A LA VISTA
El 13 de junio se cumple un año de la muerte de Octavio Romero, el prefecto que fue hallado desnudo y con un golpe mortal en la cabeza, flotando en el Río de la Plata. Las sospechas de que se trató de un crimen de odio crecen a medida que la verdad se mantiene oculta. Su novio, tratado hasta hoy como posible culpable, víctima de esa sospecha con la que se interpretan los crímenes de homosexuales, hoy podría presentarse como querellante en la causa.
› Por Dolores Curia
“Octavio era eso: la alegría de vivir. Despertarse a su lado era una fiesta diaria, se levantaba y se acostaba con una sonrisa. Tuvo la fuerza para hacerse desde abajo. Era un cerebro, estaba por terminar la carrera de Relaciones Internacionales. Vivía lleno de amigos, energía y juventud (tenía diez años menos que yo). Y yo, al fin y al cabo, ¿qué soy? Un tachero. Un desperdicio. Acá estoy, tuve que parar el auto en una esquina tranquila, de calles empedradas, con árboles en la vereda. Necesito ver un paisaje que me dé paz cuando hablo con él, cuando lo invoco y lo recuerdo a Octavio. Qué ironía, lo mataron con 33 años, la edad de Cristo, y yo hubiese puesto mi pecho, ¿sabés? Si yo hubiera estado ahí, habría puesto mi pecho para frenar el golpe. Porque, mirame ahora, ¿quién soy, así, solo como un perro? Yo, así, ya no soy nadie”, dice Gabriel Gersbach, el viudo de Octavio Romero a un año de la muerte del hombre con quien se iba a casar el año pasado.
El 17 de junio del año pasado apareció un cadáver flotando en el Río de la Plata: era el de Octavio, el primer suboficial de Prefectura que estaba por hacer uso de la ley de matrimonio igualitario, y que había desaparecido seis días atrás. Recién había salido del placard en su trabajo y había pedido a sus superiores un permiso para casarse que le otorgaron, siempre y cuando no lo hiciera con el uniforme. Entonces empezó a sufrir desde mensajes en los baños que se referían a su condición sexual hasta amenazas de muerte directas.
Romero apareció en la orilla de una playa de Vicente López desnudo. Octavio dio la última señal de vida a su amiga Mariela. Iban a ir a una fiesta, habían quedado en encontrarse ahí, pero él nunca llegó. En su departamento quedaron las bebidas que iba a llevar y el saco que se iba a poner. Se baraja la hipótesis de que bajó a encontrarse con alguien que probablemente le haya tocado timbre, ya que no hay registro de llamadas entrantes o salientes. Recibió un fuerte golpe en la cabeza, fue arrojado al agua con vida, probablemente, desde el Tigre y su cuerpo recorrió río abajo. Tiene a cargo el caso la Fiscalía Nº 40, cuya titular es Estela Andrades de Segura, la misma que terminó catalogando la muerte de Juan Castro como “suicidio”.
“Mensaje mafioso” y, claro, “crimen de odio” son las palabras que circulan con relación a este asesinato. Pero lo hacen por las vías de la conversación, el off the record y del testimonio en carne viva, porque sacarle una palabra de este caso a la Justicia es una misión condenada, de entrada, al fracaso.
Gabriel reflexiona con un nudo en la garganta sobre lo que vive desde hace un año. Cuando en 2010 se aprobó el matrimonio igualitario también lloraron, pero esa vez juntos y de alegría, frente al televisor. Después Octavio se fue a dormir unas horas y Gabriel salió en el taxi bien temprano. Ese día llevó a todo el mundo gratis a modo de festejo. También se acuerda de las marchas que compartieron a lo largo de doce años: “Yo iba en nombre de los dos. El por su trabajo no podía participar. Pero no importaba, yo sabía que él igual estaba ahí conmigo”. Gabriel se refiere a Tribunales como “ese edificio de dimensiones exageradas, lleno de cuadros de San Martín, donde los magistrados leen tu causa tan por encima como si se tratara de la revista Hola. Ellos asociaron que, como éramos pareja, yo lo había matado”. El viudo adquirió, casi instantáneamente, el rótulo de sospechoso, por lo que no pudo salir de querellante en la causa de su compañero (eso es algo que sólo pudo hacer la mamá de Octavio). No sólo eso: de un día para el otro no volvió a ver al hombre con el que estaba por casarse sino que jamás pudo acceder al cuerpo en la morgue, ni a ningún expediente. Probablemente el contacto con aquel Octavio sin vida podría haber sido el punto de partida para empezar a caer. De lo contrario habrá que preguntarse cómo se elabora un duelo sin siquiera esa certeza. Si lo único que queda es ausencia en la casa que compartían, ¿cómo se avanza sin ninguna prueba material que baje a tierra ese agujero?
Hace un mes, Gabriel hizo un breve viaje a Bariloche junto a su hermano y la mujer de éste. Esa ciudad del sur era el destino adonde Octavio y él querían irse a vivir después de formalizar la unión. Fueron los tres en el taxi de Gabriel. “Yo iba a 140 kilómetros por hora mientras lloraba.” Manejaba y le gritaba con bronca a él, pero no a él: “No estás en este, el viaje en el que deberías estar”. Justo cuando volvió de eso tan parecido a la catarsis, recibió una llamado de Sigla que lo invitaba a participar del acto del 17 de mayo, el día contra la homofobia. Iba a haber una marcha frente al ministerio y querían que diera un discurso. Aceptó y ese día también estuvo ante las cámaras de televisión. Habló de lo que vive día a día desde hace un año, habló de olvido y de maltrato.
La comunicación, por un lado, de Gabriel y los amigos porteños de Octavio y, por otro, la familia —que vive en Curuzú Cuatiá (Corrientes) y sin teléfono de línea— no es fluida. Lo que sí se sabe es que el abogado que asesoraba a la mamá de Octavio, sin dar ningún tipo de explicación, de un día para el otro dejó de contestar. A pesar de tanto silencio, Gabriel se niega a pensar que la causa haya sido cajoneada. La novedad que introduce algo de luz en este panorama oscuro es que, ahora, el viudo cuenta con el apoyo de la Unidad para los Derechos de las Personas Glttbi que depende de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y que promete denunciar que no lo dejan acceder al expediente. A lo largo de este año tuvo que probar —con testimonios, papeleo y trámites infinitos— que fue concubino de la víctima y, en calidad de tal, ahora debería poder pasar de lo que en términos legales se llama “sujeto pasivo de la investigación en curso” a, por fin, querellante.
El 13 de junio, al cumplirse un año del asesinato de Octavio Romero, su familia, amigxs y compañerxs convocan a un acto para homenajearlo y reclamar que se esclarezca el crimen.
Casa Brandon, Luis María Drago 236, miércoles a las 21.
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