LUX VA AL BURLESQUE
Como bola sin manija, Lux encontró en un solo barrio lo mejor de la República.
Para mí, Once fue siempre el barrio donde salía a buscar chongos. También pensaba que el grupo de cordobesxs que este sábado convocaba en el bar Burlesque se llamaba Asentamiento Fernesh, en honor al fernet, pronunciado por una actriz de telenovela mexicana, pero no —me desasnó Beto Canseca—, “fernseh” quiere decir “televisión” en alemán. Puse la mejor cara de cultx que me salió. “En la pared colgamos las fotos de nuestro evento anterior en Córdoba”, me dijo y se fue. Quedé solx en una marea de desconocidxs. Las fotitos estaban colgadas tan altas que aunque había ido con unos tacos de 20 cm y estiré el cuello lo más que pude, no conseguí verlas. En eso estaba cuando escuché unos alaridos que me hicieron sentir un poco mejor. “¡Si estx canta, yo todavía tengo chances!”, me dije viboreando mi malicia solitx, y me acerqué a la barra a buscar un trago para ver si me relajaba. Enseguida me sentí acompañadx, la noche tornaba, además de diversa, cada vez más federal. Locxs de Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, Mar del Plata, Jujuy... Susy Shock, la Barby Guaman, Marlene Wayar... El summum lo alcanzó Sentime Dominga con su himno Travesti Toba, que me trajo recuerdos de mis primeras aventuras en esta ciudad y me hizo derramar unas lágrimas que desembocaron con restos de purpurina en mi tercer whisky: “Ya en la ciudad el lodo es caliente, y no te permite avanzar, tendrás que ejercitar tu boca dentro de los sulkis de metal”. Creo que todxs nos sentimos un poco identificadxs, no era yo lx únicx que estaba llorando y coreando. Amo la varieté, que aquí por los ochentas supieron cultivar lxs geniales Batato, Urdapilleta, Tortonese y, quien esa noche en el Burlesque ocupaba un lugar privilegiado: la reina madre Fernando Noy, reverenciadx por todxs las que subían a su turno al escenario; la varieté que, además, a diferencia del teatro, no me obliga a pegar el culo a la silla y me permite pasear mis encantos. Llegué al fondo del salón taconeando y con el cuarto whisky en una mano, y quedé estupefactx mirando cómo tres chicas acariciaban con sus pinceles a un muchachito precioso, modelo de body painting. Tres amigxs me rescataron de aquella melancolía: ¿querés tomar?, me preguntó unx de ellxs, y a partir entonces hubo tan buenos pases como en el mejor partido de fútbol. Desde allí tomamos un taxi hasta el Abasto, a la parrilla de los cameruneses donde organizaban una fiesta Gary Pimiento y Pablo Castoldi. Un lugar pequeño que parecía gigante de tan buena onda que había. Todxs bailábamos cuando un patrullero se detuvo ante la puerta y sus luces azules se sumaron a las que ya iluminaban la fiesta. Nos quedamos algo paralizadxs, pero al rato se fueron, ¡ya pasó la época de los edictos policiales y ahí no tenían nada que hacer! El chamán de la fiesta quemó unas hojas de eucaliptus medicinalis y la música hizo el resto. La fiesta fue in crescendo. En el toldo del local leí “El amigo petit”. Un “Petit ami”, un novio o una novia, lo único que me faltó para que fuera perfecta.
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