ENTREVISTA > LA BARBY
Anfitriona de Amerika y tantos boliches célebres, animadora de fiestas privadas, actriz de teatro en la calle Corrientes, la Barby propone una figura de drag más graciosa que glamorosa, mientras rinde culto a la masculinidad al palo que lleva dentro.
› Por Juan Tauil
—Siempre me gustó actuar, desde chico tuve la necesidad de ser actor, ser famoso... Era la época de Andrea del Boca, Marcelo Marcote, Gabriela Toscano... Pero yo no tenía padres que me llevaran a los castings porque la verdad es que no se usaba como ahora, que todos quieren que su hijo se salve con Patito Feo, ¿viste?
—Lo que yo quería era ser conocido y una de las vías era la actuación. Y no iba a ser asesinando a alguien, casualmente. Ya a los 12 años era fanático de Moria, que por más joven físicamente que esté, yo la miraba de chico.
Bueno, terminé el secundario y me anoté en la escuela de arte dramático de Morón. Después de ver La película del rey, de Sorín, con Julio Chávez, que me cautivó, me inscribí en su taller y lo seguí por cuatro años. Después hice varias obras de teatro en el under, que no me daban plata ni nada, así que no me la banqué. Yo quería “todo ya”. Con el tiempo comprendí que el “ya” no existe. Cambié el rumbo y me dediqué a la gastronomía; empecé a hacer tortas, mesas dulces y estudié cocina con Alicia Berger... hasta trabajé en el Alvear como repostero.
—Pasaron varios años. Con mis amigos un día nos dimos cuenta de que nunca nos habíamos disfrazado de mujer ni para el carnaval. O porque no tenía peluca o porque no tenía zapatos... siempre había alguna excusa. Hasta que nos pusimos firmes en conseguir las cosas y montarnos. Y bueno, yo no sabía que los tacos hacían doler los pies. Me dolían tanto que casi me tienen que trasplantar los metatarsos. Ojo, no me disfracé como ahora lo hacen muchos para levantarse un tipo, lo hice para cumplir un deseo propio.
—Quiero decir que no me sentía cómodo con la peluca, maquillado con quince mil capas de Klaukol en la cara. Es un sufrimiento pensar en todo lo que tengo puesto y la energía pasa por ahí, y no en ver a quién me estoy levantando.
—Todavía no, pero faltaba poco. Resulta que me presenté en un concurso en Bunker. Me disfracé de gatúbela y gané. Y de ahí en más me seguí preparando y presentándome a cada concurso que apareciera hasta que una persona me ofreció trabajar en IV Milenio (hoy Alsina) y aunque me pareció rarísimo que me pagaran para disfrazarme, acepté.
Sí. El sida se llevó mucha gente. El tiempo se llevó a otros tantos. Cuando entraba Federico Klemm, era como si entrara Warhol (salvando las distancias)...
También me acuerdo que pasó por ahí Rupert Everett, Jean Paul Gaultier, que se quiso levantar a mi amiga "La Chocli" y ella no le dio bola. “¿Quién es la Gaultier?”, dijo la hueca. Mirá, ahora iba a ser millonaria y no estaría friendo buñuelos. También iba mucho Roberto Piazza, Moria, muchas modelos con sus amigos putos diseñadores.
—Soy como Divine, pero no soy tan guarra como ella, una mezcla rara entre ella y Lady Bunny que me parece más suavecita.
—Mónica de Alzaga iba siempre a IV Milenio y me invitó como notera en su programa. Me apoyó mucho y tuve la suerte de que la gente de los medios se fijara en mí. Creo que conmigo se empezó a televisar la imagen del transformista social, en la noche, en una fiesta...
Barby también trabaja a contrapelo del estereotipo de belleza del transformista, drag queen o travesti, que cuanto más mujer y linda, mejor...
—Yo soy un tipo que trabaja, no soy el transformista que se preocupa por la lentejuela, la pluma, la media... Ojo, eso me encanta, pero yo no lo siento así. Tampoco tengo la parte de mujer... por ejemplo ahora estoy haciendo un taller de clown con Walter Velázquez, donde estudiaron Paker y Karina K, y me estoy dando cuenta de que Barby es un payaso. Tiene eso de estar para divertir. Yo no me fijo si estoy femenina o no, yo juego a, me río de mí cuando hago de diva, juego a ser Dolores Trull y te pongo la cara de la Trull... me permito esas cosas. Si veo un vestidito en el shopping y me gusta, le saco una foto y me lo hago hacer por mi amigo Daniel Vanegas que desde hace diez años me hace toda la ropa. Las plataformas, por ejemplo, no las uso porque se me ocurrió, sino porque por mi peso el taco me perforaba el talón...
