LUX VA A TRES JOLIE
En busca de la crème de la crème pastelera, Lux pasó una noche entera en un bar de tortas. Comió de todas las porciones que pudo, y a las que no pudo, se las llevó envueltas.
Mientras que los franceses llevaron la imaginación al poder en el Mayo del ’68, lxs argentxs, en el mismo mes, pero un siglo y medio antes, llevamos a la plaza tortas fritas y las comimos a más no poder. Permítaseme esta breve referencia gastrohistórica para arrojar lux sobre una porción patria que siempre me gusta relamer —sobre todo porque es una porción que viene acompañada de tortas— y que me sirve para introducir lo que acto seguido habré de narraros. Erase la noche de la víspera del 25 de Mayo y mientras me limaba yo las uñas sin sacar las patas de las sandalias y me cebaba unos amargos (obreros) frente al plasma del vecino que se veía de perlas desde mi ventana, recordé que ese jueves estarían abiertas las puertas del bar de Tres Jolie. Sí, las guachas pasaron de lo virtual a lo carnal. Y si antes tenían una página de contactos con ese título afrancesado, especie de bolsa de levante, ahora se cruzaron al mundo real y te organizan fiestas, encuentros, mateadas, pero con lugar físico una vez a la semana, donde todo lo físico es, precisamente, lo que más les importa. Yo voy, me dije, mi parte femenina me reclamaba. Ya mi amiga Jorgelina, que había ido la semana anterior, me había contado que en ese bar las jolie no son tres como dicen sino muchas más, y casi casi de todos los tamaños, aunque la juventud, queridas frutas maduras, es lo que está sobrando. Ese jueves, el 24, lloviznaba, como corresponde al mes de la revolución, y la noche estaba ideal para caminar románticamente por el hervidero de las calles palermitanas. Como yo quería ponerme a tono con la fecha, llevé mi paraguas celeste y blanco (heredado de un viejo amor de Racing) y en el borde del escote me coloqué una escarapela de strass. Claro que no me podía imaginar que ese detalle, el de la escarapela, sería la excusa para que horitas después el amor por la barman(a) comenzara a latir en mi corazón (apenas un par de centímetros debajo de la insignia). Tanto latió que a mitad de la noche tenía la escarapela clavada sobre mi pecho hinchado de orgullos diversos. “¿Todo bien?”, me preguntó una pelirroja de ojos gatunos vestida absolutamente de negro. Pese a su aparente dureza, la chica era un bombón y se había alarmado por el grito que pegué por el pinchazo. “Sí, no es nada”, respondí conteniendo el aliento. Toda la noche la había estado mirando moverse en suave oleaje torteril al ritmo de la música de lxs DJ Jara, DJ Blitto y DJ Melody. Toda la noche había estado tocada por puntitos verdes brillantes que daban vueltas por el bar de Tres Jolie y que a ella le otorgaban un suave glamour extraterrestre, muy propio de 2012. Toda la noche yo la había mirado caminar entre los cubos de cuerina diseminados por el salón, sobre los que la imaginaba recostada, sentada, parada, haciendo la vertical, la medialuna y el kamasutra entero. “¿Querés tomar algo?”, le pregunté. La pelirroja apoyaba su espalda sobre una pared negra que tenía, como todas las paredes del bar, inscripto un lema muy estimulante: Up! Up! Up!. “Sip”, me contestó. Nos acercamos a la barra y pedimos dos vodkas con speed, mientras hablábamos sin parar y mirábamos las imágenes proyectadas en una pantalla del tamaño de una pared. Estaba a punto de declararle mi atracción indeclinable hacia su persona cuando, de pronto, veo venir a Silvia, mi amiga escritora mexicanísima que había sido invitada a leer sus poemas en cualquier momento de la noche, utilizando para tales fines el micrófono del karaoke. “¿Qué?”, le pregunté. “¡Sí! —respondió—. Hoy las chavas poetas estamos de parabienes en este sitio, ¡qué guay manitx Lux! ¡En México no se consigue! ¡Poetry, lesbian and electric dance!” “¿Y tú cómo te has enterado, viviendo en Monterrey?”, la interpelé de purx ignorante, y ella, con suave desdén: “Ay, pos, Luxititx, mi amor, tú vives en una nube, ¿no ves que Tres Jolie llega a todas partes?”. Ahí nomás me tomó de un brazo y me arrastró con ella al escenario donde leería unos versos súper requete románticos, de esos que hubiera querido dedicarle a la pelirroja si me hubiera dado el tiempo. Pero el tiempo no alcanzó, como sucede tantas veces, porque mientras le sostenía a Silvia el micrófono, vi a la pelirroja colgada del cuello de una persona altísima que la besaba furiosamente. Para consolarme, mi amiga me convidó de su tequila y nos pusimos a bailar frenéticas esa canción que dice: “Johnny, ¡qué loca está la gente!”.
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