la policía, cortaba la música de los boliches y prendía las luces, y se llevaba la cantidad de gays y lesbianas que entraran en los patrulleros. Te llevaban detenido y si tenías antecedentes de violar tres edictos policiales, ibas a la cárcel de Devoto. En esa época el activismo era muy desafiante. Todas las actividades eran ocultas, se comunicaban entre amigos. En ese momento no existía Internet y tampoco todo el mundo tenía teléfono. Ahora parece una locura pero nos mandábamos cartas y telegramas. Era una época en la que todo era artesanal. Durante muchos años la figura pública fue Carlos Jáuregui, el presidente de la CHA en ese entonces, y todos estábamos detrás de las bambalinas. Yo lo acompañaba a los programas de TV y le preguntaban cosas como: “¿Cuándo van a reconocer que están enfermos?” Nuestro discurso por esos años era explicar que no estábamos enfermos.
¿Cómo nació la CHA?
—El primer objetivo, cuando se formó la CHA, era hacer algo frente a los edictos policiales que nos ponían en esa época por ser gays. La CHA surgió a partir de esas primeras reuniones. El primer objetivo fue empezar a constituir la primera comunidad homosexual en la Argentina, con ese nombre, que es el que mantuvimos hasta hoy. En esa época la palabra “comunidad” no estaba muy de moda y menos lo estaban las palabras “homosexual” y “argentino”. Al principio había muchos grupos. Algunos venían del FLH. Y se reunían de manera clandestina. Yo todavía no participaba de las asambleas en esa época. Se empezó a trabajar institucionalmente y se eligió como presidente a Carlos Jáuregui y él fue durante décadas el único referente con nombre y apellido para nuestra comunidad. Había un costo muy fuerte para una persona en poner el cuerpo, decir tu nombre y apellido, y decir que era presidente de la CHA. No había ningún rédito, al contrario. En otra asamblea se decidió ubicar nuestro reclamo en el marco de los derechos humanos, lo cual fue también una gran conquista.
¿Las tres acciones más importantes que impulsó la CHA en estos años?
—Sucedieron muchas cosas en estos 28 años y la verdad que fue bastante rápido. Primero, impulsar nuestra personería jurídica porque fue el primer antecedente legal en la Argentina de un acto parecido llevado a cabo por nuestra comunidad. Fue la primera vez que el Estado reconocía algo de nuestra comunidad, en este caso, una institución. Después se elevó a la Corte Suprema y la Corte dijo que no. Y terminó saliendo años después por decreto. A partir de ese antecedente, otras organizaciones que fueron apareciendo pudieron tener la personería jurídica. Una vez que incluimos nuestro discurso en el ámbito de los DD.HH., empezó toda una estrategia jurídica, de desjudicializar y proponer proyectos de ley. Hubo hitos importantes como el artículo de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires que prohíbe la discriminación sexual, la Ley Unión Civil, hasta llegar a la ley de matrimonio igualitario y la Ley de Género. Pero la verdad es que para mí la más importante es, sin duda, la Marcha del Orgullo.
¿Por qué la marcha?
—Porque me enorgullece que hayamos impulsado algo así hace más de veinte años. Era totalmente atrevido. Incluimos también a las chicas travestis. Pensamos ponerle “Marcha de la Dignidad” porque en esa época la palabra “orgullo” no se usaba. Pero pensamos: “Si la gente puede sentirse orgullosa de ser arquitecto, de lo que sea, nosotros también tenemos que estar orgullosos de ser gays y lesbianas con lo que nos costó asumirlo y mostrarlo”. Hablar de “orgullo” era poner en la vereda de enfrente la vergüenza y el insulto. A mucha gente, hasta gente de nuestra comunidad, le pareció muy fuerte al principio.
¿Cuándo se incluyeron las identidades lesbianas, trans, intersexuales?
—Las lesbianas estuvieron desde siempre, las trans tardaron un poco más. En los primeros años de la CHA, las travestis no se acercaban a las organizaciones y nosotros tampoco a ellas. Pero hace 17 años hubo una serie de encuentros nacionales que se hicieron primero en Buenos Aires y luego en las provincias, y ahí estuvimos conviviendo con las chicas travestis, transexuales y demás, y los prejuicios fueron cayendo. Al principio decíamos que las travestis eran otra cosa, que nosotros no teníamos conflictos con nuestra identidad de género. En fin, estupideces, prejuicios de principiantes. La incorporación de todas las identidades de género fue muy enriquecedora para todxs.
¿La acción más delirante?
—Todo era, o parecía, delirante al principio. Alquilar una sede fue un delirio. Cuando le decías al dueño para qué queríamos el espacio, nos sacaban corriendo. Hubo que empezar de cero. A los antecedentes del FLH los pudimos capitalizar mucho después del ’84. Porque la dictadura había cortado totalmente toda tradición activista. Cada pequeña cosa que queríamos hacer era un delirio, y cada pequeño paso, un logro gigante. Todo lo que hicimos por esos años fue delirante y valiente. Tal vez el juicio al arzobispo Quarracino fue bastante osado, cuando dijo que los homosexuales nos teníamos que ir a una isla.
¿Errores? ¿Arrepentimientos?
—A riesgo de sonar poco humilde, me parece que no. Sobre todo porque siempre, desde el principio, todo lo decidimos en asamblea, cada pequeña cosa. Además, al ser tan debatidas, todas las decisiones tienen un margen de error mínimo. Claro que a finales de los ’80 los planteos eran mucho más moderados y básicos. Jamás se nos habría ocurrido por esa época plantear una ley como la de identidad de género, porque en ese momento luchábamos para no ir presos y presas. Imaginate... ésa era la prioridad. A algunos gobernadores les debemos más que a otros, pero detrás nuestro no hay ningún partido político. Lo que queremos desde hace 28 años, y por lo que luchamos, es la igualdad de todas las personas ante la ley más allá de su sexualidad. Puede ser que haya sido más o menos afortunada alguna acción o alguna declaración pero creo que no hay nada de lo que debamos arrepentirnos.
¿Qué se viene en el activismo después del matrimonio igualitario y la Ley de Género?
—Tratamos de separar los avances que se dan en el plano de lo jurídico. Porque lo que falta es avanzar en contra de la homo/lesbo/transfobia. En ese terreno hay mucho para hacer, hay que ir por la educación sexual, por lo cultural, para quitar de los ámbitos sociales tantos prejuicios. La aparición de estas leyes no hace que la gente cambie su cabeza de un día para el otro. Hoy todavía sigue generando problemas que las parejas expresen su afecto públicamente. Todavía muchos niños y niñas no la pasan bien en el colegio, no están libres de la discriminación. Hay que revisar qué pasa en la televisión donde se discrimina tanto. Alcanza con mirar un rato de tele para ver cómo los conductores de espectáculos pueden decir cualquier cosa, hacer chistes muy ofensivos y no pasa nada. En ese plano falta mucho. Hay que ir por, como diría Cristina, la sintonía fina.
Informe: Dolores Curia
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