—Y sí. Imaginate, yo en los boliches estoy tres, cuatro, a veces cinco horas parada. Los pelos de las piernas me crecen, por eso uso calzas, la peluca impecable es difícil de mantener, por eso a veces salgo toda despeinada. La imagen la cuido, pero no me desvive. Juanita Repetto me dijo: “Vos te maquillás bien de lejos, pero de cerca sos desprolija”. Y sí, yo me maquillo en media hora y ya estoy. La gente no se fija si tengo la línea del ojo derecha o no. Lo que a mí me preocupa es cuánto puedo divertir.
—De caradura que soy. Me llevó Florencia de la V, así que llegué de acompañante y ahí le dije a Sofovich que quería trabajar con él y ahora estoy en el teatro. Todo por caradura.
—Yo con esto de la Barby en la tele y en el teatro perdí mucha privacidad. Cuando no soy Barby soy Barby lo mismo...
—La gente tiene un prejuicio hacia los hombres que se disfrazan de mujer, te desmerecen como hombre, te imaginan distinto, caminando de pantuflas con plumas rosas por tu casa, de ruleros... no sé qué cosa les pasa por la cabeza. Por ejemplo, a los hombres les baja la libido. Pasa que aunque uno está en pareja quiere gustar al otro, te lo digo como hombre, y cuando se enteran que soy la Barby dicen uy... qué flash... los paraliza y dejás de ser un hombre y pasás a ser un hombre que se disfraza de mujer. Mi novio me conoció así, me acepta así. Y siempre me repite: “Si cambiaste tu vida para que la gente en vez de llamarte Leonardo te diga Barby, hacé que ese sacrificio valga la pena, sacá rédito de esa pérdida de privacidad”.
—Y sí, hace un tiempo tuvimos un grupo de osos pero lo dejamos porque los cuatro que lo formábamos no teníamos tiempo de seguirlo. Yo no me siento muy oso, porque ellos persiguen mucho la masculinidad, pelo en pecho, cero pluma... puede ser tranquilamente ese señor de barba que toma café allá atrás... yo, con mi peso y sin pelo, vendría a ser “chubby”, que significa algo así como “regordete”. Yo no me identifico en ningún lugar. Tengo este cuerpo, a una persona justo le gusté... sé que puede haber personas que pueden gustar de mí en ese club, ahí tengo más chances de levantar a alguien que en Alsina o en Amerika, por ejemplo.
—Abierta. Pero de compartir todo. Somos swingers porque si hacemos cosas cada uno por su lado, somos amigos que vivimos juntos y nos queremos mucho: si dejaste de compartir el sexo, ¿para qué sirve la pareja? No podemos negar que por ahí en la calle nos atraen otras personas. El ser humano no puede negar que el prototipo de hombre que le gusta, le atrae y que por ahí con esa persona no te casarías pero te encamarías... y está bueno compartirlo con tu pareja.
—Yo no creo en los papeles. No me van. Pero no dejo de reconocer que en el país tan discriminatorio que vivimos, tan “gay friendly” que dice ser pero que no lo es tanto y donde los putos somos tan golpeados todavía... en ese sentido los papeles ayudan. Si yo construí algo con mi pareja, tenemos nuestra casa, nuestras cosas, que nos costó tanto sacrificio y uno de nosotros no está más, no me gustaría que viniera una tía de Comodoro Rivadavia y se quedara con todo. Sí me va por fines prácticos. Creo en el sentido institucional, judicial, pero no en el religioso. La Iglesia tiene telarañas. Lo de “gay friendly” existe sólo para fines turísticos. A nadie le gusta que al puto del frente le vaya mejor que a uno, está todo bien con el peluquero gay de la cuadra, pero si el hijo les sale puto, ahí la cosa cambia... falta para que eso se acepte, espero vivir para contarlo. Igualmente les aviso a las parejas heterosexuales que me admiran mucho que sus hijos les van a salir gays.
Lady Barby integra el elenco de Una familia poco normal. Miércoles a domingo, Multiteatro, Corrientes 1283. Canta los viernes en Amerika (Gascón 1040), y sí, canta mal, pero ahí está el encanto.
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